viernes, 11 de diciembre de 2009

Legitimar la violencia


Creer en la violencia como forma de resolver un conflicto o llevar a cabo un plan o una idea, es algo muy peligroso.

Para ilustrar mi punto de vista al respecto me valdré de nuevo de un ejemplo. Analicemos algunas de las situaciones que podrían acaecer si un anciano descubre a un joven fornido intentando abusar de una muchacha. Una primera posibilidad sería que no hiciese nada; que estimase que es demasiado débil para enfrentarse al violador. Una segunda posibilidad es que el anciano se lanzase a por el joven afrontando las consecuencias que ello pudiera tener. Finalmente, una última posibilidad sería que el anciano en realidad llevase un arma, la sacase y sin mediar palabra matase al agresor. La postura que cada cual adoptaría si estuviese en la piel del anciano de esta historia seguramente variaría si solo contase con la opción de llevar o no una pistola en el bolsillo. Esto es, si soy “débil” soy “cobarde” pero si tengo la pistola y soy “fuerte” entonces soy el “héroe”. No contamos con la opción del anciano que fue con sus manos a pelear por lo que era justo. Él no pretendía matar al violador sino salvar a la muchacha. Existe una sutil diferencia: “nadie puede reprocharle nada”.

Quien legitima la violencia como medio de conseguir algún propósito es, obviamente, alguien que es fuerte. Si fuera débil no osaría decir tal cosa puesto que esa misma idea que defiende se tornaría en su contra. Por otro lado está el hecho de que uno no es “el fuerte” eternamente. Por esto defender está postura además entraña el riesgo de que, de nuevo, en un futuro se vuelva en contra nuestra. El violador del ejemplo, legitima la violencia como forma de obtener lo que busca una conducta muy reprobable que le expone a que otros empleen la violencia para reprimirla. Por contra, el anciano que defiende a la muchacha no busca satisfacer mas que su propia convicción aun a sabiendas de que probablemente puede salir pejudicado.

Con esta reflexión me viene a la mente algo que una vez le oí decir a alguien muy querido y con las que cierro esta entrada. "Que nunca nadie tenga nada que decir de tí"

miércoles, 21 de octubre de 2009

Prohibido


Reflexionemos un poco en esta ocasión sobre la idea de “lo prohibido”. Desde mi punto de vista la prohibición no debe entenderse como un instrumento de adoctrinamiento; debe más bien observarse desde un punto de vista utilitarista. Prohibir no sirve para infundir ideologías, es útil para solucionar problemas concretos y siempre y cuando éstos problema persistan.

Esta idea parece difícil de discernir, pero no lo es tanto si nos servimos de un ejemplo concreto. Si por una calle sólo cupiese un coche, sería de gran utilidad prohibir uno de los sentidos para que no se colapsase. Si pasado el tiempo la calle se ensanchase y pudieran pasar dos coches, la prohibición dejaría de tener sentido y sería más útil que dejara de existir.

Imaginemos ahora que la prohibición persiste aun a pesar de no tener sentido. Habría entonces una gran cantidad de individuos que violarían la norma porque la considerarían absurda o lo harían inconscientemente por no creer estar obrando mal. Esta es la distorsión que produce una prohibición cuando no persigue dar respuesta a un problema concreto sino que trata de imponer un punto de vista concreto. La prohibición obliga a todos (innecesariamente) a mirar en el mismo sentido.

Si por contra la prohibición desaparece, también lo hace el anterior problema. Quienes estaban a gusto yendo en un sentido puede seguir haciéndolo porque los que vienen en sentido contrario no le van a molestar. Por contra aumenta la libertad de aquellas personas a las que le sí que les venía mejor ir en sentido contrario.

Como conclusión podríamos decir que, antes de imponer nuestra forma de pensamiento y tratar de hacer extensiva una prohibición al resto, antes de pretender limitar sus libertades, hemos de analizar si ello verdaderamente soluciona el problema o si limita el ejercicio de nuestra propia libertad.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Hacia una idea de responsabilidad


La responsabilidad es un concepto que abarca varios aspectos. El primero y quizás el más importante, es el de la consciencia (que no conciencia). La consciencia de nuestros actos y circunstancias. Esto es, por ejemplo, saber que la pistola mata, que vamos a 180Km/h, que la billetera no es nuestra, que no tengo preservativo,… El siguiente paso para determinar nuestro grado de responsabilidad es el juicio moral que emitimos para enfrentarnos a esas circunstancias. Saber que, en principio, lo “correcto” es no disparar, levantar el pie del acelerador, no coger lo que no es nuestro, usar preservativo,…. Si finalmente y a pesar de ser consciente de ello, uno termina por hacerlo se debe analizar de qué manera las circunstancias han podido (o no) forzarnos a actuar de esa manera. Esto supone discernir si disparábamos para defendernos, conducíamos rápido por una emergencia sanitaria, robábamos porque estábamos pasando necesidad, no teníamos información sobre el uso de anticonceptivos,…

Atendiendo a este razonamiento, educar en la responsabilidad sugiere la necesidad de discernimiento y no solo del aprendizaje para ser consciente de los hechos o de la pauta moral con la que uno debe enfrentarse a ellos. Si finalmente las circunstancias de la vida nos llevaran a pasar por el aro, debemos ser conscientes de que la irresponsabilidad pudiera haber sido no haber corrido un poco más rápido o no habernos informado mejor.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Pensamiento evolutivo


Quizá este sea para mí, a título personal, uno de los temas más recurrentes. Y lo es porque, creo, que antes de comenzar cualquier diálogo debemos dejar claro cuáles son nuestra postura y su fundamento. Esta cuestión no es nada trivial y constituye todo un debate en sí misma, pues clarificar estas posturas supone sacar a la luz las bases de nuestro propio parecer.

Como hemos planteado en otras entradas, abordar este tema resulta harto complicado. Nuestra ideología y, por tanto, nuestro proceder, se sustenta sobre ideas que no podemos o resulta extremadamente complejo verificar. La existencia de Dios, por ejemplo, o hechos históricos confusos, experiencias erróneas,... Todo ello constituye el fundamento de algunas (o todas) partes importantes de nuestra conducta y forma de actuar.

La cuestión que surge inmediatamente después es la siguiente: ¿qué ocurre cuando mis ideas trascienden o interfieren con la de los demás? Este tema también lo hemos abordado en varias ocasiones y surgían soluciones como: “Si todos pensamos lo mismo el problema desaparece”. Pero el inconveniente de esta creencia es que, si todos estamos equivocados nos avocamos a un estrepitoso final. Vemos aquí la necesidad de la diversidad, de permitir que se produzca una selección natural de las ideas, de evitar la imposición (pensamiento radical) y adherirnos a aquellas formas de proceder que tengan más posibilidades de éxito. La diversidad es, por tanto, tremendamente deseable al igual que, en ese mismo sentido, lo es la tolerancia hacia las distintas posturas, hacia todo aquello que es capaz de lograr que coexistan distintas formas de pensamiento.

Si no poseemos esa medida de respeto hacia los demás, quizá debiéramos administrarnos cierta dosis de inseguridad, de duda. Sócrates decía: “solo sé que no se nada”. Creo que tener ideas es algo muy positivo, muy importante, casi tanto como tener el discernimiento suficiente para saber seleccionarlas.

viernes, 28 de agosto de 2009

El hombre invertebrado


No en vano diría que lo más importante que una persona necesita experimentar en su día a día es la sensación de respaldo. Ello puede parecer accesorio o consecuencia del éxito personal o profesional que atrae el apoyo o la aprobación de muchos. No obstante resulta imprescindible y crucial cuando las circunstancias se tornan adversas y nuestros proyectos se vislumbran confusos o inciertos. Cuando encontrar admiración o, incluso, respeto se convierte en una labor altruista sujeta al criterio de aquellos que observan, conscientes de nuestras circunstancias.

El éxito nos infla como un globo, eleva nuestra autoestima y nos mantiene firmes en apariencia. Sin embargo no debemos obviar el “vertebrador” sustento, ese algo capaz de mantenernos en pie cuando la adversidad nos desinfla. El hombre que permanece invertebrado se aviene a menos ante la “desgracia”, aceleradamente se torna apócope de lo que fuera antaño.

La cuestión entonces es aprender a descubrir y considerar las cosas que son capaces de conformar una estructura sólida sobre la que apoyarnos, personas incondicionales, desinteresadas, que no dependen de nuestras circunstancias. No podemos encontrarlas, ciertamente, en demasía; pocos son quienes que nos “empujan” en la debilidad hacia la dicha egoísta de nuestro propio provecho. No disfrutan ni se muestran indiferentes con nuestra desgracia, se alegran aunque no puedan ser partícipes de nuestros triunfos cuando son, realmente, grandes causantes de ellos. ¡Cuan feliz es el hombre que descubre que no es el éxito lo que lo mantiene dignamente en pie!

martes, 18 de agosto de 2009

Desdigo lo dicho


Ya lo dice el refrán: “rectificar es de sabios”. Sin embargo y no en vano todo tiene una justificación pues pudiera parecer, a simple vista, que todos aplicamos esta frase a la manera de conducir nuestros actos pero no siempre es así.

Deshacer lo caminado supone cierta dosis de humillación, de admitir el error propio y rendirse ante la evidencia. Nunca es plato de buen gusto equivocarse, ni tan sencillo rectificar, pues hay ocasiones en las que uno debería reconocer (si se desdice) que ha errado gran parte de su vida. Así, por cosas como estas, nos mostramos reticentes a asumir la realidad de las circunstancias y preferimos obcecarnos en nuestra particular verdad; no acertamos a ver, según que casos, el beneficio a la rectificación. No obstante, si estuviese equivocado respecto a esto discúlpeme, desdigo lo dicho; mas percatese que ahora, como usted, yo también tendría razón.

jueves, 6 de agosto de 2009

Moda


La pauta generalizada entraña un perjuicio innegable para la sociedad. No tenemos más que imaginar lo que sucedería si todo el mundo hiciese lo mismo en el mismo periodo de tiempo. Si la gente se fuera de vacaciones en agosto y nadie trabajase, si decidiesen echarse a la carretera en el mismo momento, etc... La moda genera cierta uniformidad, lo cual pudiera parecer una cualidad deseable, pues todos queremos poder tener las cosas que son accesibles para la mayoría del resto. No obstante la moda también genera “marginación” en la medida en que, verdaderamente, todo el mundo no puede permitirse ni desea siempre hacer lo que los demás hacen. Por otra parte, el ocio y el descanso del que disfrutan el resto de “agraciados” no está exento de atascos en las carreteras, colas en las tiendas y toda sarta de penurias que cualquiera desearía evitar. Pudiera decirse, generalizando, que la moda consigue que quienes no la siguen se sientan desfavorecidos o marginados y quienes la secundan, por otro lado, no queden plenamente satisfechos.

La cuestión que se plantea entonces es pensar si, realmente, hacer (pensar, querer, viajar, vestir,...) distinto a la pauta es una forma de marginarse o de ser menos que los demás. Es decir, ¿se pierde esa “igualdad” (uniformidad) cuando hacemos (pensamos, queremos,...) las cosas de manera distinta? Si usted cree eso verdaderamente, le insto a averiguar a qué parte del dibujo pertenece el siguiente fragmento: