sábado, 16 de mayo de 2009

La esposa del César


Se convierte en un hecho de actualidad la bien conocida frase sobre esta personalidad (“La mujer del César no sólo debe se honrada sino que, además, debe parecerlo”). Esta afirmación es aplicable a muchos entornos en los que el cargo, la posición o el rol que ocupamos nos exige comportarnos o poseer unas determinadas “virtudes”. En torno a ella surgen diversas cuestiones de singular naturaleza que a continuación comentaremos.

En primer lugar está el hecho de que la duda no exige vercidad. Esto es, quizá soy honrado, el más honrado del mundo, pero si alguien arroja por cualquier motivo sobre mí la sombra de la duda, ello me incapacitaría en muchos casos para desempeñar las funciones propias de mi rol. Para ilustrar este hecho, por ejemplo, podríamos asegurar que pocas mujeres se pondrían en manos de un ginecólogo que hubiese sido acusado de pervertido sexual, aunque fuese el mejor profesional del mundo. En vista de esta percepción subjetiva y gratuita del asunto parece obvio que la mejor praxis que se podría llevar a cabo para hundir a un gran adversario (mejor que nosotros) sería sembrar la duda en torno a su persona.

Puede parecer que la otra cara de esta moneda es la que permanece oculta. Esto es: habrá quien verdaderamente haya cometido fechorías y siga viviendo la vida sin asumir su responsabilidad por ellas. Pero aun más allá está el hecho de que la mancha en la imagen puede no tener nada que ver con el cargo al que uno aspira. Pueden, por ejemplo, acusar a un político de adúltero (o sadomasoquista) y que ese hecho sea suficiente para considerar que esa persona ya no puede ser un buen dirigente o un buen administrador.

Se percibe en todo esto que existe una cierta exigencia moral que se basa en la percepción colectiva y que resulta en muchos casos determinante a la hora de considerar si una persona es o no adecuada para cumplir una determinada función basándose, no es las aptitudes que son exigibles para un buen desempeño de esa función, sino concernientes a otros aspectos de su persona. Pero en esta percepción subjetiva y muchas veces formulada de manera infundada o exagerada se plantea la verdadera cuestión: cuando surgen los problemas o las verdaderas necesidades necesitamos a personas cualificadas para cumplir su labor y tomar decisiones acertadas. Así, si estoy enfermo, por ejemplo, quiero que me atienda el mejor médico posible independientemente de si es un adúltero u homosexual.

En otro orden de cosas también resulta deseable (a parte de separar las cuestiones que si son susceptibles de ser consideradas indeseables para un determinado rol de las que no lo son) está la necesidad de certeza. De la misma manera que no se puede consentir que un ladrón, por ejemplo, se encontrase al cargo de la tesorería y saliese impune después de haberla saqueado en su beneficio, no se puede tolerar que alguien que acuse falsamente a otro que sí estaba verdaderamente cualificado para su puesto, perjudicándole salga igualmente airoso de su calumnia. Su perjuicio en este caso ha sido doble, ha perjudicado a una persona cualificada que cumplía con sus funciones y a todo un colectivo que se beneficiaba de ello.

Cambiando el refrán (reconozco que resulta más dificil de recordar :))La mujer del César debe pues tener las cualidades o virtudes que son exigibles a su cargo (separadas de aquellas que no lo son), debe asumirse que las tiene a la vez que deben de existir mecanismos que así lo garanticen. Esta imagen no debe verse afectada hasta que se demuestre que no las posee y de ser falso, aquellas personas que hayan aportado el testimonio deben ser penalizadas.

1 comentario:

Irilien dijo...

XDDDD k bueno,y k utópico desgraciadamente...tu mirada incisiva no deja de ser interesante. Este refranero duaguil no se yo si calará en una sociedad extasiada en la imagen y con un criterio tan superficial, peeeero... no deja de herirla hasta el centro:P