jueves, 8 de mayo de 2008

Moral basada en la experiencia


Este es un concepto un tanto atípico. Para ubicarlo correctamente me valdré de lo siguiente. La educación que recibe un hijo con respecto a los padres o al mundo, no es tanto verbal como conductual. Esto es, lo que retenemos de nuestros padres no son sus ideas o sus creencias, son aquellas conductas que les han reportado éxito. Nos dejamos llevar por ciertas ideologías o maneras de pensar, adoptamos una cierta moral por el simple hecho de que nuestros allegados “viven” según o gracias a ellas. No se debe, en modo alguno, a que la moral que transmiten tenga un carácter universal o sea completamente verídica; acepto los consejos de otras personas porque les va bien y por ello los considero más valiosos.

La moral asumida y que procede de nuestros padres o de aquellos quienes nos han educado, también está sujeta a los criterios de la autodeterminación. La moral religiosa es cómoda en este sentido y en muchos otros. La cristiana, por ejemplo, comparándola con su visión del matrimonio, una vez que lo aceptas te obliga a amar aunque llegue un día que sientas que ya no estas enamorado. Lo que aquí se defiende no es que uno no sea capaz de amar para siempre, se defiende que uno ame aquello que desea amar. Hay ideas que uno cambia a lo largo de su vida y otras que no; pero aquellas que le obligan a seguir creyendo en ellas conforme adquiere la experiencia suficiente como para vislumbrar que estaba equivocado, le restan felicidad y le amargan. La moral es fruto de la experiencia, debe madurar con la edad, con las vivencias y no morir en la apatía de algo que no le permite ir más allá.

La idea de que las religiones son el continente de los valores positivos es una falacia. Realmente lo que adquiere ese mérito es la experiencia. La fe ciega en la bondad debiera sustituirse por un convencimiento de su necesidad. A la creencia en que los valores positivos me reportarán recompensa debiera superponerse el convencimiento de que los valores positivos producen bienestar. Son conceptos totalmente distintos. La fe se basa en algo establecido en lo que se cree sin certeza de su verdad y el convencimiento en sí es poseer esa experiencia y esa certeza.

La experiencia dicta en cada caso claras pautas de conducta que uno no debe dejar pasar por alto sin analizarlas con detenimiento y curiosidad. El convencimiento que surge posteriormente a ese análisis, establece una moral basada en la certeza del éxito que se derivan de ellas. Así es como todo toma forma y uno alcanza la madurez, no porque se sucedan una serie de acontecimientos en su vida, sino porque el convencimiento y la experiencia le han llevado a ellos. Uno puede tener, por ejemplo, fe en que un cierto ritual puede ayudarle a aprobar un examen, pero lo cierto es que la experiencia dice que tienes más posibilidades de aprobar si has estudiado y llevado la materia al día. Si uno deja pasar los días en la creencia de que realizando el ritual aprobará, seguramente suspenda. La fe puede acertar o no, pero el éxito realmente deriva de una clara interpretación de la experiencia y el convencimiento que surge de ello.

Uno puede confiar a la suerte el hacerse millonario lanzando dados y es posible que lo consiga; es posible que encuentre la felicidad adoptando ciegamente la primera moral que se le ofrece en la vida, o es posible que esa moral le arrastre a una existencia desdichada. También es posible que cuestionándola todas sus conclusiones le devuelvan a ella reforzadas con el convencimiento que, comenzando en una duda, le reafirme en sus creencias; o puede ser que descubra que estaba equivocado. ¿Cómo saberlo? Solamente dudando, solamente aceptando la posibilidad de estar equivocado. Si tengo miedo de afrontar esta empresa será que la experiencia me dicta cosas que la moral me niega; será que estoy cerrando los ojos a la evidencia. Creer ciegamente que el cambio climático no es cierto, seguir conservando las tasas de emisión de gases negando la evidencia no va impedir que las cosas sucedan. Si algo va mal, hay algo que no está bien y si eso son mis creencias, mi moral, de nada sirve negarlo; o soy capaz de aprender de la experiencia o no prosperaré. Este es el gran reto del ser humano: no buscar la universalidad ni el azar que supone elegir sin reflexionar, desmarcarse de lo absoluto y andar siempre alerta de lo que es evidencia y de lo que dicta la sabia voz de la experiencia.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Principios morales, valores o como los llamemos no garantizan k en muchos aspectos te vaya mejor k a otros k se rijan por unos diferentes, la raíz sería ortra según yo lo veo.
¿La moral religiosa es cómoda? yo creo k al contrario, aún dependiendo de puntos de vista opuestos no sería tan tajante; carece de autodeterminación? creo k al contrario; con respecto a la idea k ilustras con el ejemplo del matrimonio kizá lo hagas desde un prisma sui generis del cristianismo, para mí no es así en absoluto, no sé si te refieres en general o al catolicismo. En todo hay interpretaciones, desvirtuación,extremismos. A veces creemos comprender algo y nos hemos kedado en la superficie o en reflejos extraños. Veo k el tema religioso te atrae de alguna manera pero lo tratas de n modo diferente a otros temas y más intransigentemente.Seguramente me ekivoco, kizá sea el color del cristal con k lo miro yo :). Un saludo.

Pascual González dijo...

Juanma, ciertamente la moral (la moral real que aplicamos en nuestras vidas) es ante todo producto de nuestra experiencia y de la relación cotidiana con el mundo y con nosotros mismos. Podríamos decir que va "de abajo a arriba", y no el revés. Eso no afectaría, a mi modo de ver, sólo a la religión, o a las pretensiones de la religión de regular la vida mediante principios morales administrados por clérigos y predicadores, sino también a los grandes sistemas éticos de los filósofos.

Mas allá de eso, hay una frase de tu entrada que me gustaría comentar. Dices:

A la creencia en que los valores positivos me reportarán recompensa debiera superponerse el convencimiento de que los valores positivos producen bienestar

En realidad creo que en esa idea se pierde de vista algo, y es que eso sería válido para aquellas situaciones en las que sólo está en juego los efectos que nuestras acciones puedan tener sobre nosotros, pero que empieza a ser problemático en las situaciones donde nuestras acciones (por ejemplo las que nos producen "bienestar") empiezan a generar efectos no deseados en los demás.

A partir de ahí será necesario alguna "palanca" que interrumpa el principio del bienestar propio. Aquí es donde creo que puede resultar útil, o al menos tener sentido, la promesa (por falta que sea) de compensaciones más allá de la experiencia. Después de todo, si bien es verdad que las recompensas religiosas están más allá de la experiencia, la idea del altruismo y la renuncia a algo porque tiene consecuencias sobre el conjunto de una comunidad tampoco es intuitiva desde el punto de vista egoísta que solemos adoptar de forma natural.

Para ilustrarlo con un ejemplo podemos ver la prohibición hindú de matar vacas estudiada por Marvin Harris. Las vacas producen más recursos vivas (estiércol como combustible y para fabricar adobe, leche, fuerza motriz y carne de mala calidad a su muerte) que si es sacrificada prematuramente. Por tanto, para la comunidad es bueno dejar vivir a las vacas, pero un agente egoísta saldría ganando si los demás son altruistas y dejan vivir a las vacas mientras él las sacrifica para alimentarse de carne. De ese modo, todo depende de que le altruismo sea general, o se,a de que no haya "desertores". LA situación se hace drrmática en los tiempos de hambruna, donde se generaliza con fuerza la tentación de sacrificar vacas para comer. Sólo que si todo el mundo lo hiciera, el ganado sufriría una mengua importante y los costes futuros serían peores que los sacrificios presentes impuestos por la hambruna y el tabú de no sacrificar vacas.

De ese modo, la religión, proponiendo un sistema de compensaciones falso y que va más allá de las satisfacciones accesibles a la experiencia, sí ha podido resultar útil, po cuanto contribuye a que todos los "jugadores" elijan colaborar (renunciar a sacrificar vacas) en vez de desertar (realizar sacrificios para comer carne).

Juanma dijo...

Hola Pascual.

En primer lugar, gracias por tu comentario.

Si, efectivamente no solo afecta a las religiones, tambien a las distintas interpretaciones metafísicas del mundo (algunas de ellas formuladas por filósofos).

En efecto surgen muchas circunstancias donde es posible que el individuo se vea tentado a buscar su propio "provecho" en lugar de perseguir el bien común. En mi opinión no es necesario viajar hasta la India para buscar ejemplos al respecto, basta con fijarse en el que roba en un supermercado, el que aparca en un paso de peatones, etc.. En ese sentido también la experiencia nos marca la necesidad de la norma o la ley como "palanca" a la que te refieres. Moralmente aceptamos la ley o la norma (cuando es preceptiva a todos por igual) porque demuestra ser una herramienta útil como medio de lograr el bienestar común y cuando todos somos capaces de comprender lo que la norma dice y por qué lo dice. No podemos aparcar donde nos plazca porque si se generalizara esta conducta se formarían caos circulatorios. Por eso al que no cumple con este precepto se le mira mal y se le sanciona.

Sin embargo el hecho religioso al que aludes parte en sí mismo de una contradicción. Si es inmoral comer o matar a una vaca: ¿por qué iba a hacerlo aunque tuviese necesidad? Si está prohibido, lo está en todas las circunstancias aunque estás cambiasen y resultase que entonces la postura más acertada fuese la contraria. Si un musulmán lo fuese con todas sus consecuencias no comería cerdo aunque estuviese muriéndose de hambre y no tuviera otra cosa que llevarse a la boca. Este es el gran problema de la creencia religiosa que se sustenta en circunstancias concretas de épocas concretas, sin embargo no es capaz de dar una respuesta satisfactoria cuando éstas se ven modificadas.

Un saludo. Juanma