jueves, 6 de noviembre de 2008

Primera evaluación

En todos los lugares donde se desarrolla una actividad es necesario, de alguna manera, medir o cuantificar si los resultados de dicha actividad están cumpliendo unas determinadas expectativas. Esto favorece el desarrollo de la misma, porque a un tiempo los resultados son un estímulo y un incentivo para seguir llevando a cabo esa labor.

Desde aquel primer post, a comienzos del pasado año, en el que en una primera reflexión analizábamos los problemas de la falta de criterio hasta hoy, no habíamos hecho ningún parada para hacer una primera evaluación. No se trata de poner nota al trabajo o a las publicaciones; se trata más bien de plantear nuevas lineas temáticas o la posibilidad o los medios para una llevar a cabo una paricipación más activa, por ejemplo. Bien sea a través de otros blogs o el traslado a otro espacio en el que participar sea más sencillo (foros), etc..

Mi intención es abrir líneas de diálogo crítico en torno a esos temas ya que, desde mi punto de vista, es el más enriquecedor y el único verdaderamente capaz de llevar a conclusiones inovadoras e inteligentes.

Espero vuestra participación. Un fuerte abrazo a todos. Juanma.

martes, 28 de octubre de 2008

Un juego de rol



El gracioso, el intelectual, el policia, el guaperas, el padre, la autoridad, el artista,... son algunos de los roles que asumimos diariamente en nuestras vidas. Por lo general no es solamente uno; esto es, por la mañana uno puede ser el policia en un determinado contexto y luego, mas tarde, ese mismo día, ser el padre, el gracioso o el juerguista en otros muy diferentes.

Esta variedad de roles, aunque parece variada, está fuertemente sujeta al contexto. Uno, por ejemplo, no puede pretender asumir el rol de juerguista cuando está de servicio como policía, de la misma manera que cuesta trabajo mostrarse autoritario en el entorno en el que asumimos el rol juerguista. Las personas de nuestros variados entornos conocen, aceptan y presuponen que nuestro comportamiento será de una determinada manera en un determinado contexto o, valga la redundancia, entorno. Por este motivo alterar el rol o la visión que los demás tienen de nosotros mismos es extremadamente complicado.

Por norma general el papel que asumimos en cada una de esas situaciones es de nuestro agrado. Elegimos ser policias, padres, juerguistas y en cada una de esas circunstancias nos encontramos agusto y no deseamos que esa situación se vea alterada. El problema en cuestión surge cuando nos vemos obligados a ocupar ciertos roles que ya no nos son tan apetecibles. Nos convertimos entonces en: el pardillo, el "pringao", el marginado, el "drogata", el débil, el maltratado,... Además esta situación se ve agravada por el hecho de que, efectivamente, cambiar ese estado de las cosas es extremadamente complicado y mucho más en el contexto de esas personas para las que precisamente tomamos ese rol.

La norma general dice que muchas de esas personas que en determinadas circunstancias han asumido un rol negativo tienden a abandonar ese entorno; a marginarse. No obstante, el no hacerles frente tiende a hacer que ese rol se propague a otros de nuestros contextos. La solución, como en muchos casos se pretende, no es traspasar ese rol a otra persona que pudiera ser más débil, "pringao", etc... que nosotros. El primer paso es adquirir esa autoestima y esa seguridad que manifieste una visión positiva y de respeto de nosotros mismos hacia nosostros mismos: no somos pringaos, ni débiles. El segundo paso es transmitir esa seguridad y esa visión a los demás omitiendo el silencio que se produce cuando no somos tratados con respeto y denunciando que, efectivamente, quien nos trata con desprecio no debiera ser admirado, ni los demás debieran ser condescendientes con su actitud. La manifestación de nuestros pensamientos en este sentido, llama la atención al resto sobre este otro determinado tipo de roles, que recurren a estas prácticas de supremacía para reforzar su figura a costa de ensuciar la de los demás. La mejor manera de evitar estas conductas es exigir respeto en el mismo instante en que nos consideramos ofendidos sin que la otra parte muestre su disculpa.

En algunos de nuestros entornos no seremos quizás los más listos, los mas fuertes, agraciados o afortunados; pero ante todo somos personas y en cualquiera de ellos debemos exigir esa porción de respeto que a todos nos corresponde.

viernes, 3 de octubre de 2008

De las manos


Sí, existe mucha emotividad en el mundo, pero de toda ella sólo una parte es verdaderamente magnífica y cuando somos capaces de percibirla, despierta en nosotros una profunda emocionalidad.

Si bien es cierto todo hombre busca en la vida, desde sus comienzos, su propio provecho. Somos egoistas; incluso en el amor de pareja, en esa emoción sobre las que tantas líneas se han escrito, no estamos dispuestos a entregar si no percibimos entrega por parte del otro. No consentimos en perdonar deudas, agravios, desdenes, desprecios,... Todos somos así de implacables. ¿O no?

A vueltas, de nuevo, con nuestro pasado descubrimos una imagen sorprendente. Unas manos que nos han asido, que nos han cuidado, que han derramado sus bienes al insaciable apetito de nuestra educación, de nuestros destinos, que han soportado, en ocasiones, nuestros insultos y desprecios como nadie lo hubiera hecho. Y en todo este proceso, no nos han pedido cuentas, no nos lo han echado en cara, han mantenido esa entrega y esa disponibilidad.

Esta deuda insoportable, sin embargo y de manera extraña, no crea una obligación, como muchos piensan, hacia esas personas a las que debemos todo o, al menos, gran parte de lo que lleguemos a ser en la vida. Por el contrario nos marca un compromiso para con aquellos otros a los que un día debemos llegar a amar de esta misma manera desinteresada y altruista que a nosotros nos han amado.

jueves, 25 de septiembre de 2008

A su debido tiempo


Pocas cosas inducen tanta humildad en el hombre como reencontrarse con su pasado. Las distintas etapas de la vida, todo lo que ya hemos sido y no volveremos a ser, dejan en nosotros sensaciones inconfundibles. De niños soñábamos ser mayores; "la vida es un rollo cuando se es pequeño". Conforme todo avanza, cambia nuestra perspectiva y a la vejez añoramos redescubrir las sensaciones de nuestra juventud.

Algunos afirman que la mejor época de la vida transcurre entre los 30 y los 40. Personalmente, no puedo evitar plantearme por qué muchas personas coinciden en esta afirmación. Creo que en esa época de la vida se da en la mayoría de nosotros una coyuntura especial. En esas edades uno justo tiene la edad con la que desea vivir las cosas que vive en ese momento. Ni mayor ni menor, justo esos años. Otro punto de vista es de la responsabilidad. Esas edades "mágicas" son la época de la vida en la que una persona carga con mayor número de responsabilidades. Nos sentimos útiles, existe una fuerte motivación en ese sentido; somos necesarios para otras personas que dependen de nosotros y sobre las que influimos.

Lo que asombra, de todas formas, es que este punto de vista da a entender que fuera de esos periodos la mayoría de la gente cree que se vive de forma menos plena. De niños pues, la mayoría desearía que el tiempo avanzase rápido hacia ese destino y ya pasado comienzaría el declive y uno viviría constamtemente mirando atrás con melancolia. Personalmente, no creo que la vida deba percibirse desde esa perspectiva.

La falta de plenitud es debida a que asumimos que lo que deseamos vivir no corresponde con la realidad de nuestras circunstancias. Esto ocurriría, por ejemplo, si de niños deseásemos ser mayores. La corrección por tanto parece sencilla: "educar en la temporalidad". Todo tiene su tiempo y cuando uno es niño no debe desear ser mayor, debe de ser curioso, travieso, impulsivo y debe de hacerlo, porque si no lo hace cuando le corresponde estará imcompleto y deseará haberlo hecho. Esta educación en la temporalidad se traspasa a todas las edades de la vida y nos enseña a asumir nuestras circunstancias y vivir las cosas que corresponden a nuestro tiempo con la total plenitud que exige, ser niño, adolescente, joven, etc..

Todo, insisto, tiene su tiempo y tratar de adelantarlo o postergarlo no nos va a hacer más felices; por el contrario nos va a robar preciosas épocas de nuestras vidas.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Emocional o racional



Todo el mundo está de acuerdo en que un planteamineto radicalmente posicionado hacia una determinada tendencia no es el más saludable. La cuestión, por tanto, no es discutir si debiesemos ser siempre movidos bien por nuestra razón o bien por nuestras emociones. La verdadera cuestión es: ¿que relación debiera de haber entre ambas?

Hay momentos en los que la emocionalidad fluye de forma natural y sana. Si un domingo por ejemplo el cuerpo nos pide dormir más, ¿por qué no hacerlo?. Uno descansa y se siente reconfortado porque ha hecho justo lo que deseaba. Si por el contrario esta misma circunstancia se presentara un lunes, en el que hay que ir a trabajar, la cosa cambia. En este caso la mayoría de la gente se guiaría de forma racional; venceria el deseo de permanecer en la cama y se levantaría para hacer su trabajo.

Estos casos, que están verdaderamente claros, plantean un equilibrio entre ambos criterios pero dejan una cosa clara: la emocionalidad solo es lícita cuando uno puede permitirse dejarse llevar por ella. Este planteamiento es complicado y requiere de mucha fortaleza moral y experiencia porque implica un análisis profundo y control de las emociones. Ante una situación de pánico, por ejemplo, mantener la cabeza serena para tratar de buscar soluciones sería la mejor opción. Querer, por ejemplo, sin mesura a alguien que nos maltrata y nos desprecia resulta un tanto ilógico. También lo es no arriesgarte a lo que la emocionalidad te dicta y la razón no se opone; estas son sin duda autenticas experiencias emocionales.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Mirar atrás (Letra y música)



Hoy he vuelto a ver,
todo grande y ser,
Pequeño...

Vuelve a parecer,
que a mis ojos todo queda lejos.

(estribillo)

Puede que no
sea mejor vivir siempre tejiendo sueños,
si en realidad
quiero llegar a conquistar deseos.

quiero recordar,
todo lo que quise de verdad
y saber quien soy
y que pervive de mis sueños hoy.

Hoy he vuelto a ser,
voz de mi niñez,
Pequeño...

(estribillo)

Puede que no
sea mejor vivir siempre tejiendo sueños,
si en realidad
quiero llegar a conquistar deseos.

lunes, 11 de agosto de 2008

El camino a la gloria



No creo que nadie hoy ponga en duda los magníficos valores que estimula el deporte olímpico. Si analizásemos en profundidad cada uno de ellos desglosaríamos el secreto de las auténticas satisfacción y realización personal.

El esfuerzo y la entrega como única forma de alcanzar el éxito. Triunfar con dignidad, sin trampas, sin agresión, con honor. Es muy importante tomar conciencia de que en la vida esta es la única forma lícita de hacer las cosas. De todo esto se deriva la constancia, la perpetuación en los buenos hábitos, la autodisciplina y muchas otras cualidades muy importantes, insisto, no sólo en el ámbito deportivo. Por otro lado está el estímulo o la motivación competitiva; aquello que nos empuja a desear ser de los mejores en aquello que es objeto de nuestro esfuerzo. Los logros del "otro" son para nosotros una marca, un listón que superar, un firme deseo de alcanzar esa meta: "si otros lo hicieron con su esfuerzo, yo lo haré". Del otro lado el respeto a lo que otros, una vez más, a través del esfuerzo y sus cualidades han logrado. Admirar el triunfo del otro para honrar nuestros propios éxitos. Por último reconocer que, en última instancia, está el hecho de que cada una de las cosas que consigue el ser humano pertenecen a la humanidad.

El esfuerzo y la entrega, la sana competencia, la admiración, el espíritu de superación, el respeto y, finalmente, la gloria. Estos han de ser el camino y los valores de todo proyecto. Los mejores deportistas, empresarios, estudiosos, políticos y todos cuantos en definitiva hemos elegido nuestro camino, debemos pelear por el oro de nuestro propio sino. El mundo sigue necesitando que seamos los mejores, que alcancemos la gloria.