lunes, 27 de abril de 2009

La idolatría


Quizá haya otras interpretaciones pero, personalmente, definiría la idolatría como un profundo “amor” hacia los símbolos olvidando (por otra parte) las “cosas” a las que representan. Esta es sin duda una tendencia peligrosa porque el respeto a los símbolos no debiera ser en ningún caso superior al que se siente por aquello que “significan” o dan significado. Si uno se jacta de amar u odiar un símbolo debiera también hacerlo de conocer en profundidad aquello a lo que, valga la redundancia, simboliza y debiera amar u odiar mucho más.

sábado, 25 de abril de 2009

La verdadera metafísica del Mundo


Se sugiere en muchas publicaciones la idea de lo “aparente” de la ciencia en tanto que no es en sí misma nada más que un “modelo” de la realidad. Se sugiere que la verdadera búsqueda es una búsqueda metafísica al estilo de los antiguos filósofos griegos que redujeron el mundo a elementos, ideas,... que pretendían ser en sí mismos la “realidad”.

Para tener clara nuestra forma de investigar el mundo en todos sus aspectos debemos hacer frente a dos obviedades. La primera es que la información que recibimos es sensorial, son imágenes, sonidos, gustos, tactos y olores de lo que hay ahí afuera, son pequeñas porciones de información que el mundo nos devuelve. Está claro que las cosas no son lo que se ve, se oye, se palpa, se huele o se saborea de ellas; pero la cuestión no es esa. La segunda obviedad se reduce, pues, a la consideración de nuestras propias limitaciones porque, ¿qué es algo que no se ve, que no se puede tocar, ni oler, ni oir, ni saborear? Puede que exista, pero a nuestros sentidos es NADA.

Esta limitación es bien conocida por los racionalistas que propusieron entonces que la verdad no viene de “fuera” sino de “dentro”. Esto es: puedo encontrar la “verdad” sin recurrir a las “imágenes” que obtengo del mundo a través de mis sentidos. La lógica explica el mundo, según ellos. Sin embargo en este sentido también estamos limitados pues: si A es B y C es B entonces C es A, pero cuando las variables se tornan tan infinitas como lo son en el mundo en el que nos ha tocado vivir la mente del hombre no es capaz de dar de sí. Luego está la pega de que hay que ver si eso corresponde con la realidad y, de nuevo, tenemos que capear con nuestros sentidos. Ya dijo Kant que la razón pura no es suficiente; pero aunque lo fuera y razón y experiencia nos dieran una solución final, está la incapacidad para darlo a conocer a los demás pues, a modo de equipararlo, si un genio descubriese la verdad del mundo y para él esa verdad fuese tan simple como A es C, ¿cómo podría enseñársela a un asno? Hay cosas que muchos no podemos en su complejidad comprender.

Por otro lado uno descubre que la “lógica” tiene varios niveles de aumento. Aunque pudiéramos dilucidar todo el mecanismo físico y nervioso que tiene lugar en nuestro cuerpo, con enzimas y su composición, a nivel atómico y molecular con una secuencia lógica aplastante que nos devuelva un resultado que no da lugar a dudas ni refutación y que viniese a explicar por qué cuando nos atizan un mamporro tenemos una necesidad imperiosa de devolverlo, uno se plantea si eso era algo que no parecía ya bastante “lógico” (aunque hubiésemos tenido que esperar siglos o quizá milenios de ciencia, razonamiento o filosofía para saberlo de “verdad”).

Más allá uno se plantea (porque en este mundo a casi todo ya se le han dado muchas vueltas) si esa verdad importa, si es útil. La verdad es que hay mucho conocimiento detrás de nosotros, tanto como para pensar que podemos controlarlo todo o podemos siquiera leerlo o conocerlo en su totalidad. En ese sentido el utilitarismo es una corriente “falsa” (no lo niego) pero es “útil”. No discuto que, por ejemplo, los coches que se hacen hoy en día son mucho más ineficientes e incómodos que los que disfrutarán nuestros hijos o nietos pero no podemos por ello desecharlos y morir esperando el coche ideal (porque a lo mejor no existe o esa idoneidad depende de las circunstancias). Al utilitarismo no le importa la universalidad porque además si uno vuelve la vista atrás no puede sino dilucidar todo el daño (¿innecesario?) que han hecho las ideas absolutas a lo largo de la historia. A mi no me importa que lo mio sea “menos lógico” que lo que está por venir, al contrario lo que deseo es que las cosas que cambien lo hagan hacia esa “lógica superior”.

Quien lograse la hazaña de hallar esa verdad absoluta (esa “logica superior”) quizá lograría el reconocimiento del mundo entero (si es capaz de hacérsela comprender....) o quizá, por qué no, su destrucción... Quizá no existe aunque esa sea la afirmación más fácil de hacer. Pero las cuestiones que planteo son otras: ¿existe? ¿qué hacemos mientras no poseemos ese conocimiento absoluto? ¿nos matamos? ¿nos amamos? ¿escogemos una al azar?... Que cada cual medite lo suyo y extraiga sus conclusiones...

lunes, 20 de abril de 2009

Una falsa idea de bondad


La idea de lo “bueno” es una cuestión filosófica del más alto nivel. Para saber a lo que atañe, Russell defiende la idea de que este concepto está ligado muy íntimamente a la naturaleza humana. “Si un meteorito chocara y destruyera un planeta lejano sería un espectáculo de la naturaleza, si ese mismo meteorito se dirigiese a destruir a la Tierra, ello sería algo espantoso”. A la luz de esto parece, además, que cuando la desgracia que llega es para todos, todos estamos de acuerdo.

Cambiando de frente podemos también llegar a un acuerdo sobre lo que no parece ser la bondad. Por ejemplo: si yo creyese que duchándome con un determinado gel es suficiente para que yo sea considerado un hombre bueno, muchos no estarían de acuerdo conmigo. Esta idea es además muy peligrosa porque aunque realmente mi gesto no es “malo” (no hay nada malo en asearse) sí lo es la idea de pensar que un acto trivial me convierte en alguien virtuoso y, además, pensar que esa “bondad” es suficiente. Después de ducharme y haber hecho mi “bien” diario yo sería un hombre “bueno” aunque no tuviera ni un solo gesto amable con nadie o me dedicase a pegar a la gente. Aunque resulte cómico, este es uno de los grandes defectos de las religiones. Hace unos meses un judío ortodoxo arrojó ácido a la cara de una muchacha judía porque su belleza y su forma de vestir eran “provocativas”. Esta idea de “bondad” sustenta muchas de las barbaridades que se cometen hoy en día en el mundo.

De nuevo se percibe que la interpretación metafísica del mundo juega un papel fundamental en esta idea del “bien” y que lo que es considerado “bueno” no siempre tiene las consecuencias que uno espera de un gesto “bondadoso”. No obstante uno percibe que la “bondad” de un acto no está tan marcada por el acto en sí, sino por su finalidad y consecuencias. Ello hace que gestos que consideramos “malos” se tornen “buenos” (se puede, por ejemplo, causar dolor para curar una herida). Este hecho no debe tampoco malinterpretarse a riesgo de considerar que aquel judío arrojó ácido a la cara de la muchacha para bien. La cuestión es ¿qué bien? ¿el de la muchacha o el de quienes estaban siendo “provocados”? Si lo hizo por la muchacha le hizo un flaco favor porque seguramente la habrá perjudicado para el resto de su vida. Si lo hizo por los “provocados” no deja de ser un gesto egoísta porque los pensamientos “malos” no provenían de la muchacha sino de ellos mismos. Parece por tanto que la idea de un gesto “bueno” es lícita si uno lo hace para “beneficio” de aquellos para quien va dirigido.

El beneficio también se torna algo discutible; porque yo puedo pensar que hago algo para bien de alguien cuando finalmente le estoy perjudicando. Por tanto, uno puede creer que ante la duda lo mejor es no hacer nada y ciertamente si el muchacho no le hubiera arrojado ácido a la cara a la muchacha hubiera sido un gesto más satisfactorio. Pero entonces ¿quien no duda? ¿quién puede decir que sus obras son para verdadero bien? ¿debe uno vivir sin hacer nada? Si uno salva a alguien de la muerte (que no quería morir) obtiene un reconocimiento generalizado. Parece que aquella parte que atañe a la naturaleza del hombre, según Russell, marca unas determinadas pautas según las cuales consideramos que ciertos actos son buenos. Si la persona a quien se salva es un asesino, la gente no experimenta tanta satisfacción porque aquella persona le proporciona una cierta sensación de repulsa. Por tanto podemos creer que la idea del bien es el resultado de una pugna de sensibilidades y que la idea más “absoluta” del bien es aquella “sensación” más extendida. No obstante lo anterior, la sensibilidad hacia ciertos aspectos (como el sufrimiento, la muerte, la “rectitud”, la “obediencia”, ...) es algo que no es inherente al ser humano, sino que depende en muchos casos de la coyuntura social y de la educación.

No podemos influir sobre la sensación que nos produce el dolor, el hambre, etc... (cosas de las que por otro lado estaríamos dispuestos a rescatar a quien fuese) pero si podemos hacerlo contra la aversión que podamos experimentar hacia la “pulcritud”, el “pecado”, la “obediencia” que son sentimientos mucho más relativizados y sobre los que no podemos emitir un juicio apresurado, tanto como para arroja ácido en la cara de nadie

jueves, 16 de abril de 2009

Los traumas de una nación


Aunque solo se trate de una sugestión colectiva, cada nación tiene sus “traumas” y sus prejuicios. Los estadounidenses, por ejemplo, experimentan aún hoy una cierta aversión hacia el comunismo fruto de sus contiendas en el pasado. Esto es así de tal manera, que se han convertido en acérrimos defensores de un capitalismo muy liberalizado, cuyos “defectos” han propiciado la crisis en la que nos encontramos hoy.

Los españoles no pecamos de lo mismo que los americanos, pero lo hacemos de otras cosas. Muchos detractores de la monarquía, por ejemplo, alegan al gasto innecesario para justificar sus argumentos; sin embargo, más grave resulta en ese sentido la crisis de identidad que padecemos y que nos lleva a asumir un complejo y costoso sistema de autonomías (17 comunidades y 50 provincias) donde otros países de similar o mayor extensión que el nuestro, solo segregan su territorio administrativamente en 3 o 4 regiones. Esta mayor disgregación limita territorios donde la escasa población unida a la creciente autofinanciación logra además que el sistema sea tremendamente injusto y que haya regiones que no puedan financiar, por ejemplo, una sanidad pública de calidad (entonces el estado debe ayudar en ese sentido).

Atendiendo a esto y mirándonos directamente al ombligo debemos cuestionarnos realmente la necesidad de abordar estos problemas, porque la experiencia dice que tarde o temprano alcanzan una situación irreversible y mucho más traumática que la idea que ha dado origen a la coyuntura. Al igual que desde fuera vemos el trauma de otros simple y sin sentido, desde dentro el problema se torna realmente mucho más complicado. Aunque se trate de planteamientos y posturas incorrectas todo se encuentra trabado. Por un lado toda la estructura interna del estado se fundamenta en ello y muchos están convencidos de su necesidad. Por otro, muchos no alcanzamos a vislumbrar cómo evolucionaría la situación si se cediese al cambio. En este orden de cosas todo se queda, finalmente, como estaba.

No obstante lo anterior, debemos aportar nuestro grano de arena expresando nuestra opinión y experiencia. Personalmente opino que la identidad nacional no la proporciona ninguna distinción cultural sino los principios bajo los que se sustenta. Creo que por encima de la forma de gobierno se encuentran los principios fundamentales en los que todos deberíamos creer (igualdad, solidaridad, tolerancia, respeto,...) y personalmente me identifico con cualquier nacionalidad en la que sus ciudadanos promulguen con convencimiento, eduquen y traten de aplicar de manera efectiva dichos principios entre sus conciudadanos. Creo que recuperar la identidad pasa por reeducar o reconducir del egoísmo que supone no creer en estos principios; aunque siempre estemos más convencidos de ellos los que necesitamos la solidaridad de otros que hoy no necesitan nada de nosotros.