viernes, 10 de septiembre de 2010

¿Podrá la religión curar nuestros males?



Si alguien me formulase esta misma pregunta y me encontrase en la tesitura de tener que contestarla, sin duda comenzaría con la anécdota del clérigo se asía al campanario de su iglesia durante un diluvio rogando a Dios por un milagro que lo salvara de morir ahogado. Cuando el agua le llegaba por las rodillas llegó la lancha de salvamento pero se negó a subir porque estaba seguro de que Dios obraría el milagro. Con el nivel del agua por la cintura llegó el helicóptero pero lo rechazó porque estaba convencido de que el milagro estaba cerca. Ya con el agua al cuello apareció un tronco pero no subió porque se obcecó en que realmente el milagro era algo inminente. Tras morir ahogado subió al cielo y se encontró con Dios. Allí le recriminó por no haber obrado el milagro que tan fervientemente le había pedido. ¿No te envié una lancha, un helicóptero y hasta un tronco? Le respondió.

El gran problema de las religiones es que, como hemos comentado en otras ocasiones, atribuyen a gestos triviales la consecución de la virtuosidad. Esto es: Alguien que va a misa todos los domingos podría considerarse virtuoso aunque en su vida no haya tenido ni un solo gesto amable hacia sus semejantes. El pastor norteamericano que pretende quemar el Coran, por ejemplo, seguirá siendo considerado un virtuoso por muchos aun a pesar de poner en riesgo la seguridad de otros con su gesto. Es el mismo sinsentido que lleva a un extremista a matar a otros inmolándose, considerando su horrible gesto como algo honroso.

En este instante de la disertación es donde entra en juego la anécdota que les relataba al principio. Y es que ¿cómo se puede pretender que la trivialidad cure nuestros males? ¿No sería necesario que comenzásemos a ver la vida de una forma más sensata?

¿Creemos verdaderamente que cuando se presenta una oportunidad, por pequeña que sea, de salir de esta espiral de violencia y sinsentido, ese es el milagro esperado; o debemos seguir creyendo en la trivialidad como forma de resolver los problemas de nuestro tiempo?. Suena obvio así expresado pero son muchos los que consideran que realmente el clérigo era alguien virtuoso...

Quemar el Coran no va a ayudar en nada a resolver los problemas; inmolarse tampoco. ¿Seremos capaces de aceptar el milagro de haber descubierto estas grandes verdades y soltarnos del campanario antes de que el agua nos llegue al cuello, o nos impedirá nuestra fé en lo trivial actuar de manera sensata?

jueves, 19 de agosto de 2010

Identidad y odisea


"Todo depende del cristal con que se mira"; eso asegura célebre cita. Nuestra ideología y circunstancias condicionan nuestro punto de vista. Y digo bien: “LO CONDICIONAN”.

Es asumible, por tanto, que nuestra perspectiva se aleja de la objetividad cuanto más cercanos somos a aquello que se está cuestionando. Así, por ejemplo, un torero nunca se opondría a la tauromaquia, de la misma manera que un defensor de los animales sería incapaz de apoyarla.

Alguien que no fuese afín a ninguna de las dos posturas percibiría que, por una parte, la tauromaquia puede ser considerada una forma de arte, de cultura y que, por otro lado, también posee una cierta dosis de crueldad. Por este motivo una visión salomónica del asunto animaría a seguir con la fiesta pero sin infligir daño al animal; algo que sin duda equivaldría a que el torero corriese mucho más riesgo de resultar herido.

No creo que esa fuese la solución del problema pero, sin duda, tampoco creo en la prohibición como forma de resolver el conflicto. La educación es, como siempre, mejor que la norma, pues uno actúa desde el convencimiento y no desde la imposición (además de la agitación social que genera). Si todos fuésemos educados, no haría falta prohibir orinar en la via pública, aparcar en lugares de paso, etc.. sería un comportamiento natural y espontáneo. Es necesario recurrir a la norma cuando se carece por completo de ese civismo natural. Cuando el problema en cuestión es algo arraigado o cultural, la prohibición es aún más traumática. Fumar, por ejemplo, es malo; pero prohibir HOY vender tabaco, pasar a llamarlo "droga" y "criminalizar" a los fumadores es una medida desmesurada y fuera de lugar. Es preferible reeducar a las personas e ir progresivamente poniendo trabas a esa conducta perjudicial.

Las culturas evolucionan y se manifiestan de manera distinta con el paso del tiempo. Si sabemos reconducirlos lograremos ser más ecuánimes y conservar todos los distintos aspectos que conforman nuestra historia, cultura e identidad.

martes, 6 de julio de 2010

España - Alemania


Nada nos produce tanta satisfacción como el éxito. Triunfar eleva nuestra autoestima y nos posiciona en un estatus de reconocimiento por parte del resto. Es realmente una sensación maravillosa...

Por contra perder, es una sensación menos placentera. Significa que hay alguien que es mejor que nosotros y, aunque seamos tremendamente buenos en lo que hacemos, no somos capaces de sentirlo.

Siempre, a pesar de haber ganado mucho (o poco), llega el día en que se pierde (o se gana). Ese día no puede uno permitirse la desdicha (o el lujo) de hundirse (o de hundirse y digo bien) por un fracaso (o por un éxito).

En nuestros quehaceres siempre habrá alguien mejor (y peor) que nosotros (y si no lo hay lo habrá). Únanse al dicho que todo español alguna vez ha pronunciado: “Jugamos como nunca y perdimos como siempre” (!Pero quede claro que jugamos como nunca¡). Si uno no desea volver la vista atrás y consolarse, sólo nos pese ser peores hoy de lo que fuimos ayer. ¿Quien de ustedes no desearía ser más rico o vivir más placenteramente aunque hubiese otros que en sus nuevas circunstancias viviesen aun mejor que usted?

Siempre hacia adelante y de menos a más. ¡Mucha suerte!

sábado, 12 de junio de 2010

La verdad no (siempre) es lo que pienso, es lo que está ahí afuera


Volviendo a Russell, una de mis opciones más recurrentes; recuerdo la primera vez que leí su obra “Por qué no soy cristiano” (Y a la que algún que otro lustro después continúan saliéndole réplicas como “Por qué soy cristiano” de Cesar Vidal). En ella, el filósofo, nos propone una serie de razones por las cuales descolgarse de la creencia religiosa en general (no sólo de la cristiana). Si entre alguno de ustedes, hubiera alguien creyente apreciará, mucho más claramente sin duda, que negar la existencia de Dios genera cierta dosis de agitación moral. Si alguien afirmara que lo que creo es mentira, que es algo incierto e infundado, si fuese capaz de hacerlo creer verdaderamente a una sociedad de personas que abrazasen esa creencia, sería una situación caótica.

Sin embargo, solamente lo creería así si pensase que, en el supuesto de que aquello en lo que creo es mentira, entonces todo vale. Discúlpenme que se lo diga, pero eso es extremismo. Todo es útil para demostrar que la verdad que yo poseo es la auténtica puesto que si no lo fuera, igualmente, todo sería caótico. Si no estás conmigo, entonces estás contra mí. Fuera de la moralidad en la que yo creo, solo existe inmoralidad o amoralidad. Y un largo etcétera prosigue esta espiral de pensamiento...

No digo que todos los valores que promueven las grandes ideologías estén carentes de fundamento alguno; pero sí opino que su fundamento es bien distinto al que se les pretende otorgar. La “bondad” es “buena”, pero creer que esa “bondad” procede de mi forma de ver las cosas es algo “dañino”. La historia nos ha demostrado que existe, en ocasiones, una tremenda diferencia entre lo que “soy” y lo que “creo ser”. Por esto, las repercusiones de nuestras creencias hemos de buscarlas en el mundo “real” por si acaso nos despertásemos un día de golpe, de un horrible sueño y descubriésemos que, cegados, hemos cometido un crimen terrible en nombre de la “bondad”.

Si (siendo el caso) un día llegase a demostrarse que Dios no existe, no creo quienes son religiosos renunciaran (ni debieran renunciar) a todo cuanto creen. Que realmente de la “virtud” tornarían al “caos” y a la “maldad”. Quizás, contrariamente, solo significase que entonces debieran de admitir que creyendo hacer el “bien” han obrado en ocasiones “mal”. Yo creo que por contra descubrirían asombrados cuan frágil y susceptible es nuestra naturaleza (mucho más de lo que ellos un día imaginaron) y cuán necesitados estamos de verdaderas tolerancia, respeto mutuo y bondad.

sábado, 24 de abril de 2010

La memoria histórica


Esta no es una cuestión trivial; por contra es un tema que resiente en mayor o menor medida a todas las naciones, pues parte de aquello que son ahora proviene de aquello (bueno o malo) que fueron antes. Pero esta no es la cuestión. La pregunta es si hoy somos capaces de reconocer si aquello que hicimos o pensábamos era lo correcto...

Esta idea resume la verdadera razón de la memoria histórica y en ella quisiera centrar su atención. Los errores de nuestro pasado han sido muchos y algunos de ellos aún hoy siguen teniendo cierta repercusión: La desigualdad social en Sudamérica, el conflicto Israelí-Palestino, la guerra de Iraq, la desigualdad entre sexos, … Cuestiones que se perciben de forma bien distinta si uno se encuentra de un lado o del otro y que, en principio, sólo parecen tener solución de forma violenta o irracional (por imposición).

La separación de poderes, que tan buen resultado ha dado en las sociedades modernas, propicia que lo que se imponga no sea precisamente la voluntad del violento sino la “moralidad colectiva” (este puede ser un hecho peligroso puesto que escoger bien o mal esa moralidad es algo determinante ver: moral basada en la experiencia). Sin embargo en muchos de los problemas que hoy persisten no existe tal separación puesto que las partes son a su vez jueces y ejecutores de su propia ideología.

Como personas individuales, a veces, tampoco estamos capacitados para atisbar a ver en qué hemos obrado mal y nos obcecamos en nuestra visión del asunto. La moralidad, cuando se fundamenta en los principios adecuados, dicta unas claras “pautas” colectivamente aceptadas, que arbitradas por entidades ajenas a los perjudicados adoptan una decisión que pretende ser justa. Este es, asimismo, el fundamento de la justicia en las sociedades modernas y resulta algo razonable.

Lo ideal sería que nos condujésemos con tal civismo y moralidad que no fuese necesario buscar una tercera persona para mediar en nuestros problemas. No obstante lo anterior, cuando el acuerdo no es posible y en el supuesto de que ninguna de las partes desease ceder, el litigio no debe resolverse por medio de la violencia; primero: porque no es lícito, segundo: porque no asegura una solución estable que sea capaz de perpetuarse sino que tiene como consecuencia que el problema continúa latente (aunque silenciado por la fuerza).

La memoria histórica no sirve para nada si no somos capaces de “sobreponernos” de ella (no de olvidarla). Si los hombres no podemos asumir que nadie jamás ha logrado imponer nada por la fuerza, que la imposición solo fomenta el odio e incrementa los anhelos de libertad de aquellos que son oprimidos por ella, que es mejor ceder mutuamente en nuestras posturas y alcanzar un acuerdo razonable (por este motivo es por el que me opongo al argumento religioso y/o
conservador), que, finalmente, todos tenemos que convivir de la mejor manera posible.

No podemos olvidar a quienes padecieron la barbarie. Debemos, por otra parte, ser (en lo posible) indulgentes con quienes reconocen y se arrepienten de haberla cometido (puesto que finalmente todos tenemos que convivir). Por último y quizás más difícil que todo lo anterior, es que debemos aprender a dialogar y a ceder en nuestras ideas, a pedir si es necesaria la mediación, para no volver a vernos tentados de tratar de imponerlas por la fuerza.

domingo, 21 de marzo de 2010

Reflexiones en torno a lo antinatural


Los casos de abusos a menores por parte de sacerdotes en Irlanda suscitan una cierta reflexión sobre la consideración de lo antinatural.

La sexualidad se desarrolla en los seres vivos como un mecanismo de asegurar la reproducción de la especie. Es una ventaja evolutiva puesto que si no experimentásemos ninguna atracción hacia el sexo contrario, procrear quizá no sería algo deseable. Imaginemos por un instante que todos los hombres experimentásemos la misma repulsa a practicar sexo con una mujer que la que experimenta un homófobo a practicarlo con un hombre. Sin duda este sería un tremendo inconveniente para la perpetuación de la especie.

Obviando cuestiones genéticas que puedan tener como consecuencia la transexualidad o la homosexualidad; lo cierto es que, independientemente de cual sea el objeto de nuestro deseo, todos los seres humanos experimentamos la necesidad de satisfacer esa sexualidad. No es una cuestión negociable; es algo fisiológico. Como lo puede ser el comer, si lo practicamos en exceso es perjudicial de la misma manera que si pretendemos vivir sin hacerlo nunca. Lo antinatural, en este caso, no es pues con qué descarga uno esa tensión sino el prohibirse a uno mismo el hacerlo.

Un día en la playa, contaba mi madre, que un perro abandonado trataba una y otra vez de beberse el agua del mar. Cuando la necesidad arrecia ella misma nos empuja a satisfacerla incluso con cosas que consideraríamos indeseables si esa necesidad no existiera (como comer de un cubo de basura, orinar en un lugar donde alguien pudiera vernos,...). En el caso de la necesidad sexual, cuando el objeto capaz de satisfacerla es un semejante, la aberración puede magnificarse (como ha sido el caso de Irlanda).

La solución al problema no pasa por obcecarse en la renuncia a nuestra propia naturaleza. Convendría por el contrario adquirir un punto de vista sobre la sexualidad alejado del tabú y lo “pecaminoso”. Siempre con quien se desee mutuamente, tomando las debidas precauciones, educando en ello desde jóvenes;...

Al igual que cuando uno tiene que comer no roba para llevarse algo a la boca, no quisiera pensar que si esos sacerdotes hubieran estado casados o tenido pareja no hubieran sucedido tales acontecimientos. En este sentido la verdadera aberración no es, como la Iglesia pretende, la homosexualidad, sino lo que uno termina haciendo cuando pretende negar su naturaleza.

sábado, 20 de marzo de 2010

Los orígenes del criterio: la decisión


Finalmente y aunque uno no tenga muy claras las cosas, tiene que vivir; tiene que tomar una decisión. La meta nos impone esa necesidad de hacerlo, como veíamos anteriormente. Sin embargo tomar una decisión acertadamente exige poseer un criterio.

El criterio es una visualización acertada de la realidad; es la interpretación que hacemos de la verdad, de los hechos. Para comprender esto me valdré, una vez más, de un ejemplo. Imaginemos que vamos conduciendo un coche detrás de un camión muy lento. Las verdades que podríamos conocer en este caso son diversas. Si no sabemos que un coche es más rápido que un camión, llegaremos a nuestro destino mucho más tarde de lo que podríamos haber llegado. Por contra, si sólo supiésemos que un coche es más rápido que un camión podríamos adelantar en un lugar indebido y tener un accidente. Sin embargo, el que sabe que un coche es más rápido que un camión, que sólo se debe adelantar en lugares seguros, que acortando la marcha se gana en la capacidad de aceleración (acortando el tiempo del adelantamiento), que sobre mojado el coche desliza con más facilidad, etc... es capaz de vislumbrar la realidad de las circunstancias de una manera muy distinta.
El criterio no depende en ningún caso de si conducimos un coche de altas prestaciones o un modelo más básico; sólo cambia la verdad de las circunstancias. Un montañero experimentado podría desenvolverse en la montaña perfectamente aunque llevara zapatos en vez de botas. Por contra una persona inexperta podría verse abocada al desastre aunque estuviese equipada con la mejor vestimenta. Como suele decirse “El hábito no hace al monje”.

Cada verdad que descubrimos y experimentamos, nos hace ascender un peldaño y ver el mundo desde otra perspectiva. Somos capaces entonces de comprender el por qué de la pauta, el por qué de llevar botas al monte y no zapatillas de andar por casa. Sin embargo, a pesar de poseer esa verdad, llegar a la cima requiere un conocimiento más amplio y enfrentarse a problemas donde la pauta ya no sirve. Sólo se tienen entonces como armas las verdades que hayamos podido aprender y el criterio es la interpretación que hacemos de las mismas. La decisión es el fruto de ese análisis. Uno debe considerar que los riesgos que asume no dependen de si finalmente escoge su propio criterio o la pauta. Así, un montañero que se enfrenta a una ventisca no se salvará por llevar botas, ni por saber lo que dice el manual que se debe hacer en esos casos. Tampoco el conductor que decide adelantar se salvará de un accidente por hacerlo con línea discontinua. Ese es el riesgo de tomar una decisión y tanto si eligen la pauta como su propio criterio, el montañero y el conductor se están jugando la vida. Personalmente prefiero, cuando mi verdad me lo permite, tomar mis propias decisiones.

lunes, 1 de marzo de 2010

Los orígenes del criterio: la meta


Si aún no lo ha hecho quizá le interese leer:

1.- Los orígenes del criterio: la verdad.
2.- Los orígenes del criterio: la pauta.

Este es, posiblemente, uno de los aspectos más importantes que definen el criterio. Resulta imperceptible en muchos casos, pero es evidente en muchos otros. El fin es la última causa por la que uno se ve arrastrado a tomar una decisión. También hemos ya considerado este tema en otras ocasiones (hasta el fondo, por ejemplo). La meta es de hecho la causante de que idénticas acciones (pautas) se transformen en la solución de problemas bien distintos.

Así uno puede emigrar para huir de la represión, ayudar económicamente a su familia, cumplir el deseo de vivir en otra parte,... logrando así que una misma pauta sirva a metas muy distintas. Es importante resaltar que ha sido el fin (y no otra cosa) lo que ha motivado nuestro viaje. Lo ha sido, precisamente, porque entre todas las cosas (pautas) que podíamos hacer para cumplir nuestro propósito, hemos elegido marcharnos a otra parte.

El fin, pues, motiva nuestro deseo de cumplirlo y hallamos como medio para ello el hacer lo que otros ya hicieron para lograrlo. No obstante si uno se marcha de casa por dinero imitando a otro que hizo dinero emigrando porque deseaba vivir en otro lugar, puede ser terriblemente desgraciado al encontrarse sólo y lejos de su familia. Quizá debiera plantearse otras formas de conseguir su fin.

Ahora es cuando a cada cual le arrecian lo limitado de su verdad, lo diferente que resultan sus fines con respecto a los de los demás y descubre que la pauta no le sirve. Se encuentra uno frente a un problema único en su especie, nadie (que él conozca) jamás se ha enfrentado a nada igual. Uno puede tender a pensar que con toda la historia que llevamos a nuestras espaldas es muy difícil que esto ocurra; sin embargo sigue habiendo mucha desinformación (verdades muy limitadas), formas de resolución (pautas) excesivamente masificadas para satisfacer metas muy dispares. Todos nos vamos de vacaciones en verano a los mismos sitios, emigramos a los mismos lugares, nos vestimos de la misma forma y en fin de semana queremos ir a los mismos sitios, cuando nos constipamos por leve que sea, acudimos a urgencias y un largo etcétera (ver moda).

Quisiera alentarles tras esta reflexión a considerar (y compartir como cometario en este post) lo que significa para ustedes tomar una decisión.

jueves, 18 de febrero de 2010

Los orígenes del criterio: La pauta


Si aún no lo ha hecho quizá le interese leer primero:

1.- Los orígenes del criterio: La verdad.

La verdad es un conocimiento extremadamente valioso. Cuando se tiene, uno pede tomar decisiones acertadas, puede aventajar a aquellos que están equivocados. Sin embargo surge la eterna duda: ¿cual es la verdad? Ya hemos tratado este tema si lo recuerdan (moral basada en la experiencia) y más aún sometíamos a la verdad a una selección natural de las ideas. En resumen asumimos en primera instancia que la verdad eran aquellas conductas que la experiencia nos dice que conducen al "éxito" (porque ya han llevado a otros hasta allí). Esto, querido amigo y lector, es la pauta.

La pauta es asumir aquellas conductas, ideas, opiniones, perspectivas,... que a otros les han reportado éxito. Estudiar una carrera, emigrar a otro país, asumir unas creencias, ponerse botas para ir al monte (como diría nuestro amigo Jose Luís), etc... Es un conocimiento muy valioso cuando uno es consciente de la verdad a la que va asociada. Cuando las circunstancias son las mismas la pauta es una decisión acertada. Así la norma dice que es bueno que todos los niños vayan al colegio para recibir una educación y está en lo cierto; sin una educación apropiada (leer, escribir, relacionarse,..) el niño tiene menos probabilidades de éxito. Otra pauta significativa sería acudir al médico cuando estamos enfermos, por ejemplo; también aquí la norma dicta que tendremos, sin duda, más esperanzas de recuperación pues el médico es una persona experimentada, y posee un mejor conocimiento del tema para desempeñar su labor.

Conocer la pauta es algo muy importante. Es poseer información sobre la experiencia de otros en un terreno que hoy nos atañe. Es una guia eficaz cuando no se tienen las verdades muy claras y constituye una buena forma de adentrarse en el terreno mientras uno trata de ir descubriéndolas. No obstante a lo anterior, conocer y utilizar la pauta, no significa tener éxito. Este punto es muy importante, pero lo convertiremos en parte de una siguiente publicación.

sábado, 13 de febrero de 2010

Los orígenes del criterio: La verdad.


La educación sexual es un tema que en nuestras sociedades sigue suscitando cierto pudor. Los padres no terminan de asumir esa función educadora en este aspecto y a su vez se muestran reticentes a permitir que otros (centros publicos, instituciones,...) lo hagan. El resultado de esta ecuación es, ciertamente, la falta de infromación, la carencia de criterio.

Ese pudor que nos prohibe poner sobre la mesa cualquier tema de conversación, es sin duda un temor infundado que otorga al conocimiento un efecto perjudicial, el cual no posee en absoluto. Aprender los efectos perjudiciales que producen las distintas drogas, por ejemplo, no supone un adiestramiento para consumirlas sino una vital herramienta para rechazarlas y empatizar con aquellos que han tenido la desgracia de no haberlo sabido antes.

Los tabues existen y son en cierta medida una lacra social; porque un problema del que no se puede hablar es, desde mi punto de vista, doblemente problematico. Quizá todo se deba a un absurdo temor al cambio; sin embargo el niño, inexorablemente, se transforma en hombre (mejor o peor preparado) y vive con lo que sabe. La conducta más antinatural es pues vivir inconsciente de la responsabilidad que uno tiene entre sus manos.

La curiosidad debe satisfacerse con la verdad, como todos reclamamos ahora y debieran habernos dado desde pequeños. Solo así podemos formar opinones solidas y objetivas. Muchos piensan que ese gesto es una destrución de la inocencia y de la ilusión que tiene un niño. Yo creo sin embargo que destruye mucho más su inocencia y su opinión omitir esa respuesta o contar una mentira. Cuando alguien formula una pregunta, normalmente, desea escuchar la verdad.

La verdad es una parte fundamental para forjar un criterio. Es el hecho, lo objetivo, la realidad palpable. Quien se aleja de ella sencillamente, no puede llevar razón, está avocado al error.

martes, 26 de enero de 2010

Lo que quiero


La falta de criterio es una “enfermedad” terriblemente perjudicial. Discúlpenme si de nuevo soy excesivamente recurrente. Ya el primer post (Abriendo boca) dejaba entrever mi punto de vista al respecto. Más adelante “Desnudos” alertaba sobre los peligros de enfrentarse a la realidad sin las adecuadas “herramientas”. Quisiera en esta tercera entrada cerrar ese círculo con una exposición a cerca de “lo que quiero”.

Ante la vertiginosidad que supone reconocer que estamos expuestos, "desnudos" ante la adversidad, el ser humano tiende a repetir las conductas que desarrollan sus allegados. Como niños, aunque deseábamos fervientemente permanecer en el parque jugando, seguíamos a nuestros padres cuando nos llamaban a casa porque no sabíamos volver sin ellos. Si nos separábamos de su conducta, corríamos el riesgo de quedar expuestos al peligro, a la adversidad. Conforme madurábamos y adquiríamos conocimiento y criterio, aprendimos a ubicarnos, a saber por donde podíamos ir, a qué horas,... Ello nos hacía ser más independientes y desenvolvernos de manera más segura y satisfactoria puesto que ya no dependíamos de nuestros padres y nuestros padres se desprendían (en cierto modo) de nuestra dependencia.

Ahora bien, existe un cierto abanico de “lugares” en donde aún, hoy por hoy, estamos o nos sentimos desubicados. Se me ocurren muchos ejemplos: un adolescente que llega a su madurez sexual sin una adecuada educación al respecto; una persona que no sabe que cualidades valorar en los otros (como amigos, pareja,...); alguien que no conoce las ideologías que defienden los partidos que gobiernan su país y le llega la hora de votar, alguien que compra un producto sin conocer cuales son sus garantías o características,... Esa “desnudez” de criterio que a vista de todos pudiera resultar tan dañina, es una carencia que hay que cubrir antes de tomar una decisión al respecto.

No puedo elegir si no sé lo que quiero ni conozco lo que me están ofreciendo. Por este motivo cierro este particular círculo alentándoles a tomar una decisión.