miércoles, 21 de enero de 2009

¿Por qué lo hacemos?


Ortega y Gasset se refería en “la rebelión de las masas”a esta misma idea: La sociedad, la masa, mueve al individuo. Nos encontramos ante una idea harto debatida y cuestionada, aceptada y practicada en todas y cada una de las sociedades a lo largo de la historia; pues aunque la fenomenología de las masas es hoy más determinante, las masas del pasado también constituían en sí mismas una corriente, una forma de vida a la que adherirse.

¿Por qué lo hacemos? , ¿por aceptación?, ¿por supervivencia?, ¿por el sentimiento de pertenencia? Atendiendo a las necesidades del individuo Maslow plantea su conocida pirámide de necesidades con la que es posible estar más o menos de acuerdo (recordemos la salvedad de que, en última instancia, el ser humano es capaz de cambiar la importancia relativa que otorga a sus necesidades). De ellas , la necesidad de pertenencia, que ya hemos mencionado, lleva implícita la formación de un nuevo ente: las sociedades.

Si continuamos por este camino derivado de la teoría de Maslow, resulta comprensible admitir que la muerte de las sociedades, los sistemas políticos, organizaciones internas, etc... se produce en el instante en que éstos no son capaces de satisfacer las necesidades que el individuo considera más importantes que pertenecer a ellos. A pesar de esta observación y considerando que, efectivamente, la sociedad es capaz de satisfacer al individuo esas necesidades, continúa sin resolverse la cuestión.

Indagando aun más en la búsqueda de esa respuesta nos percatamos de un detalle obvio. Según Maslow el fin de las sociedades es alimentar el sentimiento de pertenencia y nada más, pero esto no corresponde con la realidad. Lo cierto es que la cantidad de individuos que componen las sociedades de hoy en día no sería sostenible si no fuese dentro de las mismas. Esto es; si hoy nos viésemos obligados a buscar por nosotros mismos nuestro propio alimento y esta situación se prolongara en el tiempo gran parte de la población mundial no sobreviviría.

Lo que quiere decir esto es que hoy, la satisfacción de parte de nuestras necesidades más primarias (según Maslow) está sujeta al buen funcionamiento social. Por este motivo nuestros esfuerzos van siempre destinados a salvaguardar la maquinaria que hace que la sociedad prospere. En nuestro caso la economía y el consumo son los dos pilares fundamentales. De ahí nuestro complicado comportamiento consumista.

Contestada la pregunta cabe plantearse otras a tenor de las incertidumbres que vivimos hoy en día; por ejemplo: ¿Como introducir el hecho de que los recursos son limitados dentro de esta filosofía consumista que tiende a agotarlos más rápidamente?, ¿seremos capaces de afrontar este reto o será necesario un cambio de modelo?

domingo, 11 de enero de 2009

El día de hoy



Nos interesan mucho el ayer y mucho más el mañana, pero lo que más nos interesa es el día de hoy. A esta praxis algunos la llamaron Carpe Diem; personalmente prefiero llamarla simplemente:lo Presente

El presente tiene la extraordinaria característica de ser lo que estamos viendo en este mismo instante. El pasado y el futuro por el contrario son imágenes ya vividas y expectativas que aun no se han hecho realidad, que viven en nosotros pero que no están ahí afuera. El poder de lo que significa el ahora más inmediato es innegable. Uno puede, por ejemplo, hacer valor a una circunstancia futura y afirmar: “dentro de un mes salto en paracaídas”. Sin duda la imagen mental de lo que uno en un principio imaginaba se rompe lleno cuando uno siente en su piel como la puerta del avión se abre para que de manera inminente nos arrojemos por ella a gran velocidad en dirección al suelo. En ese presente tan inmediato y tremendo, la emoción iguala nuestro ideal. Estaríamos dispuestos a comprometer la palabra dada por evitarnos el trago amargo y hacer que desaparezca la ansiedad; estaríamos dispuestos a quedar por miedosos. Ante la seguridad de saber que finamente y con toda probabilidad todo acaba bien, que nada malo va a pasarnos, saltamos y al llegar al suelo a salvo nos sentimos estupendos.

Pero el día de hoy tiene aún mucha más fuerza porque también las circunstancias surgen de manera inesperada. Sin previo aviso nos vemos envueltos en circunstancias tanto o más comprometedoras o arriesgadas. Un accidente de tráfico, socorrer a alguien que está siendo agredido o en definitiva salir al paso de un hecho en el que los nervios del momento juegan un papel fundamental. Sin duda, en este caso, resulta muchísimo más admirable ese salto al vacío si el día de hoy somos capaces de vencer ese miedo desde la fortaleza de nuestra propia convicción y lanzarnos con ella a la incertidumbre de saber si, haciendo lo que creemos correcto, todo terminará bien.

Estas son y han sido siempre las armas del ser humano para enfrentarse al día a día del Mundo: sus manos y su propia convicción.

martes, 18 de noviembre de 2008

Palabras, palabras...


Que oímos diariamente y pronunciamos, que describen, indican, piden, difaman, insultan, disculpan, ofrecen,.. Somos dados a la palabra pero superficial pues, cuando verdaderamente es de necesidad que aportemos un pensamiento magnífico, enmudecemos.

Lo banal es fácil de pronunciar, lo insulso no pone nada de manifiesto pero de la otra parte, existen pocas cosas de tanta belleza y utilidad como la palabra correctamente dicha en el momento adecuado. Ni una más ni una menos, sin adornos innecesarios ni omisión de aquellos detalles brillantes en ese instante oportuno. Palabras que no son fruto de lo cotidiano o sí lo son; de instantes en los que la tensión exige estar a la altura de las circunstancias.

Solo entonces, cuando aportar ideas o pensamientos no se convierte en algo gratuito o accesorio, cuando es de verdadera necesidad que de la boca fluya una voz sublime y llena de intención, la palabra se transforma en un ente maravilloso que expresa la verdadera valía de aquel de quien proviene.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Primera evaluación

En todos los lugares donde se desarrolla una actividad es necesario, de alguna manera, medir o cuantificar si los resultados de dicha actividad están cumpliendo unas determinadas expectativas. Esto favorece el desarrollo de la misma, porque a un tiempo los resultados son un estímulo y un incentivo para seguir llevando a cabo esa labor.

Desde aquel primer post, a comienzos del pasado año, en el que en una primera reflexión analizábamos los problemas de la falta de criterio hasta hoy, no habíamos hecho ningún parada para hacer una primera evaluación. No se trata de poner nota al trabajo o a las publicaciones; se trata más bien de plantear nuevas lineas temáticas o la posibilidad o los medios para una llevar a cabo una paricipación más activa, por ejemplo. Bien sea a través de otros blogs o el traslado a otro espacio en el que participar sea más sencillo (foros), etc..

Mi intención es abrir líneas de diálogo crítico en torno a esos temas ya que, desde mi punto de vista, es el más enriquecedor y el único verdaderamente capaz de llevar a conclusiones inovadoras e inteligentes.

Espero vuestra participación. Un fuerte abrazo a todos. Juanma.

martes, 28 de octubre de 2008

Un juego de rol



El gracioso, el intelectual, el policia, el guaperas, el padre, la autoridad, el artista,... son algunos de los roles que asumimos diariamente en nuestras vidas. Por lo general no es solamente uno; esto es, por la mañana uno puede ser el policia en un determinado contexto y luego, mas tarde, ese mismo día, ser el padre, el gracioso o el juerguista en otros muy diferentes.

Esta variedad de roles, aunque parece variada, está fuertemente sujeta al contexto. Uno, por ejemplo, no puede pretender asumir el rol de juerguista cuando está de servicio como policía, de la misma manera que cuesta trabajo mostrarse autoritario en el entorno en el que asumimos el rol juerguista. Las personas de nuestros variados entornos conocen, aceptan y presuponen que nuestro comportamiento será de una determinada manera en un determinado contexto o, valga la redundancia, entorno. Por este motivo alterar el rol o la visión que los demás tienen de nosotros mismos es extremadamente complicado.

Por norma general el papel que asumimos en cada una de esas situaciones es de nuestro agrado. Elegimos ser policias, padres, juerguistas y en cada una de esas circunstancias nos encontramos agusto y no deseamos que esa situación se vea alterada. El problema en cuestión surge cuando nos vemos obligados a ocupar ciertos roles que ya no nos son tan apetecibles. Nos convertimos entonces en: el pardillo, el "pringao", el marginado, el "drogata", el débil, el maltratado,... Además esta situación se ve agravada por el hecho de que, efectivamente, cambiar ese estado de las cosas es extremadamente complicado y mucho más en el contexto de esas personas para las que precisamente tomamos ese rol.

La norma general dice que muchas de esas personas que en determinadas circunstancias han asumido un rol negativo tienden a abandonar ese entorno; a marginarse. No obstante, el no hacerles frente tiende a hacer que ese rol se propague a otros de nuestros contextos. La solución, como en muchos casos se pretende, no es traspasar ese rol a otra persona que pudiera ser más débil, "pringao", etc... que nosotros. El primer paso es adquirir esa autoestima y esa seguridad que manifieste una visión positiva y de respeto de nosotros mismos hacia nosostros mismos: no somos pringaos, ni débiles. El segundo paso es transmitir esa seguridad y esa visión a los demás omitiendo el silencio que se produce cuando no somos tratados con respeto y denunciando que, efectivamente, quien nos trata con desprecio no debiera ser admirado, ni los demás debieran ser condescendientes con su actitud. La manifestación de nuestros pensamientos en este sentido, llama la atención al resto sobre este otro determinado tipo de roles, que recurren a estas prácticas de supremacía para reforzar su figura a costa de ensuciar la de los demás. La mejor manera de evitar estas conductas es exigir respeto en el mismo instante en que nos consideramos ofendidos sin que la otra parte muestre su disculpa.

En algunos de nuestros entornos no seremos quizás los más listos, los mas fuertes, agraciados o afortunados; pero ante todo somos personas y en cualquiera de ellos debemos exigir esa porción de respeto que a todos nos corresponde.

viernes, 3 de octubre de 2008

De las manos


Sí, existe mucha emotividad en el mundo, pero de toda ella sólo una parte es verdaderamente magnífica y cuando somos capaces de percibirla, despierta en nosotros una profunda emocionalidad.

Si bien es cierto todo hombre busca en la vida, desde sus comienzos, su propio provecho. Somos egoistas; incluso en el amor de pareja, en esa emoción sobre las que tantas líneas se han escrito, no estamos dispuestos a entregar si no percibimos entrega por parte del otro. No consentimos en perdonar deudas, agravios, desdenes, desprecios,... Todos somos así de implacables. ¿O no?

A vueltas, de nuevo, con nuestro pasado descubrimos una imagen sorprendente. Unas manos que nos han asido, que nos han cuidado, que han derramado sus bienes al insaciable apetito de nuestra educación, de nuestros destinos, que han soportado, en ocasiones, nuestros insultos y desprecios como nadie lo hubiera hecho. Y en todo este proceso, no nos han pedido cuentas, no nos lo han echado en cara, han mantenido esa entrega y esa disponibilidad.

Esta deuda insoportable, sin embargo y de manera extraña, no crea una obligación, como muchos piensan, hacia esas personas a las que debemos todo o, al menos, gran parte de lo que lleguemos a ser en la vida. Por el contrario nos marca un compromiso para con aquellos otros a los que un día debemos llegar a amar de esta misma manera desinteresada y altruista que a nosotros nos han amado.

jueves, 25 de septiembre de 2008

A su debido tiempo


Pocas cosas inducen tanta humildad en el hombre como reencontrarse con su pasado. Las distintas etapas de la vida, todo lo que ya hemos sido y no volveremos a ser, dejan en nosotros sensaciones inconfundibles. De niños soñábamos ser mayores; "la vida es un rollo cuando se es pequeño". Conforme todo avanza, cambia nuestra perspectiva y a la vejez añoramos redescubrir las sensaciones de nuestra juventud.

Algunos afirman que la mejor época de la vida transcurre entre los 30 y los 40. Personalmente, no puedo evitar plantearme por qué muchas personas coinciden en esta afirmación. Creo que en esa época de la vida se da en la mayoría de nosotros una coyuntura especial. En esas edades uno justo tiene la edad con la que desea vivir las cosas que vive en ese momento. Ni mayor ni menor, justo esos años. Otro punto de vista es de la responsabilidad. Esas edades "mágicas" son la época de la vida en la que una persona carga con mayor número de responsabilidades. Nos sentimos útiles, existe una fuerte motivación en ese sentido; somos necesarios para otras personas que dependen de nosotros y sobre las que influimos.

Lo que asombra, de todas formas, es que este punto de vista da a entender que fuera de esos periodos la mayoría de la gente cree que se vive de forma menos plena. De niños pues, la mayoría desearía que el tiempo avanzase rápido hacia ese destino y ya pasado comienzaría el declive y uno viviría constamtemente mirando atrás con melancolia. Personalmente, no creo que la vida deba percibirse desde esa perspectiva.

La falta de plenitud es debida a que asumimos que lo que deseamos vivir no corresponde con la realidad de nuestras circunstancias. Esto ocurriría, por ejemplo, si de niños deseásemos ser mayores. La corrección por tanto parece sencilla: "educar en la temporalidad". Todo tiene su tiempo y cuando uno es niño no debe desear ser mayor, debe de ser curioso, travieso, impulsivo y debe de hacerlo, porque si no lo hace cuando le corresponde estará imcompleto y deseará haberlo hecho. Esta educación en la temporalidad se traspasa a todas las edades de la vida y nos enseña a asumir nuestras circunstancias y vivir las cosas que corresponden a nuestro tiempo con la total plenitud que exige, ser niño, adolescente, joven, etc..

Todo, insisto, tiene su tiempo y tratar de adelantarlo o postergarlo no nos va a hacer más felices; por el contrario nos va a robar preciosas épocas de nuestras vidas.