martes, 8 de marzo de 2022

Hay que hacer algo.

No puedo mirar para otro lado. Me cuesta pensar en otra cosa que no sea en Ucrania y los ucranianos. Nos pasa a muchos. Sentimos que algo importante se ha roto; que se nos ha caído una venda de los ojos y aunque no queríamos creerlo, ahora podemos ver con claridad que seguimos siendo los mismos hombres. ¿Alguien se esperaba otra cosa?

Las leyes y tratados internacionales que creíamos vigentes no son hoy sino para Putin papel mojado, una utopía; esbozos de una realidad que no existe, que nunca ha existido. Porque, por mucho que tratemos de convencerle y de forzar a que las cosas fluyan de una manera distinta, lo cierto es que en el mundo, tal y como él lo concibe, sólo rige una norma: la selección natural de Darwin.

Y no le falta razón, en última instancia todas las naciones, grupos sociales e individuos dentro de las mismas competimos por consolidar y mejorar nuestra posición, maximizar nuestras oportunidades de supervivencia y las perspectivas de futuro de nuestros hijos. En ese sentido el fanatismo nacionalista de Putin no comparte la visión de los ucranianos y considera una amenaza el hecho de que estén completamente convencidos de que el modelo de las democracias europeas y su unión es la mejor forma de garantizar su futuro. Con su sacrificio, el pueblo de Ucrania nos han dado una lección a todos los que, creyendo lo mismo, nos hemos esforzado durante estos últimos años por justificar y promover nuestras diferencias y nos hemos dejado dividir debilitando nuestras convicciones y alimentando nuestros propios fanatismos (como el Brexit, los nacionalismos y los populismos).

Porque sí, la guerra que se libra en Ucrania es la de la convicción frente al fanatismo. Un fanatismo que sólo ataca cuando es el fuerte, frente a una convicción que planta cara aun siendo el débil. Un fanatismo que no tolera la apostasía, frente a una convicción que quiere abrazar la libertad de poder elegir ser lo que uno quiera. Putin es hoy para Ucrania como el niño que hace bulling, como el hombre que maltrata a su pareja, como el agresor homófobo, como un dictador que promueve la represión, como el terrorista que incita a poner bombas, como el pandillero que llama a ajustar cuentas con quien quiere abandonar la banda,… Afortunadamente para todos, a la mayoría de nosotros aun nuestras convicciones no nos permiten mirar esas cosas y simplemente dejar que sucedan. Hay que hacer algo.

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