jueves, 16 de abril de 2009

Los traumas de una nación


Aunque solo se trate de una sugestión colectiva, cada nación tiene sus “traumas” y sus prejuicios. Los estadounidenses, por ejemplo, experimentan aún hoy una cierta aversión hacia el comunismo fruto de sus contiendas en el pasado. Esto es así de tal manera, que se han convertido en acérrimos defensores de un capitalismo muy liberalizado, cuyos “defectos” han propiciado la crisis en la que nos encontramos hoy.

Los españoles no pecamos de lo mismo que los americanos, pero lo hacemos de otras cosas. Muchos detractores de la monarquía, por ejemplo, alegan al gasto innecesario para justificar sus argumentos; sin embargo, más grave resulta en ese sentido la crisis de identidad que padecemos y que nos lleva a asumir un complejo y costoso sistema de autonomías (17 comunidades y 50 provincias) donde otros países de similar o mayor extensión que el nuestro, solo segregan su territorio administrativamente en 3 o 4 regiones. Esta mayor disgregación limita territorios donde la escasa población unida a la creciente autofinanciación logra además que el sistema sea tremendamente injusto y que haya regiones que no puedan financiar, por ejemplo, una sanidad pública de calidad (entonces el estado debe ayudar en ese sentido).

Atendiendo a esto y mirándonos directamente al ombligo debemos cuestionarnos realmente la necesidad de abordar estos problemas, porque la experiencia dice que tarde o temprano alcanzan una situación irreversible y mucho más traumática que la idea que ha dado origen a la coyuntura. Al igual que desde fuera vemos el trauma de otros simple y sin sentido, desde dentro el problema se torna realmente mucho más complicado. Aunque se trate de planteamientos y posturas incorrectas todo se encuentra trabado. Por un lado toda la estructura interna del estado se fundamenta en ello y muchos están convencidos de su necesidad. Por otro, muchos no alcanzamos a vislumbrar cómo evolucionaría la situación si se cediese al cambio. En este orden de cosas todo se queda, finalmente, como estaba.

No obstante lo anterior, debemos aportar nuestro grano de arena expresando nuestra opinión y experiencia. Personalmente opino que la identidad nacional no la proporciona ninguna distinción cultural sino los principios bajo los que se sustenta. Creo que por encima de la forma de gobierno se encuentran los principios fundamentales en los que todos deberíamos creer (igualdad, solidaridad, tolerancia, respeto,...) y personalmente me identifico con cualquier nacionalidad en la que sus ciudadanos promulguen con convencimiento, eduquen y traten de aplicar de manera efectiva dichos principios entre sus conciudadanos. Creo que recuperar la identidad pasa por reeducar o reconducir del egoísmo que supone no creer en estos principios; aunque siempre estemos más convencidos de ellos los que necesitamos la solidaridad de otros que hoy no necesitan nada de nosotros.

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