viernes, 11 de diciembre de 2009

Legitimar la violencia


Creer en la violencia como forma de resolver un conflicto o llevar a cabo un plan o una idea, es algo muy peligroso.

Para ilustrar mi punto de vista al respecto me valdré de nuevo de un ejemplo. Analicemos algunas de las situaciones que podrían acaecer si un anciano descubre a un joven fornido intentando abusar de una muchacha. Una primera posibilidad sería que no hiciese nada; que estimase que es demasiado débil para enfrentarse al violador. Una segunda posibilidad es que el anciano se lanzase a por el joven afrontando las consecuencias que ello pudiera tener. Finalmente, una última posibilidad sería que el anciano en realidad llevase un arma, la sacase y sin mediar palabra matase al agresor. La postura que cada cual adoptaría si estuviese en la piel del anciano de esta historia seguramente variaría si solo contase con la opción de llevar o no una pistola en el bolsillo. Esto es, si soy “débil” soy “cobarde” pero si tengo la pistola y soy “fuerte” entonces soy el “héroe”. No contamos con la opción del anciano que fue con sus manos a pelear por lo que era justo. Él no pretendía matar al violador sino salvar a la muchacha. Existe una sutil diferencia: “nadie puede reprocharle nada”.

Quien legitima la violencia como medio de conseguir algún propósito es, obviamente, alguien que es fuerte. Si fuera débil no osaría decir tal cosa puesto que esa misma idea que defiende se tornaría en su contra. Por otro lado está el hecho de que uno no es “el fuerte” eternamente. Por esto defender está postura además entraña el riesgo de que, de nuevo, en un futuro se vuelva en contra nuestra. El violador del ejemplo, legitima la violencia como forma de obtener lo que busca una conducta muy reprobable que le expone a que otros empleen la violencia para reprimirla. Por contra, el anciano que defiende a la muchacha no busca satisfacer mas que su propia convicción aun a sabiendas de que probablemente puede salir pejudicado.

Con esta reflexión me viene a la mente algo que una vez le oí decir a alguien muy querido y con las que cierro esta entrada. "Que nunca nadie tenga nada que decir de tí"

miércoles, 21 de octubre de 2009

Prohibido


Reflexionemos un poco en esta ocasión sobre la idea de “lo prohibido”. Desde mi punto de vista la prohibición no debe entenderse como un instrumento de adoctrinamiento; debe más bien observarse desde un punto de vista utilitarista. Prohibir no sirve para infundir ideologías, es útil para solucionar problemas concretos y siempre y cuando éstos problema persistan.

Esta idea parece difícil de discernir, pero no lo es tanto si nos servimos de un ejemplo concreto. Si por una calle sólo cupiese un coche, sería de gran utilidad prohibir uno de los sentidos para que no se colapsase. Si pasado el tiempo la calle se ensanchase y pudieran pasar dos coches, la prohibición dejaría de tener sentido y sería más útil que dejara de existir.

Imaginemos ahora que la prohibición persiste aun a pesar de no tener sentido. Habría entonces una gran cantidad de individuos que violarían la norma porque la considerarían absurda o lo harían inconscientemente por no creer estar obrando mal. Esta es la distorsión que produce una prohibición cuando no persigue dar respuesta a un problema concreto sino que trata de imponer un punto de vista concreto. La prohibición obliga a todos (innecesariamente) a mirar en el mismo sentido.

Si por contra la prohibición desaparece, también lo hace el anterior problema. Quienes estaban a gusto yendo en un sentido puede seguir haciéndolo porque los que vienen en sentido contrario no le van a molestar. Por contra aumenta la libertad de aquellas personas a las que le sí que les venía mejor ir en sentido contrario.

Como conclusión podríamos decir que, antes de imponer nuestra forma de pensamiento y tratar de hacer extensiva una prohibición al resto, antes de pretender limitar sus libertades, hemos de analizar si ello verdaderamente soluciona el problema o si limita el ejercicio de nuestra propia libertad.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Hacia una idea de responsabilidad


La responsabilidad es un concepto que abarca varios aspectos. El primero y quizás el más importante, es el de la consciencia (que no conciencia). La consciencia de nuestros actos y circunstancias. Esto es, por ejemplo, saber que la pistola mata, que vamos a 180Km/h, que la billetera no es nuestra, que no tengo preservativo,… El siguiente paso para determinar nuestro grado de responsabilidad es el juicio moral que emitimos para enfrentarnos a esas circunstancias. Saber que, en principio, lo “correcto” es no disparar, levantar el pie del acelerador, no coger lo que no es nuestro, usar preservativo,…. Si finalmente y a pesar de ser consciente de ello, uno termina por hacerlo se debe analizar de qué manera las circunstancias han podido (o no) forzarnos a actuar de esa manera. Esto supone discernir si disparábamos para defendernos, conducíamos rápido por una emergencia sanitaria, robábamos porque estábamos pasando necesidad, no teníamos información sobre el uso de anticonceptivos,…

Atendiendo a este razonamiento, educar en la responsabilidad sugiere la necesidad de discernimiento y no solo del aprendizaje para ser consciente de los hechos o de la pauta moral con la que uno debe enfrentarse a ellos. Si finalmente las circunstancias de la vida nos llevaran a pasar por el aro, debemos ser conscientes de que la irresponsabilidad pudiera haber sido no haber corrido un poco más rápido o no habernos informado mejor.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Pensamiento evolutivo


Quizá este sea para mí, a título personal, uno de los temas más recurrentes. Y lo es porque, creo, que antes de comenzar cualquier diálogo debemos dejar claro cuáles son nuestra postura y su fundamento. Esta cuestión no es nada trivial y constituye todo un debate en sí misma, pues clarificar estas posturas supone sacar a la luz las bases de nuestro propio parecer.

Como hemos planteado en otras entradas, abordar este tema resulta harto complicado. Nuestra ideología y, por tanto, nuestro proceder, se sustenta sobre ideas que no podemos o resulta extremadamente complejo verificar. La existencia de Dios, por ejemplo, o hechos históricos confusos, experiencias erróneas,... Todo ello constituye el fundamento de algunas (o todas) partes importantes de nuestra conducta y forma de actuar.

La cuestión que surge inmediatamente después es la siguiente: ¿qué ocurre cuando mis ideas trascienden o interfieren con la de los demás? Este tema también lo hemos abordado en varias ocasiones y surgían soluciones como: “Si todos pensamos lo mismo el problema desaparece”. Pero el inconveniente de esta creencia es que, si todos estamos equivocados nos avocamos a un estrepitoso final. Vemos aquí la necesidad de la diversidad, de permitir que se produzca una selección natural de las ideas, de evitar la imposición (pensamiento radical) y adherirnos a aquellas formas de proceder que tengan más posibilidades de éxito. La diversidad es, por tanto, tremendamente deseable al igual que, en ese mismo sentido, lo es la tolerancia hacia las distintas posturas, hacia todo aquello que es capaz de lograr que coexistan distintas formas de pensamiento.

Si no poseemos esa medida de respeto hacia los demás, quizá debiéramos administrarnos cierta dosis de inseguridad, de duda. Sócrates decía: “solo sé que no se nada”. Creo que tener ideas es algo muy positivo, muy importante, casi tanto como tener el discernimiento suficiente para saber seleccionarlas.

viernes, 28 de agosto de 2009

El hombre invertebrado


No en vano diría que lo más importante que una persona necesita experimentar en su día a día es la sensación de respaldo. Ello puede parecer accesorio o consecuencia del éxito personal o profesional que atrae el apoyo o la aprobación de muchos. No obstante resulta imprescindible y crucial cuando las circunstancias se tornan adversas y nuestros proyectos se vislumbran confusos o inciertos. Cuando encontrar admiración o, incluso, respeto se convierte en una labor altruista sujeta al criterio de aquellos que observan, conscientes de nuestras circunstancias.

El éxito nos infla como un globo, eleva nuestra autoestima y nos mantiene firmes en apariencia. Sin embargo no debemos obviar el “vertebrador” sustento, ese algo capaz de mantenernos en pie cuando la adversidad nos desinfla. El hombre que permanece invertebrado se aviene a menos ante la “desgracia”, aceleradamente se torna apócope de lo que fuera antaño.

La cuestión entonces es aprender a descubrir y considerar las cosas que son capaces de conformar una estructura sólida sobre la que apoyarnos, personas incondicionales, desinteresadas, que no dependen de nuestras circunstancias. No podemos encontrarlas, ciertamente, en demasía; pocos son quienes que nos “empujan” en la debilidad hacia la dicha egoísta de nuestro propio provecho. No disfrutan ni se muestran indiferentes con nuestra desgracia, se alegran aunque no puedan ser partícipes de nuestros triunfos cuando son, realmente, grandes causantes de ellos. ¡Cuan feliz es el hombre que descubre que no es el éxito lo que lo mantiene dignamente en pie!

martes, 18 de agosto de 2009

Desdigo lo dicho


Ya lo dice el refrán: “rectificar es de sabios”. Sin embargo y no en vano todo tiene una justificación pues pudiera parecer, a simple vista, que todos aplicamos esta frase a la manera de conducir nuestros actos pero no siempre es así.

Deshacer lo caminado supone cierta dosis de humillación, de admitir el error propio y rendirse ante la evidencia. Nunca es plato de buen gusto equivocarse, ni tan sencillo rectificar, pues hay ocasiones en las que uno debería reconocer (si se desdice) que ha errado gran parte de su vida. Así, por cosas como estas, nos mostramos reticentes a asumir la realidad de las circunstancias y preferimos obcecarnos en nuestra particular verdad; no acertamos a ver, según que casos, el beneficio a la rectificación. No obstante, si estuviese equivocado respecto a esto discúlpeme, desdigo lo dicho; mas percatese que ahora, como usted, yo también tendría razón.

jueves, 6 de agosto de 2009

Moda


La pauta generalizada entraña un perjuicio innegable para la sociedad. No tenemos más que imaginar lo que sucedería si todo el mundo hiciese lo mismo en el mismo periodo de tiempo. Si la gente se fuera de vacaciones en agosto y nadie trabajase, si decidiesen echarse a la carretera en el mismo momento, etc... La moda genera cierta uniformidad, lo cual pudiera parecer una cualidad deseable, pues todos queremos poder tener las cosas que son accesibles para la mayoría del resto. No obstante la moda también genera “marginación” en la medida en que, verdaderamente, todo el mundo no puede permitirse ni desea siempre hacer lo que los demás hacen. Por otra parte, el ocio y el descanso del que disfrutan el resto de “agraciados” no está exento de atascos en las carreteras, colas en las tiendas y toda sarta de penurias que cualquiera desearía evitar. Pudiera decirse, generalizando, que la moda consigue que quienes no la siguen se sientan desfavorecidos o marginados y quienes la secundan, por otro lado, no queden plenamente satisfechos.

La cuestión que se plantea entonces es pensar si, realmente, hacer (pensar, querer, viajar, vestir,...) distinto a la pauta es una forma de marginarse o de ser menos que los demás. Es decir, ¿se pierde esa “igualdad” (uniformidad) cuando hacemos (pensamos, queremos,...) las cosas de manera distinta? Si usted cree eso verdaderamente, le insto a averiguar a qué parte del dibujo pertenece el siguiente fragmento:

sábado, 25 de julio de 2009

El bosque no me permite ver el fondo


No amigos, no me he equivocado. La popularizada frase, a la que la anterior complementa (como más adelante comprenderán), hace referencia efectivamente, al impedimento que constituye lo particular en la percepción de lo general. La sociedad, por ejemplo, con todas las distintas partes que la componen (derecho, normas, medicina, técnica, ciencia, religión, ideologías, economía,...) constituye un complejo forestal de lo más enrevesado. Indagar en cada uno de estos árboles sin duda nos llevaría a perdernos por sus ramas. La excesiva complejidad que son capaces de alcanzar puede confundirnos de tal forma que perderíamos incluso el concepto de bosque; percibiríamos el conjunto desde un punto de vista limitado a nuestro propio entorno. Los árboles (o el árbol) no nos permitirían ver el bosque.

Sin embargo otra cuestión nos atañe. Imaginando que fuésemos capaces de ver el bosque, de entender las complejas relaciones que pudieran establecerse entre el derecho y la religión o la ciencia, las distintas ideologías con la economía,... cabe otra pregunta razonable: ¿que sustenta al bosque? ¿sobre qué se apoyan sus raíces? Este tercer estadio es más difícil de percibir y pudiera decirse entonces que el bosque no nos permite ver el fondo. ¿Podría vislumbrarlo usted?

jueves, 16 de julio de 2009

La selección natural de las ideas


Algunos autores, como Richard Dawkins, aportan una particular visión de las ideas o “memes” (ver conferencia sobre los memes en el filoblog de Pacual). En concreto hacen alusión a algunas ellas como “virus de la mente”, entidades capaces de lograr nuestra propia destrucción. Pero profundizando un poco más en este punto de vista tan llamativo, podríamos alcanzar una visión más elevada o general del asunto.

Muchos autores afirman que el ser humano se encuentra frente a un estancamiento en su proceso evolutivo o que éste se desarrolla muy lentamente. Lo cierto es que parece que el hombre vive al margen de esa “ley de la selva”, de esa lucha en la que sobreviven los que están mejor adaptados. Sin embargo si existe algo que diferencia a unos hombres de otros a un nivel competitivo: sus ideas. La cuestión que se plantea juega con una posible “selección natural de las ideas”, aunque podríamos entender, quizás, que no se “seleccionan” las ideas sino más bien las conductas. Sin embargo en el ser humano no podemos atribuir como innata la capacidad (o no) de ser más o menos crédulo, sino que debemos entender que existen ideas de las que es más difícil (o menos) desprenderse. De este hecho surge esta singular teoría, pues llevada al extremo podemos intuir perfectamente que las diferencias culturales pueden llegar a ser suficientes para evitar la reproducción (el apareamiento) en el ser humano. Además, ellas pueden ser causantes de que no podamos integrarnos y fracasemos personalmente si nos vemos obligados a emigrar a otra sociedad. Podemos decir que nuestras ideas pueden hacer que nos convirtamos, metafóricamente hablando, en el animal herido o enfermo de la manada.

Este es un punto interesante que nos aporta una visión de hacia dónde evoluciona el hombre, pues lo que está claro es que el ser humano que más probabilidades de éxito personal (y reproductivo) tiene, es aquel capaz de adaptar sus ideas al mundo que en cada caso le rodea.

martes, 30 de junio de 2009

Crimen y castigo


La idea que tenemos de justicia varía, en la mayoría de nosotros, dependiendo de si vivimos los hechos en primera o en tercera persona. Es inevitable que el agravio cometido genere en nosotros, en mayor o menor cuantía, ira y odio hacia aquello que lo ha provocado, cuya magnitud depende de muchos factores como por ejemplo el daño causado, a quién, si el autor era consciente o no de ello, etc..

La justicia a la que clama, en la mayor parte de las ocasiones el agraviado, suele poner en su parte de la balanza, no solo el daño causado sino toda esa cantidad de odio generado hacia quien lo ha provocado. Ésto es lo que debe evitar en lo posible la verdadera justicia, porque la verdadera justicia no debe buscar que a quien comete la falta se le inflija un sufrimiento similar al que ha causado, sino que el agravio que ha cometido sea, en la medida de lo posible, reparado.

Es cierto que hay ocasiones en las que es imposible deshacer el mal que se ha hecho, pero incluso en esas circunstancias la idea de la justicia no debe perder su verdadero significado. Puesto que lo que se ha hecho no puede deshacerse, la idea de justicia en este caso parece que sólo puede tender al castigo, a paliar el odio con el padecimiento del que lo ha provocado. Sin embargo los accidentes de tráfico, catástrofes naturales, etc.. dejan huérfana a mucha gente y uno se pregunta si, para ser justo debieran pagar los fabrcantes de coches por no hacerlos mejores o debieramos infligirle al planeta un daño similar al que nos ha enviado. No lo creo, la idea de la justicia va con el gesto de reparar el daño causado, lo que viene después no debe ser entendido como verdadera justicia sino como una forma de evitar que lo que ha ocurrido vuelva a suceder. La pena a que se somete a quien comete una falta debe, pues, estar enfocada a evitar la reincidencia pero, vuelvo a insistir, esto ya no forma parte de la idea (que debieramos tener) de justicia.

Es difícil ponerse en la circunstancia y es más fácil opinar cuando uno está fuera de los hechos. Sin embargo cuando la justicia depende de los agraviados se cortan las manos de la gente que roba, se sentencia a muerte a quien mata y se apedrea a quién es infiel a su pareja. Y uno desde fuera percibe que con estos gestos no se consigue reparar el daño (porque tampoco es lo que se busca con ellos) sino que la "justicia" en este caso sirve a otra causas muy distintas. Pero ante todo debemos plantearnos que si el verdadero problema que tenemos, para poder ser verdaderamente justos, es que no se puede deshacer lo caminado; debemos entender entonces que no sólo tenemos un problema para ser verdaderamente justos, sino que seguramente estamos dirigiendo nuestras vidas de manera irresponsable porque en esta vida pocas cosas tienen vuelta atrás.

martes, 16 de junio de 2009

Excesivamente idealista


A menudo me encuentro debatiendo con gente que considera que la postura que sostengo es excesivamente idealista. ¡Nada más lejos de la realidad! Por mi parte he intentado siempre basar mis argumentos en la experiencia, en la interpretación de la historia o de los acontecimientos. Lo que ocurre, o así lo creo, es que muchas veces las personas no acertamos a ver que en el ser humano coexisten dos circunstancias contrapuestas. Por un lado está el "yo", el ego, lo individual, mis propios intereses,... Por el otro están el resto de personas o cosas; el Mundo (con mayúsculas) que está fuera de mí.

En este juego lo que está claro es que ambas partes deben coexistir: "El "ego" necesita al Mundo para sobrevivir". Lo que no parece estar tan claro son las reglas porque, en primera instancia, parece que cada "ego" buscará de forma natural su propio beneficio o provecho; sacarle al Mundo lo más posible. Sin embargo el Mundo también aporta sus reglas y cuando este comportamiento se vuelve generalizado surgen problemas: diferencias sociales (crispación, descontento, agresividad,...), escasez de recursos, inestabilidad, falta de solidaridad y un largo etcétera. A esto se une el hecho de que, a pesar de que hoy uno pueda sobrevivir únicamente a costa de satisfacer su "ego", tarde o temprano llega el día en que esa circunstamcia se ve alterada (vejez, enfermedad, crisis de cualquier tipo, etc..) que nos hacen necesitar la solidaridad de otros. Por tanto, de este razonamiento se deriva que en una sociedad donde sus individuos se mueven de forma egoista los intereses individuales tienen una menor fecha de caducidad.

Muchos autores han profundizado en el tema de considerar si existe algún modelo que pueda hacer que coexistan los intereses "egoistas", con los intereses del Mundo. Es decir: si uno puede utilizar el egoismo de los individuos como beneficio para el resto. No hace falta indagar mucho. El capitalismo se fundamenta en esos mismos principios: Las empresas lo que desean es vender lo más posible (el máximo beneficio), pero para hacerlo deben de ser los que mejores productos ofrezcan y al mejor precio (beneficio para el colectivo). Sin embargo y a pesar del argumento anterior, no debemos caer en la falacia que plantea porque uno pudiera pensar que para lograr el máximo beneficio fuese lícito explotar a tus trabajadores, engañar a tus clientes o hundir a tu competencia. No, aunque existiese ese modelo ideal que permitiese al mundo sacar provecho del egoismo de la gente, no podría olvidar ciertos principios éticos, que no se establecen por que se entienda que sean una verdad universal, sino porque han demostrado ser los más eficaces.

No se puede entender la convivencia (ni tampoco la competencia) sin respeto, igualdad, solidaridad y otro largo etcétera, hacia nosotros mismos, hacia los demás y hacia el Mundo (con mayúsculas) que nos rodea. Esta no es una postura ideal, es la pura realidad; porque el idealismo sería pretender hacer las cosas como no son, esto es, fundamentar una sociedad en el egoismo, el individualismo o la imposición, lo que siempre nos devuelve a la cruda realidad.

sábado, 6 de junio de 2009

Disculpe señora que no me levante


Groucho Marx se hizo inscribir esa frase en su lápida como un gesto de consecuencia. Como él, cada cual alberga en su mente unas líneas, mas o menos claras, que resumen las cosas más representativas que ha sido o hecho en la vida. Predominan los “recuerdos de la mujer o el marido, los hijos los nietos,...”; lo cual nos lleva a pensar que la mayoría de nosotros llevamos una vida dedicada a la familia y que ella es lo más representativo de nosotros mismos.

Podemos dar una vuelta más de tuerca al asunto y extraer nuevas conclusiones. Así, por ejemplo, podemos poner en boca de Groucho esta otra frase (sin duda menos ingeniosa que la suya): “la vida hay que tomársela con humor”; o en la de la mayoría “mi familia ha sido para mí lo más importante”. Estas ideas marcan las directrices de aquel punto de vista que uno ha mantenido en su día a día; quizá porque uno no escribiría (a no ser que haya obtenido algún logro por ello): “He sido un apasionado mecánico de coches” aunque con ello quiera decir: “Uno debe persistir en sus sueños a pesar de que sólo te respalde ese deseo”.

Si hiciéramos el esfuerzo de imaginar una frase que defina nuestra experiencia de vida quizá saldríamos de la apatía y descubriríamos por que amamos tanto lo que amamos y rechazamos aquello que nos hace infelices. La madurez, sin duda, es alcanzar ese estado de cosas en el que encontramos motivos para rehacernos de nuestros fracasos, solamente porque son vicisitudes que aparecen en el camino que nos lleva a realizar aquello que realmente deseamos.

miércoles, 27 de mayo de 2009

Familia y responsabilidad


Platón defendía en “La República” un modelo de estado en el que los padres desconociesen la identidad de sus hijos. La responsabilidad de educarlos, recaía en las instituciones creadas a tal efecto y acabarían desempeñando el cargo o la función para la que estuvieran mejor cualificados (independientemente de cuál fuese el que hubieron ocupado sus progenitores; a los que no conocían). El vínculo Padres – Hijos se destruiría en favor de un vínculo generacional. Un padre sentiría afecto por cualquier joven de la sociedad que pudiera ser su hijo. Un hijo, por su parte, respetaría a cualesquiera personas que tuviesen la probabilidad de ser sus padres.

El concepto de Familia, en este modelo rompe completamente con el de muchos. No digo que sea correcto, personalmente no lo respaldaría, pero si plantea una cuestión interesante. Independientemente del modelo de familia, existe la responsabilidad de educar y la necesidad de crear vínculos afectivos estables.

En la actualidad, los modelos de familia están cambiando. Los divorcios, parejas del mismo sexo, distintas religiones,... están configurando un nuevo escenario de convivencia y relaciones interpersonales. Ello es positivo por una parte; porque uno ciertamente no debe estar con quien no ama, debe estar con quien ama aunque sea del mismo sexo y por supuesto debe vivir bajo las creencias o ideales que considere oportunos. Pero por otro lado existe un tema delicado que no atañe directamente a nuestros intereses o creencias sino a las de aquellos hijos (personas) que hayamos decidido tener.

Inevitablemente y en tanto ellos aún no son independientes o maduros siguen necesitando a sus padres (o educadores) en muchos aspectos que requieren un esfuerzo y madurez superiores. Independientemente del modelo de familia que uno quiera adoptar (lo cual es algo personal o individual), los hijos precisan tres cosas inexorablemente: estabilidad emocional, afecto e información. La forma de aportar estas tres cosas podría ser diversa pero en la forma en que hoy día se hace presenta ciertos errores. Debiera haber seriedad en la creación de vínculos afectivos; una pareja que decide tener o adoptar un hijo debe ser sólida y estable (aunque no dure siempre). La estabilidad emocional requiere saber aceptar el rechazo o la separación de la otra persona y seguir respetándola y amándola (bien sea en otro sentido) sin crear escenarios de tensión. Por último (pero no menos importante) está el tema de la información. La curiosidad de los niños debería de satisfacerse desde la confianza y con la verdad; con instrumentos que les sean útiles para desenvolverse en su escenario social. Ante temas que pudieran ser tabú (sexo, drogas, aspectos cultrales,...) si forman parte de su día a día y nunca se les han planteado corren serio riesgo de actuar erróneamente. Esto quiere decir que uno debiera aceptar (si uno mismo no se toma esa molestia) que las instituciones públicas facilitaran esa información positiva para una mejor convivencia (aunque uno considere que sus hijos por la educación o creencias recibidas no necesitan dicha información).

En definitiva, creo que la solución a estos problemas no reside en la renuncia a la felicidad por parte de los padres, ni tampoco creo que a costa de esa felicidad deban sacrificarse la felicidad o la educación de los hijos. Los nuevos escenarios de convivencia plantean nuevas coyunturas y problemas que deben resolverse desde la tolerancia teniendo en cuenta todas las sensibilidades, peligros y necesidades.

sábado, 16 de mayo de 2009

La esposa del César


Se convierte en un hecho de actualidad la bien conocida frase sobre esta personalidad (“La mujer del César no sólo debe se honrada sino que, además, debe parecerlo”). Esta afirmación es aplicable a muchos entornos en los que el cargo, la posición o el rol que ocupamos nos exige comportarnos o poseer unas determinadas “virtudes”. En torno a ella surgen diversas cuestiones de singular naturaleza que a continuación comentaremos.

En primer lugar está el hecho de que la duda no exige vercidad. Esto es, quizá soy honrado, el más honrado del mundo, pero si alguien arroja por cualquier motivo sobre mí la sombra de la duda, ello me incapacitaría en muchos casos para desempeñar las funciones propias de mi rol. Para ilustrar este hecho, por ejemplo, podríamos asegurar que pocas mujeres se pondrían en manos de un ginecólogo que hubiese sido acusado de pervertido sexual, aunque fuese el mejor profesional del mundo. En vista de esta percepción subjetiva y gratuita del asunto parece obvio que la mejor praxis que se podría llevar a cabo para hundir a un gran adversario (mejor que nosotros) sería sembrar la duda en torno a su persona.

Puede parecer que la otra cara de esta moneda es la que permanece oculta. Esto es: habrá quien verdaderamente haya cometido fechorías y siga viviendo la vida sin asumir su responsabilidad por ellas. Pero aun más allá está el hecho de que la mancha en la imagen puede no tener nada que ver con el cargo al que uno aspira. Pueden, por ejemplo, acusar a un político de adúltero (o sadomasoquista) y que ese hecho sea suficiente para considerar que esa persona ya no puede ser un buen dirigente o un buen administrador.

Se percibe en todo esto que existe una cierta exigencia moral que se basa en la percepción colectiva y que resulta en muchos casos determinante a la hora de considerar si una persona es o no adecuada para cumplir una determinada función basándose, no es las aptitudes que son exigibles para un buen desempeño de esa función, sino concernientes a otros aspectos de su persona. Pero en esta percepción subjetiva y muchas veces formulada de manera infundada o exagerada se plantea la verdadera cuestión: cuando surgen los problemas o las verdaderas necesidades necesitamos a personas cualificadas para cumplir su labor y tomar decisiones acertadas. Así, si estoy enfermo, por ejemplo, quiero que me atienda el mejor médico posible independientemente de si es un adúltero u homosexual.

En otro orden de cosas también resulta deseable (a parte de separar las cuestiones que si son susceptibles de ser consideradas indeseables para un determinado rol de las que no lo son) está la necesidad de certeza. De la misma manera que no se puede consentir que un ladrón, por ejemplo, se encontrase al cargo de la tesorería y saliese impune después de haberla saqueado en su beneficio, no se puede tolerar que alguien que acuse falsamente a otro que sí estaba verdaderamente cualificado para su puesto, perjudicándole salga igualmente airoso de su calumnia. Su perjuicio en este caso ha sido doble, ha perjudicado a una persona cualificada que cumplía con sus funciones y a todo un colectivo que se beneficiaba de ello.

Cambiando el refrán (reconozco que resulta más dificil de recordar :))La mujer del César debe pues tener las cualidades o virtudes que son exigibles a su cargo (separadas de aquellas que no lo son), debe asumirse que las tiene a la vez que deben de existir mecanismos que así lo garanticen. Esta imagen no debe verse afectada hasta que se demuestre que no las posee y de ser falso, aquellas personas que hayan aportado el testimonio deben ser penalizadas.

lunes, 4 de mayo de 2009

El hombre virtuoso


Sherlock Holmes era un “aficionado” a la cocaína. La consumía sólo cuando su mente no estaba distraída en algún caso o alguna deducción. En esos momentos sus brillantes cualidades dejaban de ser a su vista algo maravilloso para convertirse en un tormento. Es como quien posee una moto estupenda pero no puede conducirla y se ve obligado a admirarla en el garaje imaginando la sensación del viento en la cara, el rugir del motor o la aceleración cuando uno aprieta el puño. La única forma de olvidar las cosas que nos gustan o nos preocupan cuando no podemos hacer nada por remediarlo es “atontando” o “aplastando” esa sensación.

Muchos grandes hombres y personalidades en la historia han sido reconocidos “viciosos” y otros que la historia recuerda como monstruos fueron (respecto al “vicio”) hombres “virtuosos”. No es de pretender que la gente se convierta, por esta afirmación, en drogadicta, alcohólica o ludópata, pero la idea de la virtud, de la inflexibilidad respecto a los “pequeños placeres” que esporádicamente uno pudiera otorgarse, vuelven a la persona más intolerante respecto a los demás. Quien se jacta de no tener ningún pequeño “vicio”, ningún “defecto” (con cierta mesura) que lo haga ser “humano” se muestra intransigente con lo que él considera “vicio” entre los demás y a sí mismo se ve “virtuoso” (lo que constituye el defecto!).

Es cierto que hay “vicios” más difíciles de controlar y en los que uno no debiera jamás adentrarse y debiera escuchar la terrible experiencia de quienes lo han hecho. Sin embargo a mi entender la “virtud” no es carecer de “vicios”; es más bien ser consciente de que uno debe aprender a controlarlos y a no ponerlos nunca sobre las cosas que lo hacen verdaderamente feliz. Quien es capaz de lograr esto último posee sin duda una mayor fortaleza moral y equilibrio que quien los rechaza sistemáticamente y huye de ellos o los reprime bajo una falsa idea de moralidad

lunes, 27 de abril de 2009

La idolatría


Quizá haya otras interpretaciones pero, personalmente, definiría la idolatría como un profundo “amor” hacia los símbolos olvidando (por otra parte) las “cosas” a las que representan. Esta es sin duda una tendencia peligrosa porque el respeto a los símbolos no debiera ser en ningún caso superior al que se siente por aquello que “significan” o dan significado. Si uno se jacta de amar u odiar un símbolo debiera también hacerlo de conocer en profundidad aquello a lo que, valga la redundancia, simboliza y debiera amar u odiar mucho más.

sábado, 25 de abril de 2009

La verdadera metafísica del Mundo


Se sugiere en muchas publicaciones la idea de lo “aparente” de la ciencia en tanto que no es en sí misma nada más que un “modelo” de la realidad. Se sugiere que la verdadera búsqueda es una búsqueda metafísica al estilo de los antiguos filósofos griegos que redujeron el mundo a elementos, ideas,... que pretendían ser en sí mismos la “realidad”.

Para tener clara nuestra forma de investigar el mundo en todos sus aspectos debemos hacer frente a dos obviedades. La primera es que la información que recibimos es sensorial, son imágenes, sonidos, gustos, tactos y olores de lo que hay ahí afuera, son pequeñas porciones de información que el mundo nos devuelve. Está claro que las cosas no son lo que se ve, se oye, se palpa, se huele o se saborea de ellas; pero la cuestión no es esa. La segunda obviedad se reduce, pues, a la consideración de nuestras propias limitaciones porque, ¿qué es algo que no se ve, que no se puede tocar, ni oler, ni oir, ni saborear? Puede que exista, pero a nuestros sentidos es NADA.

Esta limitación es bien conocida por los racionalistas que propusieron entonces que la verdad no viene de “fuera” sino de “dentro”. Esto es: puedo encontrar la “verdad” sin recurrir a las “imágenes” que obtengo del mundo a través de mis sentidos. La lógica explica el mundo, según ellos. Sin embargo en este sentido también estamos limitados pues: si A es B y C es B entonces C es A, pero cuando las variables se tornan tan infinitas como lo son en el mundo en el que nos ha tocado vivir la mente del hombre no es capaz de dar de sí. Luego está la pega de que hay que ver si eso corresponde con la realidad y, de nuevo, tenemos que capear con nuestros sentidos. Ya dijo Kant que la razón pura no es suficiente; pero aunque lo fuera y razón y experiencia nos dieran una solución final, está la incapacidad para darlo a conocer a los demás pues, a modo de equipararlo, si un genio descubriese la verdad del mundo y para él esa verdad fuese tan simple como A es C, ¿cómo podría enseñársela a un asno? Hay cosas que muchos no podemos en su complejidad comprender.

Por otro lado uno descubre que la “lógica” tiene varios niveles de aumento. Aunque pudiéramos dilucidar todo el mecanismo físico y nervioso que tiene lugar en nuestro cuerpo, con enzimas y su composición, a nivel atómico y molecular con una secuencia lógica aplastante que nos devuelva un resultado que no da lugar a dudas ni refutación y que viniese a explicar por qué cuando nos atizan un mamporro tenemos una necesidad imperiosa de devolverlo, uno se plantea si eso era algo que no parecía ya bastante “lógico” (aunque hubiésemos tenido que esperar siglos o quizá milenios de ciencia, razonamiento o filosofía para saberlo de “verdad”).

Más allá uno se plantea (porque en este mundo a casi todo ya se le han dado muchas vueltas) si esa verdad importa, si es útil. La verdad es que hay mucho conocimiento detrás de nosotros, tanto como para pensar que podemos controlarlo todo o podemos siquiera leerlo o conocerlo en su totalidad. En ese sentido el utilitarismo es una corriente “falsa” (no lo niego) pero es “útil”. No discuto que, por ejemplo, los coches que se hacen hoy en día son mucho más ineficientes e incómodos que los que disfrutarán nuestros hijos o nietos pero no podemos por ello desecharlos y morir esperando el coche ideal (porque a lo mejor no existe o esa idoneidad depende de las circunstancias). Al utilitarismo no le importa la universalidad porque además si uno vuelve la vista atrás no puede sino dilucidar todo el daño (¿innecesario?) que han hecho las ideas absolutas a lo largo de la historia. A mi no me importa que lo mio sea “menos lógico” que lo que está por venir, al contrario lo que deseo es que las cosas que cambien lo hagan hacia esa “lógica superior”.

Quien lograse la hazaña de hallar esa verdad absoluta (esa “logica superior”) quizá lograría el reconocimiento del mundo entero (si es capaz de hacérsela comprender....) o quizá, por qué no, su destrucción... Quizá no existe aunque esa sea la afirmación más fácil de hacer. Pero las cuestiones que planteo son otras: ¿existe? ¿qué hacemos mientras no poseemos ese conocimiento absoluto? ¿nos matamos? ¿nos amamos? ¿escogemos una al azar?... Que cada cual medite lo suyo y extraiga sus conclusiones...

lunes, 20 de abril de 2009

Una falsa idea de bondad


La idea de lo “bueno” es una cuestión filosófica del más alto nivel. Para saber a lo que atañe, Russell defiende la idea de que este concepto está ligado muy íntimamente a la naturaleza humana. “Si un meteorito chocara y destruyera un planeta lejano sería un espectáculo de la naturaleza, si ese mismo meteorito se dirigiese a destruir a la Tierra, ello sería algo espantoso”. A la luz de esto parece, además, que cuando la desgracia que llega es para todos, todos estamos de acuerdo.

Cambiando de frente podemos también llegar a un acuerdo sobre lo que no parece ser la bondad. Por ejemplo: si yo creyese que duchándome con un determinado gel es suficiente para que yo sea considerado un hombre bueno, muchos no estarían de acuerdo conmigo. Esta idea es además muy peligrosa porque aunque realmente mi gesto no es “malo” (no hay nada malo en asearse) sí lo es la idea de pensar que un acto trivial me convierte en alguien virtuoso y, además, pensar que esa “bondad” es suficiente. Después de ducharme y haber hecho mi “bien” diario yo sería un hombre “bueno” aunque no tuviera ni un solo gesto amable con nadie o me dedicase a pegar a la gente. Aunque resulte cómico, este es uno de los grandes defectos de las religiones. Hace unos meses un judío ortodoxo arrojó ácido a la cara de una muchacha judía porque su belleza y su forma de vestir eran “provocativas”. Esta idea de “bondad” sustenta muchas de las barbaridades que se cometen hoy en día en el mundo.

De nuevo se percibe que la interpretación metafísica del mundo juega un papel fundamental en esta idea del “bien” y que lo que es considerado “bueno” no siempre tiene las consecuencias que uno espera de un gesto “bondadoso”. No obstante uno percibe que la “bondad” de un acto no está tan marcada por el acto en sí, sino por su finalidad y consecuencias. Ello hace que gestos que consideramos “malos” se tornen “buenos” (se puede, por ejemplo, causar dolor para curar una herida). Este hecho no debe tampoco malinterpretarse a riesgo de considerar que aquel judío arrojó ácido a la cara de la muchacha para bien. La cuestión es ¿qué bien? ¿el de la muchacha o el de quienes estaban siendo “provocados”? Si lo hizo por la muchacha le hizo un flaco favor porque seguramente la habrá perjudicado para el resto de su vida. Si lo hizo por los “provocados” no deja de ser un gesto egoísta porque los pensamientos “malos” no provenían de la muchacha sino de ellos mismos. Parece por tanto que la idea de un gesto “bueno” es lícita si uno lo hace para “beneficio” de aquellos para quien va dirigido.

El beneficio también se torna algo discutible; porque yo puedo pensar que hago algo para bien de alguien cuando finalmente le estoy perjudicando. Por tanto, uno puede creer que ante la duda lo mejor es no hacer nada y ciertamente si el muchacho no le hubiera arrojado ácido a la cara a la muchacha hubiera sido un gesto más satisfactorio. Pero entonces ¿quien no duda? ¿quién puede decir que sus obras son para verdadero bien? ¿debe uno vivir sin hacer nada? Si uno salva a alguien de la muerte (que no quería morir) obtiene un reconocimiento generalizado. Parece que aquella parte que atañe a la naturaleza del hombre, según Russell, marca unas determinadas pautas según las cuales consideramos que ciertos actos son buenos. Si la persona a quien se salva es un asesino, la gente no experimenta tanta satisfacción porque aquella persona le proporciona una cierta sensación de repulsa. Por tanto podemos creer que la idea del bien es el resultado de una pugna de sensibilidades y que la idea más “absoluta” del bien es aquella “sensación” más extendida. No obstante lo anterior, la sensibilidad hacia ciertos aspectos (como el sufrimiento, la muerte, la “rectitud”, la “obediencia”, ...) es algo que no es inherente al ser humano, sino que depende en muchos casos de la coyuntura social y de la educación.

No podemos influir sobre la sensación que nos produce el dolor, el hambre, etc... (cosas de las que por otro lado estaríamos dispuestos a rescatar a quien fuese) pero si podemos hacerlo contra la aversión que podamos experimentar hacia la “pulcritud”, el “pecado”, la “obediencia” que son sentimientos mucho más relativizados y sobre los que no podemos emitir un juicio apresurado, tanto como para arroja ácido en la cara de nadie

jueves, 16 de abril de 2009

Los traumas de una nación


Aunque solo se trate de una sugestión colectiva, cada nación tiene sus “traumas” y sus prejuicios. Los estadounidenses, por ejemplo, experimentan aún hoy una cierta aversión hacia el comunismo fruto de sus contiendas en el pasado. Esto es así de tal manera, que se han convertido en acérrimos defensores de un capitalismo muy liberalizado, cuyos “defectos” han propiciado la crisis en la que nos encontramos hoy.

Los españoles no pecamos de lo mismo que los americanos, pero lo hacemos de otras cosas. Muchos detractores de la monarquía, por ejemplo, alegan al gasto innecesario para justificar sus argumentos; sin embargo, más grave resulta en ese sentido la crisis de identidad que padecemos y que nos lleva a asumir un complejo y costoso sistema de autonomías (17 comunidades y 50 provincias) donde otros países de similar o mayor extensión que el nuestro, solo segregan su territorio administrativamente en 3 o 4 regiones. Esta mayor disgregación limita territorios donde la escasa población unida a la creciente autofinanciación logra además que el sistema sea tremendamente injusto y que haya regiones que no puedan financiar, por ejemplo, una sanidad pública de calidad (entonces el estado debe ayudar en ese sentido).

Atendiendo a esto y mirándonos directamente al ombligo debemos cuestionarnos realmente la necesidad de abordar estos problemas, porque la experiencia dice que tarde o temprano alcanzan una situación irreversible y mucho más traumática que la idea que ha dado origen a la coyuntura. Al igual que desde fuera vemos el trauma de otros simple y sin sentido, desde dentro el problema se torna realmente mucho más complicado. Aunque se trate de planteamientos y posturas incorrectas todo se encuentra trabado. Por un lado toda la estructura interna del estado se fundamenta en ello y muchos están convencidos de su necesidad. Por otro, muchos no alcanzamos a vislumbrar cómo evolucionaría la situación si se cediese al cambio. En este orden de cosas todo se queda, finalmente, como estaba.

No obstante lo anterior, debemos aportar nuestro grano de arena expresando nuestra opinión y experiencia. Personalmente opino que la identidad nacional no la proporciona ninguna distinción cultural sino los principios bajo los que se sustenta. Creo que por encima de la forma de gobierno se encuentran los principios fundamentales en los que todos deberíamos creer (igualdad, solidaridad, tolerancia, respeto,...) y personalmente me identifico con cualquier nacionalidad en la que sus ciudadanos promulguen con convencimiento, eduquen y traten de aplicar de manera efectiva dichos principios entre sus conciudadanos. Creo que recuperar la identidad pasa por reeducar o reconducir del egoísmo que supone no creer en estos principios; aunque siempre estemos más convencidos de ellos los que necesitamos la solidaridad de otros que hoy no necesitan nada de nosotros.

martes, 31 de marzo de 2009

Un tributo a Bertrand Russell


Cuando hablamos de los filósofos que más han influido en el siglo XX, Bertrand Russell no suele ser uno de los que más se mencionan. No obstante, para mí constituye uno de los más importantes pensadores porque, para entender a Russell, uno tiene que estar dispuesto a poner en tela de juicio hasta sus propias convicciones. Quisiera en este post pues, darle la oportunidad de exponer su propio criterio transcribiendo literalmente una idea que es clave en toda su obra.

Hubo una época en que era racional creer que la Tierra era plana. En esa época esa creencia no tuvo las funestas consecuencias propias de lo que se llama “fe”. Pero la gente que en nuestra época sigue creyendo que la Tierra es plana tienen que cerrar sus mentes a la razón y abrirlas a todo tipo de absurdo, además del que ya parten. Si piensas que tu creencia está basada en la razón la defenderás con argumentos más que con persecución, y la abandonarás si los argumentos van en contra tuya. Pero si tu creencia se basa en la fe te darás cuenta que el argumento es inútil y, por tanto recurrirás a forzarlo, ya sea por medio de la persecución o atrofiando o distorsionando las mentes de los jóvenes en lo que se llama “educación”...

lunes, 30 de marzo de 2009

¿Qué le pasa al bizcocho?


Pretendo hacer en este post una reflexión en torno a la necesidad de experiencia y conocimiento a la hora de formular o emitir un juicio, a pesar de que se trate de un juicio basado en un razonamiento lógico. Imaginemos para ello y como ejemplo la siguiente secuencia:

AAABBB...

Tratemos de discutir lógicamente cómo continuaría la serie. Veremos que reordenando los términos de una manera o de otra podemos hallar distintos patrones todos igualmente lógicos aunque no todos igualmente complejos. Por ejemplo, una primera forma muy sencilla de continuar la serie sería:

AAA BBB CCC ...

No obstante esta no es en modo alguno la única. Concatenando las letras de otra forma llegamos a la siguiente serie un poco más elaborada:

A AA BBB AAA BBBB CCCCC ....

Y alguna otra:

AA AB BB BC CC .....

A falta de más datos resulta complejo emitir un juicio “correcto” pues aunque todas las series comienzan de una misma manera, prosiguen con una “lógica” distinta. Lo que a nadie le parecería lógico, por ejemplo, sería el considerar que la serie continuase así:

AAA BBB 654 434 32 2

Esto pone de manifiesto que aunque la lógica de los razonamientos sea distinta normalmente tienen ciertos puntos comunes. En nuestro caso, todas continúan con combinaciones de letras A, B, C,.. siguiendo un patrón (abecedario) establecido. Quisiera llamar la atención sobre el hecho de que, aunque no hubiéramos sido capaces de razonar ninguna serie, la experiencia sin duda nos habría llevado a plantearnos una solución basada en letras ordenadas según el abecedario.

Si la serie se tratase, por ejemplo, de datos arrojados de experimentos con átomos, la solución al enigma vendrá dada por el hecho de que la realidad corresponda con alguna de las soluciones propuestas. No obstante, de forma casi segura, todas se parecerán en algo a la realidad o tendrán su parte de sentido. Por esto es importante incluir en los razonamientos lógicos elementos basados en la experiencia, pues aunque erremos finalmente en nuestros razonamientos, la solución no distará mucho de ellos.

En un ejemplo un poco más coloquial; a un niño con retraso madurativo se le planteó la siguiente cuestión: “¿Qué le ocurre a un bizcocho si llega el momento de sacarlo del horno y se nos olvida?” El muchacho contestó: “Pues que se queda dentro”. No le faltaba razón.

viernes, 27 de marzo de 2009

¿Cómo se llega a la fatalidad?


Una discusión, que en apariencia nada tiene que ver con el tema de la violencia de género, es la que alienta esta reflexión. Lo que se debatía en esa conversación era: ¿por qué, mayoritariamente, nos sentimos más seguros ante los demás cuando tenemos pareja? Obviando los razonamientos, la conclusión que se alcanzó fue que: el sentirse amado o respaldado por otra persona eleva nuestro nivel de autoestima.

Este hecho tiene una importancia relativa. Cuando uno es guapo (guapa) o sus circunstancias o características contribuyen a elevar su nivel de autoestima, quizá para él (o ella) el hecho de tener pareja no suponga una merma o un aporte significativo. Sin embargo, cuando uno se siente muy poco el planteamiento decae radicalmente.

Como debatíamos en el post “un juego de rol”, las personas asumimos distintos roles dependiendo de la coyuntura y veíamos que, aunque algunos roles eran de nuestro agrado, otros se tornaban indeseables (el “pringao”, el “pardillo”, el debil...). Cambiar esas circunstancias requería de un proceso que también describimos en aquella publicación. En esta ocasión el problema tiene un planteamiento similar pero desde el otro lado. La cuestión es: ¿qué induce a una persona a convertirse en el abusón, el celoso, el violento, el maltratador? Y por otra parte ¿cómo se podría modificar esta circunstancia?.

El quid de la cuestión radica, desde mi punto de vista, en que este tipo de personas tienen un muy bajo nivel de autoestima. Desde este planteamiento resulta lógico pensar que tratarán por todos los medios de retener aquellas pocas cosas que elevan su ego. Por otro lado, su propia inseguridad les lleva a asumir que quizá nadie más quiera estar con ellos; lo cual les induce a aferrarse aún más a su planteamiento irracionalmente “proteccionista”. De todas estas historias (dependiendo del carácter de cada una de estas personas) cuando finalmente se decide ponerles fin, algunas sumen en una profunda depresión y otras acaban de forma irracionalmente violenta.

El problema de fondo es, como siempre, el que debe combatirse de manera más concienzuda. Esto también ha sido tema de otras publicaciones (véase: “hasta el fondo”). Por tanto a corto plazo la ley si debe dar una respuesta a esta problemática, pero a largo plazo todo se reduce a un problema educacional y de concienciación. Convencimiento en la necesidad de diversificar nuestras fuentes de autoestima, manteniendo imprescindiblemente a los amigos, sintiéndonos realizados con nuestro trabajo o aficiones, manteniendo siempre un cierto nivel de “gusto” por mantenernos físicamente sanos mediante el deporte, también tratar de mantener el “gusto” por la higiene (arreglarnos, asearnos, sentirnos atractivos), por supuesto también nuestra pareja, hijos, familias,...

Creo que no rechazar ni dar de lado a ninguna de ellas es la clave para mantener en todo instante la “cordura” que todos necesitamos.

miércoles, 25 de marzo de 2009

Héroes (o la necesidad de convicción)


El héroe es una persona extraordinaria. La definición que nos aporta la RAE para describirlo es la siguiente:”Persona ilustre y famosa por sus hazañas, virtudes y acciones” y visto así parece que nosotros no podemos aspirar a tanto. Tenemos virtudes pero también defectos, somos anónimos y la fama nos queda muy lejos por cualquiera de los caminos que imaginemos para tratar de alcanzarla. Nos falta algo.

Por otro lado resulta que es muy complicado saber lo que verdaderamente le gusta a la gente. Así, si elegimos uno u otro camino podríamos llegar a ser héroes para algunos y quizás monstruos para otros. La cuestión es arriesgada, además, porque hay ocasiones en las que se ponen en peligro muchas cosas: la libertad, la integridad física, la privacidad... Parece pues que no debe ser el deseo por alcanzar la fama lo que mueve al héroe realmente, debe haber algo más.

Quisiera saber entonces ¿qué motiva finalmente a una persona a arriesgar su vida, su integridad, su libertad, su familia, su privacidad y tantas otras cosas en pos de quizá una fama o un reconocimiento que nunca llegará? Después de pensarlo mucho uno cae en la cuenta de que no puede ser otra cosa que una profunda convicción.

domingo, 22 de marzo de 2009

¿A quien le corresponde?


Las decisiones llevan intrínsecamente asociadas a ellas la necesidad de que alguien las tome. La cuestión que planteo, pues, en torno a esta aseveración es (precisamente): ¿A quien le corresponde?

Esta pregunta no es nada trivial y es por contra el origen de muchas de las controversias morales que se nos plantean hoy en día. La eutanasia, el aborto, la pena de muerte o la guerra son algunas de ellas pero hay muchas otras. La característica común a todas ellas es simple pero muy difícil de vislumbrar claramente y es su marcado carácter metafísico. Este viene impreso en el hecho de que para dar respuesta universal a todas ellas primero han de resolverse cuestiones como: ¿qué es la vida? ¿donde empieza el ser humano? ¿que es la toleancia?...

En posts anteriores hemos tratado este tema muy a fondo (Vease: “Moral basada en la experiencia” o “Emulando a Russell” entre otros). El problema de fondo como ya hemos visto es la imposibilidad de llegar a un acuerdo en torno esas preguntas. El siguiente paso es considerar que, a pesar de no poder llegar a un acuerdo, esas cuestiones siguen necesitando una “respuesta” a nivel social y de nuevo: ¿a quién le corresponde? Wittgenstein afirmaba en su tractatus que “de lo que no se puede hablar hay que callar” y desde mi punto de vista esta es la postura más sensata. Como también concluimos en otros posts hemos de extraer el debate metafísico de la resolución de estas cuestiones y fijarnos solamente en lo que dice la experiencia que es “bueno”. Por tanto a la pregunta anterior debemos contestar: “La decisión le corresponde a una acertada interpretación de la experiencia”.

No debemos, en cuestiones que excedan del terreno metafísico al real, aceptar interpretaciones basadas en nada que no sea la experiencia. Por mi parte me siento un acérrimo defensor de esta afirmación pues todo lo que no es experiencia se convierte en azar, un juego que puede salir bien o salir mal...

jueves, 19 de marzo de 2009

Amén


Quisiera llenar este post de preguntas más que de opiniones. Preguntas como: ¿Qué son la dignidad y la tolerancia?, ¿qué es el respeto o la igualdad? ¿qué el amor? Quisiera hacerlo además en la certeza de que verdaderamente usted, que está leyendo estas líneas, será capaz de esbozar una respuesta; de plantearse el significado que para usted tienen. Aún más allá le pediría que tratase de eliminar de esa definición aquellas partes de la misma que estuviesen sujetas a su propio contexto y finalmente, si me lo permite, desearía saber si cree que aquello que piensa es lo que todos deberíamos pensar y si esa creencia se basa en el hecho de que de ser así el mundo sería un lugar mejor y la gente viviría de una forma más feliz y plena.

Ahora desearía que usted hiciera un ejercicio de empatía y tratase de imaginar que tiene la capacidad imponer esa creencia y hacer que el mundo sea un lugar mejor para todos. Finalmente, le ruego que me disculpe, imagínese que esta usted equivocado...

viernes, 6 de febrero de 2009

¿Economía o sociedad?


Desde el punto de vista familiar uno es capaz de percibir esta dualidad de una forma mas o menos clara. Está claro que la prosperidad del núcleo familiar está supeditada en una primera instancia a que sea económicamente soportable. Esto es, si los ingresos son inferiores a los gastos y no hay forma de salvar esta situación, el núcleo familiar tiene muchas probabilidades de ser problemático o incluso de fragmentarse.

Por otro lado está la cuestión de la obligación moral. Como padres, independientemente de la economía, estamos obligados moralmente a hacernos cargo de los hijos, proporcionarles alimento, vestimenta y educación hasta que sean capaces de valerse por si mismos.

El problema radica precisamente en esta circunstancia: ¿Que hacer cuando se tienen responsabilidades pero no se tiene dinero? Haciéndolo extensible a los Estados cabe la duda al dar prioridades a una u otra y dar respuesta a los interrogantes: por qué y cuándo.

La solución desde mi punto de vista no es tanto dar respuesta a la anterior pregunta, sino más bien plantearse otra que nadie suele hacerse y es: ¿Que hacer cuando voy bien económicamente y no tengo excesivas responsabilidades? En mi modesta opinión, aquí reside el quid de la cuestión. Puesto que la sociedad reclama ayuda cuando la economía va mal, es lógico prestar atención a esta circunstancia y preservar un cierto nivel de austeridad cuando económicamente uno se encuentra bien como forma de prevención. Imponerse un cierto nivel de autocontrol en torno a estas cuestiones es sin duda un paso adelante en el desarrollo sostenible de la sociedad, a la vez que una forma de autoprotección frente a un tipo de incidencias como puede ser la crisis que hoy en día padecemos.

jueves, 5 de febrero de 2009

Lo que aprendí de mis padres


No estoy de acuerdo en considerar que toda la educación que he recibido proviene de mis padres. Por otro lado, no creo en modo alguno que yo esté de acuerdo al cien por cien con todas las ideas que ellos profesan y muchas veces me consta que entre ellos mismos tampoco están de acuerdo en otras tantas.

Este hecho, lejos de ser perjudicial, es sin duda y por contra muy deseable. La educación no debe basarse en la imposición; debe construirse alimentando la curiosidad y el diálogo con las personas en el momento que se produce la duda. Esa información que demandamos las personas nos surge en muchos casos porque de alguna manera se nos ha sido presentada. Si nos ofrecen droga y nadie nos ha hablado de ella quizá podríamos caer en la trampa y aceptarla. Nuestros padres seguramente habrían estado muy agradecidos de que alguien, aunque no hubieran sido ellos mismos, nos hubiesen enseñado a rechazarlas. De la misma manera quizá en cosas menos evidentes, incluso para ellos mismos, agradecerían enormemente que alguien enseñara a sus hijos a proteger su privacidad y a no ser engañados a través de internet.

El riesgo del conocimiento recibido exteriormente es el pensamiento adoctrinante. Este tipo de pensamiento no es objetivo, esta basado en el punto de vista que cada cual posee y por tanto no puede hablarse de él de forma absoluta. Esto es: “Las drogas son malas” es una afirmación que no admite lugar a la duda; pero “El comunismo o el fascismo son buenos” eso ya es algo discutible, al igual que enunciar que “la religión católica es la verdadera”.

Entiendo, desde el punto de vista de los padres, su deseo de que sus hijos no sean adoctrinados por nadie en ningún sentido, lo cual es admirable; siempre y cuando no sean ellos mismos los que se reserven el derecho de hacerlo. Como padres deben educar para que ellos mismos adquieran el conocimiento necesario para tomar sus propias decisiones cuando llegue el momento. Esa es la postura con la que también debemos resolver nosotros las dudas de quienes se nos acercan buscando una respuesta.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Lo que cada uno llevamos dentro


Las soluciones que aportamos a los problemas están fuertemente sujetas al contexto. En un momento inicial de esta crisis internacional que vivimos, por ejemplo, nadie plantearía una solución xenofoba al problema del desempleo; sin embargo cuando las circunstancias arrecian, la sociedad empieza a percibirla como válida. Comenzamos a considerar justificado el trato prioritario, el endurecimiento de la política de residencias e incluso la expulsión.

Este hecho pone de manifiesto algo muy propio del ser humano. Las dificultades (no sólo cuando se trata de circunstancias adversas generalizadas como es el caso) sacan lo mejor y lo peor que cada uno llevamos dentro. Esto nos debe hacer reflexionar sobre nuestra postura en estas cuestiones y considerar si nuestro punto de vista se rige por nuestra convicción o movido por las circunstancias.

Debemos de considerar que el temporal tarde o temprano se acaba, pero la imagen que dejamos al mundo y a las personas que nos rodean siempre permanece imborrable. Si fuimos considerados en la adversidad, si fuimos ayudados o ayudamos, si nos mantuvimos firmes en nuestros principios eso jamás se olvida. Si por el contrario nos movimos buscando nuestro propio provecho debemos estar dispuestos a admitir que, llegado el momento, también a nosotros se nos dé de lado.

Esta es una época de descubrir lo que cada uno llevamos dentro.

miércoles, 21 de enero de 2009

¿Por qué lo hacemos?


Ortega y Gasset se refería en “la rebelión de las masas”a esta misma idea: La sociedad, la masa, mueve al individuo. Nos encontramos ante una idea harto debatida y cuestionada, aceptada y practicada en todas y cada una de las sociedades a lo largo de la historia; pues aunque la fenomenología de las masas es hoy más determinante, las masas del pasado también constituían en sí mismas una corriente, una forma de vida a la que adherirse.

¿Por qué lo hacemos? , ¿por aceptación?, ¿por supervivencia?, ¿por el sentimiento de pertenencia? Atendiendo a las necesidades del individuo Maslow plantea su conocida pirámide de necesidades con la que es posible estar más o menos de acuerdo (recordemos la salvedad de que, en última instancia, el ser humano es capaz de cambiar la importancia relativa que otorga a sus necesidades). De ellas , la necesidad de pertenencia, que ya hemos mencionado, lleva implícita la formación de un nuevo ente: las sociedades.

Si continuamos por este camino derivado de la teoría de Maslow, resulta comprensible admitir que la muerte de las sociedades, los sistemas políticos, organizaciones internas, etc... se produce en el instante en que éstos no son capaces de satisfacer las necesidades que el individuo considera más importantes que pertenecer a ellos. A pesar de esta observación y considerando que, efectivamente, la sociedad es capaz de satisfacer al individuo esas necesidades, continúa sin resolverse la cuestión.

Indagando aun más en la búsqueda de esa respuesta nos percatamos de un detalle obvio. Según Maslow el fin de las sociedades es alimentar el sentimiento de pertenencia y nada más, pero esto no corresponde con la realidad. Lo cierto es que la cantidad de individuos que componen las sociedades de hoy en día no sería sostenible si no fuese dentro de las mismas. Esto es; si hoy nos viésemos obligados a buscar por nosotros mismos nuestro propio alimento y esta situación se prolongara en el tiempo gran parte de la población mundial no sobreviviría.

Lo que quiere decir esto es que hoy, la satisfacción de parte de nuestras necesidades más primarias (según Maslow) está sujeta al buen funcionamiento social. Por este motivo nuestros esfuerzos van siempre destinados a salvaguardar la maquinaria que hace que la sociedad prospere. En nuestro caso la economía y el consumo son los dos pilares fundamentales. De ahí nuestro complicado comportamiento consumista.

Contestada la pregunta cabe plantearse otras a tenor de las incertidumbres que vivimos hoy en día; por ejemplo: ¿Como introducir el hecho de que los recursos son limitados dentro de esta filosofía consumista que tiende a agotarlos más rápidamente?, ¿seremos capaces de afrontar este reto o será necesario un cambio de modelo?

domingo, 11 de enero de 2009

El día de hoy



Nos interesan mucho el ayer y mucho más el mañana, pero lo que más nos interesa es el día de hoy. A esta praxis algunos la llamaron Carpe Diem; personalmente prefiero llamarla simplemente:lo Presente

El presente tiene la extraordinaria característica de ser lo que estamos viendo en este mismo instante. El pasado y el futuro por el contrario son imágenes ya vividas y expectativas que aun no se han hecho realidad, que viven en nosotros pero que no están ahí afuera. El poder de lo que significa el ahora más inmediato es innegable. Uno puede, por ejemplo, hacer valor a una circunstancia futura y afirmar: “dentro de un mes salto en paracaídas”. Sin duda la imagen mental de lo que uno en un principio imaginaba se rompe lleno cuando uno siente en su piel como la puerta del avión se abre para que de manera inminente nos arrojemos por ella a gran velocidad en dirección al suelo. En ese presente tan inmediato y tremendo, la emoción iguala nuestro ideal. Estaríamos dispuestos a comprometer la palabra dada por evitarnos el trago amargo y hacer que desaparezca la ansiedad; estaríamos dispuestos a quedar por miedosos. Ante la seguridad de saber que finamente y con toda probabilidad todo acaba bien, que nada malo va a pasarnos, saltamos y al llegar al suelo a salvo nos sentimos estupendos.

Pero el día de hoy tiene aún mucha más fuerza porque también las circunstancias surgen de manera inesperada. Sin previo aviso nos vemos envueltos en circunstancias tanto o más comprometedoras o arriesgadas. Un accidente de tráfico, socorrer a alguien que está siendo agredido o en definitiva salir al paso de un hecho en el que los nervios del momento juegan un papel fundamental. Sin duda, en este caso, resulta muchísimo más admirable ese salto al vacío si el día de hoy somos capaces de vencer ese miedo desde la fortaleza de nuestra propia convicción y lanzarnos con ella a la incertidumbre de saber si, haciendo lo que creemos correcto, todo terminará bien.

Estas son y han sido siempre las armas del ser humano para enfrentarse al día a día del Mundo: sus manos y su propia convicción.