jueves, 18 de febrero de 2010

Los orígenes del criterio: La pauta


Si aún no lo ha hecho quizá le interese leer primero:

1.- Los orígenes del criterio: La verdad.

La verdad es un conocimiento extremadamente valioso. Cuando se tiene, uno pede tomar decisiones acertadas, puede aventajar a aquellos que están equivocados. Sin embargo surge la eterna duda: ¿cual es la verdad? Ya hemos tratado este tema si lo recuerdan (moral basada en la experiencia) y más aún sometíamos a la verdad a una selección natural de las ideas. En resumen asumimos en primera instancia que la verdad eran aquellas conductas que la experiencia nos dice que conducen al "éxito" (porque ya han llevado a otros hasta allí). Esto, querido amigo y lector, es la pauta.

La pauta es asumir aquellas conductas, ideas, opiniones, perspectivas,... que a otros les han reportado éxito. Estudiar una carrera, emigrar a otro país, asumir unas creencias, ponerse botas para ir al monte (como diría nuestro amigo Jose Luís), etc... Es un conocimiento muy valioso cuando uno es consciente de la verdad a la que va asociada. Cuando las circunstancias son las mismas la pauta es una decisión acertada. Así la norma dice que es bueno que todos los niños vayan al colegio para recibir una educación y está en lo cierto; sin una educación apropiada (leer, escribir, relacionarse,..) el niño tiene menos probabilidades de éxito. Otra pauta significativa sería acudir al médico cuando estamos enfermos, por ejemplo; también aquí la norma dicta que tendremos, sin duda, más esperanzas de recuperación pues el médico es una persona experimentada, y posee un mejor conocimiento del tema para desempeñar su labor.

Conocer la pauta es algo muy importante. Es poseer información sobre la experiencia de otros en un terreno que hoy nos atañe. Es una guia eficaz cuando no se tienen las verdades muy claras y constituye una buena forma de adentrarse en el terreno mientras uno trata de ir descubriéndolas. No obstante a lo anterior, conocer y utilizar la pauta, no significa tener éxito. Este punto es muy importante, pero lo convertiremos en parte de una siguiente publicación.

sábado, 13 de febrero de 2010

Los orígenes del criterio: La verdad.


La educación sexual es un tema que en nuestras sociedades sigue suscitando cierto pudor. Los padres no terminan de asumir esa función educadora en este aspecto y a su vez se muestran reticentes a permitir que otros (centros publicos, instituciones,...) lo hagan. El resultado de esta ecuación es, ciertamente, la falta de infromación, la carencia de criterio.

Ese pudor que nos prohibe poner sobre la mesa cualquier tema de conversación, es sin duda un temor infundado que otorga al conocimiento un efecto perjudicial, el cual no posee en absoluto. Aprender los efectos perjudiciales que producen las distintas drogas, por ejemplo, no supone un adiestramiento para consumirlas sino una vital herramienta para rechazarlas y empatizar con aquellos que han tenido la desgracia de no haberlo sabido antes.

Los tabues existen y son en cierta medida una lacra social; porque un problema del que no se puede hablar es, desde mi punto de vista, doblemente problematico. Quizá todo se deba a un absurdo temor al cambio; sin embargo el niño, inexorablemente, se transforma en hombre (mejor o peor preparado) y vive con lo que sabe. La conducta más antinatural es pues vivir inconsciente de la responsabilidad que uno tiene entre sus manos.

La curiosidad debe satisfacerse con la verdad, como todos reclamamos ahora y debieran habernos dado desde pequeños. Solo así podemos formar opinones solidas y objetivas. Muchos piensan que ese gesto es una destrución de la inocencia y de la ilusión que tiene un niño. Yo creo sin embargo que destruye mucho más su inocencia y su opinión omitir esa respuesta o contar una mentira. Cuando alguien formula una pregunta, normalmente, desea escuchar la verdad.

La verdad es una parte fundamental para forjar un criterio. Es el hecho, lo objetivo, la realidad palpable. Quien se aleja de ella sencillamente, no puede llevar razón, está avocado al error.

martes, 26 de enero de 2010

Lo que quiero


La falta de criterio es una “enfermedad” terriblemente perjudicial. Discúlpenme si de nuevo soy excesivamente recurrente. Ya el primer post (Abriendo boca) dejaba entrever mi punto de vista al respecto. Más adelante “Desnudos” alertaba sobre los peligros de enfrentarse a la realidad sin las adecuadas “herramientas”. Quisiera en esta tercera entrada cerrar ese círculo con una exposición a cerca de “lo que quiero”.

Ante la vertiginosidad que supone reconocer que estamos expuestos, "desnudos" ante la adversidad, el ser humano tiende a repetir las conductas que desarrollan sus allegados. Como niños, aunque deseábamos fervientemente permanecer en el parque jugando, seguíamos a nuestros padres cuando nos llamaban a casa porque no sabíamos volver sin ellos. Si nos separábamos de su conducta, corríamos el riesgo de quedar expuestos al peligro, a la adversidad. Conforme madurábamos y adquiríamos conocimiento y criterio, aprendimos a ubicarnos, a saber por donde podíamos ir, a qué horas,... Ello nos hacía ser más independientes y desenvolvernos de manera más segura y satisfactoria puesto que ya no dependíamos de nuestros padres y nuestros padres se desprendían (en cierto modo) de nuestra dependencia.

Ahora bien, existe un cierto abanico de “lugares” en donde aún, hoy por hoy, estamos o nos sentimos desubicados. Se me ocurren muchos ejemplos: un adolescente que llega a su madurez sexual sin una adecuada educación al respecto; una persona que no sabe que cualidades valorar en los otros (como amigos, pareja,...); alguien que no conoce las ideologías que defienden los partidos que gobiernan su país y le llega la hora de votar, alguien que compra un producto sin conocer cuales son sus garantías o características,... Esa “desnudez” de criterio que a vista de todos pudiera resultar tan dañina, es una carencia que hay que cubrir antes de tomar una decisión al respecto.

No puedo elegir si no sé lo que quiero ni conozco lo que me están ofreciendo. Por este motivo cierro este particular círculo alentándoles a tomar una decisión.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Legitimar la violencia


Creer en la violencia como forma de resolver un conflicto o llevar a cabo un plan o una idea, es algo muy peligroso.

Para ilustrar mi punto de vista al respecto me valdré de nuevo de un ejemplo. Analicemos algunas de las situaciones que podrían acaecer si un anciano descubre a un joven fornido intentando abusar de una muchacha. Una primera posibilidad sería que no hiciese nada; que estimase que es demasiado débil para enfrentarse al violador. Una segunda posibilidad es que el anciano se lanzase a por el joven afrontando las consecuencias que ello pudiera tener. Finalmente, una última posibilidad sería que el anciano en realidad llevase un arma, la sacase y sin mediar palabra matase al agresor. La postura que cada cual adoptaría si estuviese en la piel del anciano de esta historia seguramente variaría si solo contase con la opción de llevar o no una pistola en el bolsillo. Esto es, si soy “débil” soy “cobarde” pero si tengo la pistola y soy “fuerte” entonces soy el “héroe”. No contamos con la opción del anciano que fue con sus manos a pelear por lo que era justo. Él no pretendía matar al violador sino salvar a la muchacha. Existe una sutil diferencia: “nadie puede reprocharle nada”.

Quien legitima la violencia como medio de conseguir algún propósito es, obviamente, alguien que es fuerte. Si fuera débil no osaría decir tal cosa puesto que esa misma idea que defiende se tornaría en su contra. Por otro lado está el hecho de que uno no es “el fuerte” eternamente. Por esto defender está postura además entraña el riesgo de que, de nuevo, en un futuro se vuelva en contra nuestra. El violador del ejemplo, legitima la violencia como forma de obtener lo que busca una conducta muy reprobable que le expone a que otros empleen la violencia para reprimirla. Por contra, el anciano que defiende a la muchacha no busca satisfacer mas que su propia convicción aun a sabiendas de que probablemente puede salir pejudicado.

Con esta reflexión me viene a la mente algo que una vez le oí decir a alguien muy querido y con las que cierro esta entrada. "Que nunca nadie tenga nada que decir de tí"

miércoles, 21 de octubre de 2009

Prohibido


Reflexionemos un poco en esta ocasión sobre la idea de “lo prohibido”. Desde mi punto de vista la prohibición no debe entenderse como un instrumento de adoctrinamiento; debe más bien observarse desde un punto de vista utilitarista. Prohibir no sirve para infundir ideologías, es útil para solucionar problemas concretos y siempre y cuando éstos problema persistan.

Esta idea parece difícil de discernir, pero no lo es tanto si nos servimos de un ejemplo concreto. Si por una calle sólo cupiese un coche, sería de gran utilidad prohibir uno de los sentidos para que no se colapsase. Si pasado el tiempo la calle se ensanchase y pudieran pasar dos coches, la prohibición dejaría de tener sentido y sería más útil que dejara de existir.

Imaginemos ahora que la prohibición persiste aun a pesar de no tener sentido. Habría entonces una gran cantidad de individuos que violarían la norma porque la considerarían absurda o lo harían inconscientemente por no creer estar obrando mal. Esta es la distorsión que produce una prohibición cuando no persigue dar respuesta a un problema concreto sino que trata de imponer un punto de vista concreto. La prohibición obliga a todos (innecesariamente) a mirar en el mismo sentido.

Si por contra la prohibición desaparece, también lo hace el anterior problema. Quienes estaban a gusto yendo en un sentido puede seguir haciéndolo porque los que vienen en sentido contrario no le van a molestar. Por contra aumenta la libertad de aquellas personas a las que le sí que les venía mejor ir en sentido contrario.

Como conclusión podríamos decir que, antes de imponer nuestra forma de pensamiento y tratar de hacer extensiva una prohibición al resto, antes de pretender limitar sus libertades, hemos de analizar si ello verdaderamente soluciona el problema o si limita el ejercicio de nuestra propia libertad.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Hacia una idea de responsabilidad


La responsabilidad es un concepto que abarca varios aspectos. El primero y quizás el más importante, es el de la consciencia (que no conciencia). La consciencia de nuestros actos y circunstancias. Esto es, por ejemplo, saber que la pistola mata, que vamos a 180Km/h, que la billetera no es nuestra, que no tengo preservativo,… El siguiente paso para determinar nuestro grado de responsabilidad es el juicio moral que emitimos para enfrentarnos a esas circunstancias. Saber que, en principio, lo “correcto” es no disparar, levantar el pie del acelerador, no coger lo que no es nuestro, usar preservativo,…. Si finalmente y a pesar de ser consciente de ello, uno termina por hacerlo se debe analizar de qué manera las circunstancias han podido (o no) forzarnos a actuar de esa manera. Esto supone discernir si disparábamos para defendernos, conducíamos rápido por una emergencia sanitaria, robábamos porque estábamos pasando necesidad, no teníamos información sobre el uso de anticonceptivos,…

Atendiendo a este razonamiento, educar en la responsabilidad sugiere la necesidad de discernimiento y no solo del aprendizaje para ser consciente de los hechos o de la pauta moral con la que uno debe enfrentarse a ellos. Si finalmente las circunstancias de la vida nos llevaran a pasar por el aro, debemos ser conscientes de que la irresponsabilidad pudiera haber sido no haber corrido un poco más rápido o no habernos informado mejor.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Pensamiento evolutivo


Quizá este sea para mí, a título personal, uno de los temas más recurrentes. Y lo es porque, creo, que antes de comenzar cualquier diálogo debemos dejar claro cuáles son nuestra postura y su fundamento. Esta cuestión no es nada trivial y constituye todo un debate en sí misma, pues clarificar estas posturas supone sacar a la luz las bases de nuestro propio parecer.

Como hemos planteado en otras entradas, abordar este tema resulta harto complicado. Nuestra ideología y, por tanto, nuestro proceder, se sustenta sobre ideas que no podemos o resulta extremadamente complejo verificar. La existencia de Dios, por ejemplo, o hechos históricos confusos, experiencias erróneas,... Todo ello constituye el fundamento de algunas (o todas) partes importantes de nuestra conducta y forma de actuar.

La cuestión que surge inmediatamente después es la siguiente: ¿qué ocurre cuando mis ideas trascienden o interfieren con la de los demás? Este tema también lo hemos abordado en varias ocasiones y surgían soluciones como: “Si todos pensamos lo mismo el problema desaparece”. Pero el inconveniente de esta creencia es que, si todos estamos equivocados nos avocamos a un estrepitoso final. Vemos aquí la necesidad de la diversidad, de permitir que se produzca una selección natural de las ideas, de evitar la imposición (pensamiento radical) y adherirnos a aquellas formas de proceder que tengan más posibilidades de éxito. La diversidad es, por tanto, tremendamente deseable al igual que, en ese mismo sentido, lo es la tolerancia hacia las distintas posturas, hacia todo aquello que es capaz de lograr que coexistan distintas formas de pensamiento.

Si no poseemos esa medida de respeto hacia los demás, quizá debiéramos administrarnos cierta dosis de inseguridad, de duda. Sócrates decía: “solo sé que no se nada”. Creo que tener ideas es algo muy positivo, muy importante, casi tanto como tener el discernimiento suficiente para saber seleccionarlas.