miércoles, 9 de septiembre de 2009

Pensamiento evolutivo


Quizá este sea para mí, a título personal, uno de los temas más recurrentes. Y lo es porque, creo, que antes de comenzar cualquier diálogo debemos dejar claro cuáles son nuestra postura y su fundamento. Esta cuestión no es nada trivial y constituye todo un debate en sí misma, pues clarificar estas posturas supone sacar a la luz las bases de nuestro propio parecer.

Como hemos planteado en otras entradas, abordar este tema resulta harto complicado. Nuestra ideología y, por tanto, nuestro proceder, se sustenta sobre ideas que no podemos o resulta extremadamente complejo verificar. La existencia de Dios, por ejemplo, o hechos históricos confusos, experiencias erróneas,... Todo ello constituye el fundamento de algunas (o todas) partes importantes de nuestra conducta y forma de actuar.

La cuestión que surge inmediatamente después es la siguiente: ¿qué ocurre cuando mis ideas trascienden o interfieren con la de los demás? Este tema también lo hemos abordado en varias ocasiones y surgían soluciones como: “Si todos pensamos lo mismo el problema desaparece”. Pero el inconveniente de esta creencia es que, si todos estamos equivocados nos avocamos a un estrepitoso final. Vemos aquí la necesidad de la diversidad, de permitir que se produzca una selección natural de las ideas, de evitar la imposición (pensamiento radical) y adherirnos a aquellas formas de proceder que tengan más posibilidades de éxito. La diversidad es, por tanto, tremendamente deseable al igual que, en ese mismo sentido, lo es la tolerancia hacia las distintas posturas, hacia todo aquello que es capaz de lograr que coexistan distintas formas de pensamiento.

Si no poseemos esa medida de respeto hacia los demás, quizá debiéramos administrarnos cierta dosis de inseguridad, de duda. Sócrates decía: “solo sé que no se nada”. Creo que tener ideas es algo muy positivo, muy importante, casi tanto como tener el discernimiento suficiente para saber seleccionarlas.

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