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lunes, 30 de marzo de 2009

¿Qué le pasa al bizcocho?


Pretendo hacer en este post una reflexión en torno a la necesidad de experiencia y conocimiento a la hora de formular o emitir un juicio, a pesar de que se trate de un juicio basado en un razonamiento lógico. Imaginemos para ello y como ejemplo la siguiente secuencia:

AAABBB...

Tratemos de discutir lógicamente cómo continuaría la serie. Veremos que reordenando los términos de una manera o de otra podemos hallar distintos patrones todos igualmente lógicos aunque no todos igualmente complejos. Por ejemplo, una primera forma muy sencilla de continuar la serie sería:

AAA BBB CCC ...

No obstante esta no es en modo alguno la única. Concatenando las letras de otra forma llegamos a la siguiente serie un poco más elaborada:

A AA BBB AAA BBBB CCCCC ....

Y alguna otra:

AA AB BB BC CC .....

A falta de más datos resulta complejo emitir un juicio “correcto” pues aunque todas las series comienzan de una misma manera, prosiguen con una “lógica” distinta. Lo que a nadie le parecería lógico, por ejemplo, sería el considerar que la serie continuase así:

AAA BBB 654 434 32 2

Esto pone de manifiesto que aunque la lógica de los razonamientos sea distinta normalmente tienen ciertos puntos comunes. En nuestro caso, todas continúan con combinaciones de letras A, B, C,.. siguiendo un patrón (abecedario) establecido. Quisiera llamar la atención sobre el hecho de que, aunque no hubiéramos sido capaces de razonar ninguna serie, la experiencia sin duda nos habría llevado a plantearnos una solución basada en letras ordenadas según el abecedario.

Si la serie se tratase, por ejemplo, de datos arrojados de experimentos con átomos, la solución al enigma vendrá dada por el hecho de que la realidad corresponda con alguna de las soluciones propuestas. No obstante, de forma casi segura, todas se parecerán en algo a la realidad o tendrán su parte de sentido. Por esto es importante incluir en los razonamientos lógicos elementos basados en la experiencia, pues aunque erremos finalmente en nuestros razonamientos, la solución no distará mucho de ellos.

En un ejemplo un poco más coloquial; a un niño con retraso madurativo se le planteó la siguiente cuestión: “¿Qué le ocurre a un bizcocho si llega el momento de sacarlo del horno y se nos olvida?” El muchacho contestó: “Pues que se queda dentro”. No le faltaba razón.