sábado, 25 de julio de 2009

El bosque no me permite ver el fondo


No amigos, no me he equivocado. La popularizada frase, a la que la anterior complementa (como más adelante comprenderán), hace referencia efectivamente, al impedimento que constituye lo particular en la percepción de lo general. La sociedad, por ejemplo, con todas las distintas partes que la componen (derecho, normas, medicina, técnica, ciencia, religión, ideologías, economía,...) constituye un complejo forestal de lo más enrevesado. Indagar en cada uno de estos árboles sin duda nos llevaría a perdernos por sus ramas. La excesiva complejidad que son capaces de alcanzar puede confundirnos de tal forma que perderíamos incluso el concepto de bosque; percibiríamos el conjunto desde un punto de vista limitado a nuestro propio entorno. Los árboles (o el árbol) no nos permitirían ver el bosque.

Sin embargo otra cuestión nos atañe. Imaginando que fuésemos capaces de ver el bosque, de entender las complejas relaciones que pudieran establecerse entre el derecho y la religión o la ciencia, las distintas ideologías con la economía,... cabe otra pregunta razonable: ¿que sustenta al bosque? ¿sobre qué se apoyan sus raíces? Este tercer estadio es más difícil de percibir y pudiera decirse entonces que el bosque no nos permite ver el fondo. ¿Podría vislumbrarlo usted?

jueves, 16 de julio de 2009

La selección natural de las ideas


Algunos autores, como Richard Dawkins, aportan una particular visión de las ideas o “memes” (ver conferencia sobre los memes en el filoblog de Pacual). En concreto hacen alusión a algunas ellas como “virus de la mente”, entidades capaces de lograr nuestra propia destrucción. Pero profundizando un poco más en este punto de vista tan llamativo, podríamos alcanzar una visión más elevada o general del asunto.

Muchos autores afirman que el ser humano se encuentra frente a un estancamiento en su proceso evolutivo o que éste se desarrolla muy lentamente. Lo cierto es que parece que el hombre vive al margen de esa “ley de la selva”, de esa lucha en la que sobreviven los que están mejor adaptados. Sin embargo si existe algo que diferencia a unos hombres de otros a un nivel competitivo: sus ideas. La cuestión que se plantea juega con una posible “selección natural de las ideas”, aunque podríamos entender, quizás, que no se “seleccionan” las ideas sino más bien las conductas. Sin embargo en el ser humano no podemos atribuir como innata la capacidad (o no) de ser más o menos crédulo, sino que debemos entender que existen ideas de las que es más difícil (o menos) desprenderse. De este hecho surge esta singular teoría, pues llevada al extremo podemos intuir perfectamente que las diferencias culturales pueden llegar a ser suficientes para evitar la reproducción (el apareamiento) en el ser humano. Además, ellas pueden ser causantes de que no podamos integrarnos y fracasemos personalmente si nos vemos obligados a emigrar a otra sociedad. Podemos decir que nuestras ideas pueden hacer que nos convirtamos, metafóricamente hablando, en el animal herido o enfermo de la manada.

Este es un punto interesante que nos aporta una visión de hacia dónde evoluciona el hombre, pues lo que está claro es que el ser humano que más probabilidades de éxito personal (y reproductivo) tiene, es aquel capaz de adaptar sus ideas al mundo que en cada caso le rodea.

martes, 30 de junio de 2009

Crimen y castigo


La idea que tenemos de justicia varía, en la mayoría de nosotros, dependiendo de si vivimos los hechos en primera o en tercera persona. Es inevitable que el agravio cometido genere en nosotros, en mayor o menor cuantía, ira y odio hacia aquello que lo ha provocado, cuya magnitud depende de muchos factores como por ejemplo el daño causado, a quién, si el autor era consciente o no de ello, etc..

La justicia a la que clama, en la mayor parte de las ocasiones el agraviado, suele poner en su parte de la balanza, no solo el daño causado sino toda esa cantidad de odio generado hacia quien lo ha provocado. Ésto es lo que debe evitar en lo posible la verdadera justicia, porque la verdadera justicia no debe buscar que a quien comete la falta se le inflija un sufrimiento similar al que ha causado, sino que el agravio que ha cometido sea, en la medida de lo posible, reparado.

Es cierto que hay ocasiones en las que es imposible deshacer el mal que se ha hecho, pero incluso en esas circunstancias la idea de la justicia no debe perder su verdadero significado. Puesto que lo que se ha hecho no puede deshacerse, la idea de justicia en este caso parece que sólo puede tender al castigo, a paliar el odio con el padecimiento del que lo ha provocado. Sin embargo los accidentes de tráfico, catástrofes naturales, etc.. dejan huérfana a mucha gente y uno se pregunta si, para ser justo debieran pagar los fabrcantes de coches por no hacerlos mejores o debieramos infligirle al planeta un daño similar al que nos ha enviado. No lo creo, la idea de la justicia va con el gesto de reparar el daño causado, lo que viene después no debe ser entendido como verdadera justicia sino como una forma de evitar que lo que ha ocurrido vuelva a suceder. La pena a que se somete a quien comete una falta debe, pues, estar enfocada a evitar la reincidencia pero, vuelvo a insistir, esto ya no forma parte de la idea (que debieramos tener) de justicia.

Es difícil ponerse en la circunstancia y es más fácil opinar cuando uno está fuera de los hechos. Sin embargo cuando la justicia depende de los agraviados se cortan las manos de la gente que roba, se sentencia a muerte a quien mata y se apedrea a quién es infiel a su pareja. Y uno desde fuera percibe que con estos gestos no se consigue reparar el daño (porque tampoco es lo que se busca con ellos) sino que la "justicia" en este caso sirve a otra causas muy distintas. Pero ante todo debemos plantearnos que si el verdadero problema que tenemos, para poder ser verdaderamente justos, es que no se puede deshacer lo caminado; debemos entender entonces que no sólo tenemos un problema para ser verdaderamente justos, sino que seguramente estamos dirigiendo nuestras vidas de manera irresponsable porque en esta vida pocas cosas tienen vuelta atrás.

martes, 16 de junio de 2009

Excesivamente idealista


A menudo me encuentro debatiendo con gente que considera que la postura que sostengo es excesivamente idealista. ¡Nada más lejos de la realidad! Por mi parte he intentado siempre basar mis argumentos en la experiencia, en la interpretación de la historia o de los acontecimientos. Lo que ocurre, o así lo creo, es que muchas veces las personas no acertamos a ver que en el ser humano coexisten dos circunstancias contrapuestas. Por un lado está el "yo", el ego, lo individual, mis propios intereses,... Por el otro están el resto de personas o cosas; el Mundo (con mayúsculas) que está fuera de mí.

En este juego lo que está claro es que ambas partes deben coexistir: "El "ego" necesita al Mundo para sobrevivir". Lo que no parece estar tan claro son las reglas porque, en primera instancia, parece que cada "ego" buscará de forma natural su propio beneficio o provecho; sacarle al Mundo lo más posible. Sin embargo el Mundo también aporta sus reglas y cuando este comportamiento se vuelve generalizado surgen problemas: diferencias sociales (crispación, descontento, agresividad,...), escasez de recursos, inestabilidad, falta de solidaridad y un largo etcétera. A esto se une el hecho de que, a pesar de que hoy uno pueda sobrevivir únicamente a costa de satisfacer su "ego", tarde o temprano llega el día en que esa circunstamcia se ve alterada (vejez, enfermedad, crisis de cualquier tipo, etc..) que nos hacen necesitar la solidaridad de otros. Por tanto, de este razonamiento se deriva que en una sociedad donde sus individuos se mueven de forma egoista los intereses individuales tienen una menor fecha de caducidad.

Muchos autores han profundizado en el tema de considerar si existe algún modelo que pueda hacer que coexistan los intereses "egoistas", con los intereses del Mundo. Es decir: si uno puede utilizar el egoismo de los individuos como beneficio para el resto. No hace falta indagar mucho. El capitalismo se fundamenta en esos mismos principios: Las empresas lo que desean es vender lo más posible (el máximo beneficio), pero para hacerlo deben de ser los que mejores productos ofrezcan y al mejor precio (beneficio para el colectivo). Sin embargo y a pesar del argumento anterior, no debemos caer en la falacia que plantea porque uno pudiera pensar que para lograr el máximo beneficio fuese lícito explotar a tus trabajadores, engañar a tus clientes o hundir a tu competencia. No, aunque existiese ese modelo ideal que permitiese al mundo sacar provecho del egoismo de la gente, no podría olvidar ciertos principios éticos, que no se establecen por que se entienda que sean una verdad universal, sino porque han demostrado ser los más eficaces.

No se puede entender la convivencia (ni tampoco la competencia) sin respeto, igualdad, solidaridad y otro largo etcétera, hacia nosotros mismos, hacia los demás y hacia el Mundo (con mayúsculas) que nos rodea. Esta no es una postura ideal, es la pura realidad; porque el idealismo sería pretender hacer las cosas como no son, esto es, fundamentar una sociedad en el egoismo, el individualismo o la imposición, lo que siempre nos devuelve a la cruda realidad.

sábado, 6 de junio de 2009

Disculpe señora que no me levante


Groucho Marx se hizo inscribir esa frase en su lápida como un gesto de consecuencia. Como él, cada cual alberga en su mente unas líneas, mas o menos claras, que resumen las cosas más representativas que ha sido o hecho en la vida. Predominan los “recuerdos de la mujer o el marido, los hijos los nietos,...”; lo cual nos lleva a pensar que la mayoría de nosotros llevamos una vida dedicada a la familia y que ella es lo más representativo de nosotros mismos.

Podemos dar una vuelta más de tuerca al asunto y extraer nuevas conclusiones. Así, por ejemplo, podemos poner en boca de Groucho esta otra frase (sin duda menos ingeniosa que la suya): “la vida hay que tomársela con humor”; o en la de la mayoría “mi familia ha sido para mí lo más importante”. Estas ideas marcan las directrices de aquel punto de vista que uno ha mantenido en su día a día; quizá porque uno no escribiría (a no ser que haya obtenido algún logro por ello): “He sido un apasionado mecánico de coches” aunque con ello quiera decir: “Uno debe persistir en sus sueños a pesar de que sólo te respalde ese deseo”.

Si hiciéramos el esfuerzo de imaginar una frase que defina nuestra experiencia de vida quizá saldríamos de la apatía y descubriríamos por que amamos tanto lo que amamos y rechazamos aquello que nos hace infelices. La madurez, sin duda, es alcanzar ese estado de cosas en el que encontramos motivos para rehacernos de nuestros fracasos, solamente porque son vicisitudes que aparecen en el camino que nos lleva a realizar aquello que realmente deseamos.

miércoles, 27 de mayo de 2009

Familia y responsabilidad


Platón defendía en “La República” un modelo de estado en el que los padres desconociesen la identidad de sus hijos. La responsabilidad de educarlos, recaía en las instituciones creadas a tal efecto y acabarían desempeñando el cargo o la función para la que estuvieran mejor cualificados (independientemente de cuál fuese el que hubieron ocupado sus progenitores; a los que no conocían). El vínculo Padres – Hijos se destruiría en favor de un vínculo generacional. Un padre sentiría afecto por cualquier joven de la sociedad que pudiera ser su hijo. Un hijo, por su parte, respetaría a cualesquiera personas que tuviesen la probabilidad de ser sus padres.

El concepto de Familia, en este modelo rompe completamente con el de muchos. No digo que sea correcto, personalmente no lo respaldaría, pero si plantea una cuestión interesante. Independientemente del modelo de familia, existe la responsabilidad de educar y la necesidad de crear vínculos afectivos estables.

En la actualidad, los modelos de familia están cambiando. Los divorcios, parejas del mismo sexo, distintas religiones,... están configurando un nuevo escenario de convivencia y relaciones interpersonales. Ello es positivo por una parte; porque uno ciertamente no debe estar con quien no ama, debe estar con quien ama aunque sea del mismo sexo y por supuesto debe vivir bajo las creencias o ideales que considere oportunos. Pero por otro lado existe un tema delicado que no atañe directamente a nuestros intereses o creencias sino a las de aquellos hijos (personas) que hayamos decidido tener.

Inevitablemente y en tanto ellos aún no son independientes o maduros siguen necesitando a sus padres (o educadores) en muchos aspectos que requieren un esfuerzo y madurez superiores. Independientemente del modelo de familia que uno quiera adoptar (lo cual es algo personal o individual), los hijos precisan tres cosas inexorablemente: estabilidad emocional, afecto e información. La forma de aportar estas tres cosas podría ser diversa pero en la forma en que hoy día se hace presenta ciertos errores. Debiera haber seriedad en la creación de vínculos afectivos; una pareja que decide tener o adoptar un hijo debe ser sólida y estable (aunque no dure siempre). La estabilidad emocional requiere saber aceptar el rechazo o la separación de la otra persona y seguir respetándola y amándola (bien sea en otro sentido) sin crear escenarios de tensión. Por último (pero no menos importante) está el tema de la información. La curiosidad de los niños debería de satisfacerse desde la confianza y con la verdad; con instrumentos que les sean útiles para desenvolverse en su escenario social. Ante temas que pudieran ser tabú (sexo, drogas, aspectos cultrales,...) si forman parte de su día a día y nunca se les han planteado corren serio riesgo de actuar erróneamente. Esto quiere decir que uno debiera aceptar (si uno mismo no se toma esa molestia) que las instituciones públicas facilitaran esa información positiva para una mejor convivencia (aunque uno considere que sus hijos por la educación o creencias recibidas no necesitan dicha información).

En definitiva, creo que la solución a estos problemas no reside en la renuncia a la felicidad por parte de los padres, ni tampoco creo que a costa de esa felicidad deban sacrificarse la felicidad o la educación de los hijos. Los nuevos escenarios de convivencia plantean nuevas coyunturas y problemas que deben resolverse desde la tolerancia teniendo en cuenta todas las sensibilidades, peligros y necesidades.

sábado, 16 de mayo de 2009

La esposa del César


Se convierte en un hecho de actualidad la bien conocida frase sobre esta personalidad (“La mujer del César no sólo debe se honrada sino que, además, debe parecerlo”). Esta afirmación es aplicable a muchos entornos en los que el cargo, la posición o el rol que ocupamos nos exige comportarnos o poseer unas determinadas “virtudes”. En torno a ella surgen diversas cuestiones de singular naturaleza que a continuación comentaremos.

En primer lugar está el hecho de que la duda no exige vercidad. Esto es, quizá soy honrado, el más honrado del mundo, pero si alguien arroja por cualquier motivo sobre mí la sombra de la duda, ello me incapacitaría en muchos casos para desempeñar las funciones propias de mi rol. Para ilustrar este hecho, por ejemplo, podríamos asegurar que pocas mujeres se pondrían en manos de un ginecólogo que hubiese sido acusado de pervertido sexual, aunque fuese el mejor profesional del mundo. En vista de esta percepción subjetiva y gratuita del asunto parece obvio que la mejor praxis que se podría llevar a cabo para hundir a un gran adversario (mejor que nosotros) sería sembrar la duda en torno a su persona.

Puede parecer que la otra cara de esta moneda es la que permanece oculta. Esto es: habrá quien verdaderamente haya cometido fechorías y siga viviendo la vida sin asumir su responsabilidad por ellas. Pero aun más allá está el hecho de que la mancha en la imagen puede no tener nada que ver con el cargo al que uno aspira. Pueden, por ejemplo, acusar a un político de adúltero (o sadomasoquista) y que ese hecho sea suficiente para considerar que esa persona ya no puede ser un buen dirigente o un buen administrador.

Se percibe en todo esto que existe una cierta exigencia moral que se basa en la percepción colectiva y que resulta en muchos casos determinante a la hora de considerar si una persona es o no adecuada para cumplir una determinada función basándose, no es las aptitudes que son exigibles para un buen desempeño de esa función, sino concernientes a otros aspectos de su persona. Pero en esta percepción subjetiva y muchas veces formulada de manera infundada o exagerada se plantea la verdadera cuestión: cuando surgen los problemas o las verdaderas necesidades necesitamos a personas cualificadas para cumplir su labor y tomar decisiones acertadas. Así, si estoy enfermo, por ejemplo, quiero que me atienda el mejor médico posible independientemente de si es un adúltero u homosexual.

En otro orden de cosas también resulta deseable (a parte de separar las cuestiones que si son susceptibles de ser consideradas indeseables para un determinado rol de las que no lo son) está la necesidad de certeza. De la misma manera que no se puede consentir que un ladrón, por ejemplo, se encontrase al cargo de la tesorería y saliese impune después de haberla saqueado en su beneficio, no se puede tolerar que alguien que acuse falsamente a otro que sí estaba verdaderamente cualificado para su puesto, perjudicándole salga igualmente airoso de su calumnia. Su perjuicio en este caso ha sido doble, ha perjudicado a una persona cualificada que cumplía con sus funciones y a todo un colectivo que se beneficiaba de ello.

Cambiando el refrán (reconozco que resulta más dificil de recordar :))La mujer del César debe pues tener las cualidades o virtudes que son exigibles a su cargo (separadas de aquellas que no lo son), debe asumirse que las tiene a la vez que deben de existir mecanismos que así lo garanticen. Esta imagen no debe verse afectada hasta que se demuestre que no las posee y de ser falso, aquellas personas que hayan aportado el testimonio deben ser penalizadas.