sábado, 12 de junio de 2010

La verdad no (siempre) es lo que pienso, es lo que está ahí afuera


Volviendo a Russell, una de mis opciones más recurrentes; recuerdo la primera vez que leí su obra “Por qué no soy cristiano” (Y a la que algún que otro lustro después continúan saliéndole réplicas como “Por qué soy cristiano” de Cesar Vidal). En ella, el filósofo, nos propone una serie de razones por las cuales descolgarse de la creencia religiosa en general (no sólo de la cristiana). Si entre alguno de ustedes, hubiera alguien creyente apreciará, mucho más claramente sin duda, que negar la existencia de Dios genera cierta dosis de agitación moral. Si alguien afirmara que lo que creo es mentira, que es algo incierto e infundado, si fuese capaz de hacerlo creer verdaderamente a una sociedad de personas que abrazasen esa creencia, sería una situación caótica.

Sin embargo, solamente lo creería así si pensase que, en el supuesto de que aquello en lo que creo es mentira, entonces todo vale. Discúlpenme que se lo diga, pero eso es extremismo. Todo es útil para demostrar que la verdad que yo poseo es la auténtica puesto que si no lo fuera, igualmente, todo sería caótico. Si no estás conmigo, entonces estás contra mí. Fuera de la moralidad en la que yo creo, solo existe inmoralidad o amoralidad. Y un largo etcétera prosigue esta espiral de pensamiento...

No digo que todos los valores que promueven las grandes ideologías estén carentes de fundamento alguno; pero sí opino que su fundamento es bien distinto al que se les pretende otorgar. La “bondad” es “buena”, pero creer que esa “bondad” procede de mi forma de ver las cosas es algo “dañino”. La historia nos ha demostrado que existe, en ocasiones, una tremenda diferencia entre lo que “soy” y lo que “creo ser”. Por esto, las repercusiones de nuestras creencias hemos de buscarlas en el mundo “real” por si acaso nos despertásemos un día de golpe, de un horrible sueño y descubriésemos que, cegados, hemos cometido un crimen terrible en nombre de la “bondad”.

Si (siendo el caso) un día llegase a demostrarse que Dios no existe, no creo quienes son religiosos renunciaran (ni debieran renunciar) a todo cuanto creen. Que realmente de la “virtud” tornarían al “caos” y a la “maldad”. Quizás, contrariamente, solo significase que entonces debieran de admitir que creyendo hacer el “bien” han obrado en ocasiones “mal”. Yo creo que por contra descubrirían asombrados cuan frágil y susceptible es nuestra naturaleza (mucho más de lo que ellos un día imaginaron) y cuán necesitados estamos de verdaderas tolerancia, respeto mutuo y bondad.

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