martes, 27 de mayo de 2008

¡No me mientas!


Dando vueltas en torno a aquello en lo que nos hemos convertido descubrimos la educación recibida por nuestros padres, las limitaciones "morales" o los tabues que nos impone la sociedad en la que vivimos; pero sobretodo descubrimos nuestra propia aportación para con nosotros mismos.

Este proceso de formación de nuestra forma de percibir el mundo, nuestra sociedad o nuestras creencias, necesita desde sus inicios alimentarse con la verdad, con la más estricta objetividad. Muchos de los problemas, de tantas índoles distintas, que azotan nuestro mundo hoy en día provienen de una educación en la mentira. Alimentar la sana curiosidad de los niños con falsedades tarde o temprano les llevará a la circunstancia de comprobar que aquello que han aprendido no se corresponde con la realidad.

El perjucio de esta circunstancia es innegable. La mentira les merma e incluso perjudica su capacidad de enfrentarse a la realidad, no ya porque sencillamente la desconozcan sino porque además la información que poseen de ella es falsa. Si uno siente que hay algo en sus circunstancias que no va bien quisiera saber de qué se trata para poder asumirlo y/o ponerle remedio en la medida de sus posibilidades; de ninguna manera desearía poseer una información errónea y azotar con palos de ciego a algo que nunca va a ayudar a mejorar las cosas.

La educación en la mentira abre también un proceso de perpetuación porque, a pesar de que uno maneja informaciones falsas, hay personas o colectivos que se obcecan en ellas y no desean de ninguna manera asumir la verdad. De esta manera surge la manipulación y el engaño en sociedades y culturas endogámicas que rechazam sistemáticamente cualquier aseveración que no proceda de ellas mismas. Los niños en estas culturas aprenden mentiras que son compartidas por sus padres y en las que ellos también creen porque a su vez fueron educados en ellas. La perpetuación en la falsedad abre sin duda un peligroso proceso de declive social, porque en ausencia de la verdad la sociedad no es capaz de solucionar las circunstancias adversas de manera efectiva. Solamente es capaz de dar palos de ciego en torno a cosas que, inexplicablemente para ellos, no provocan ningun efecto favorable.

Como conclusión diría que debemos desear conocer la verdad, por dura o cruel que sea, como un principio para hallar soluciones efectivas a los problemas de nuestro tiempo. Mas allá debemos aprender a ofrecer la verdad a nuestros hijos para que tengan sólidas herramientas sobre las que formarse como personas y abordar sus propios problemas. Educar en la verdad no da lugar a controversia sino a una cultura y un conocimiento bien asentado que dota a la persona de un cierto "control" de sí misma y las circunstancias que la rodean.

viernes, 23 de mayo de 2008

Reflexiones en torno a la muerte

Vivimos en una sociedad en la que lo negativo tiende a cubrirse con una manta, tiende a suavizarse. Vivimos en una sociedad, en la que la muerte y las desgracias son vistas como algo que no suele ocurrir delante de nuestras narices, sino a muchos kilómetros de distancia u ocurre pero de forma ocasional. No tenemos que matar directamente para llevarnos un chuletón a la boca, pero sin embargo sentimos cierta lástima, e incluso rabia, por la manera en que el león acaba sin remordimientos con la gacela de apenas unos días de vida.

No estamos acostumbrados a la desgracia a pesar de que, en algunos casos, somos causantes indirectos de que ocurra. Vivimos en una burbuja de "bienestar" que nos aleja de esa visión global de la vida con un principio y un final y que, en muchos casos, nos empuja a seguir un planteamiento equivocado.

La muerte es algo que esporádicamente salpica a algunas personas y altera nuestro entorno pero no "demasiado significativamente". Resulta, a muchos ojos, más un proceso azaroso que algo inevitable; la muerte es para muchos una especie de lotería que cuando te toca pues ahí vas. Olvidamos que la conciencia de que nuestro tiempo es limitado, nos empuja a asumir un plan de vida, a economizar el transcurso de los días y a hallar instantes para que tengan cabida el mayor número de cosas posible.

Pero reflexionar en torno a la muerte nos invita, sobretodo, a ser críticos, a tratar de elegir bien desde el principio; pues nadie quisiera ver que llega el final de sus días habiendo vivido de forma equivocada. Involucrarse en la realidad del ser humano es una manera de seguir manteniendo viva esa conciencia de sentir que uno está haciendo las cosas bien. Vivir en la creencia que aun queda mucho tiempo para alcanzar ese momento, no va a impedir que los dias de inconsecuencia pasen en balde, insulsos, sin disfrute y sin futuro. La muerte debe afrontarse en la vida, no como un truncamiento en nuestra existencia sino como el culmen de nuestros actos. Ni un paso atrás en mi carrera, cada día he de aspirar a ser un poco más de lo que ayer era...

miércoles, 14 de mayo de 2008

¡Ponganse a salvo!


Las obras de arte que se exponen en las grandes pinacotecas de todo el mundo son objetos de culto, pero no son objetos de verdadero deleite artístico. No pueden serlo, porque como media un visitante del museo pasa delante de cada obra una media de 1'7 segundos. Además, en los grandes museos como el Louvre, lienzos como la Monalisa se convierten en iconos que eclipsan a las inumerables obras maestras que se exhiben en él.

No, el arte en los museos escapa de su contexto, y está tan condensado que es como si uno tratase de escuchar cien obras maestras de la música clásica a la vez. Uno acaba tan saturado que termina por perder el gusto y el sentido por lo que observa sin que realmente nada llegue a tocarle verdaderamente.

Un cuadro de Felipe IV de Velazquez, puede admirarse, puede valorarse, pero alcanza todo su sentido colgando del lugar para el que fue creado: las estancias de un palacio. De la misma manera un cuadro religioso, una escultura clásica y todas las obras que se muestran, se tornan en el museo meros objetos históricos pero no verdadero arte. El arte crea otras sensaciones otros sentimientos.

Como un león enjaulado que sólo luce su apariencia, que no transmite el pavor que uno experimentaría si se encontrara con el de frente en mitad de la savanna; así es todo lo artificial que genera el ser humano. Todo vano, todo en lata, entre unos muros, encerrado en un cd, en el ordeador,...: la pintura, la danza, la música clásica,... cuando el verdadero despertar de los sentidos, la verdadera aventura se produce al embeberse y sumergirse y enfrentarse en carne y hueso a la cultura, a la naturaleza, a la realidad,... ¡Ponganse a salvo!

domingo, 11 de mayo de 2008

Revolviéndose en el fango


Es importante tomar conciencia del peligro que reviste asimilar ideas irracionales. Es asimismo importante aprender a descubrirlas y a indagar en los verdaderos motivos que han desembocado en esa situación.
Toda luz que arrojemos sobre ello no hace más que llamar nuestra atención sobre aquellos procesos en los que pequeñas concesiones van dando forma a un problema mayor. Como aquel ojo que Allan Poe aseguraba tan desquiciante que suscitó al protagonista a asesinar a su portador. El corazón delator, el relato de Poe al que aludo, realmente es algo exagerado; pero uno no puede evitar preguntarse cómo se ha llegado eso y volviendo atrás en el tiempo uno descubre la primera vez que aquel hombre experimentó aquel sentimiento y cómo en lugar de remitir comenzó a refrendarse en ello.

Revolviéndose en el fango de ideas absurdas, de ideas ridículas que caen por su propio peso en cuanto las hacemos tema de conversación. Uno trata de indagar mediante qué proceso una persona puede llegar a deformar la realidad de tal manera que aún estándo anoréxica se vea gorda; y vuelve atrás en el tiempo a un determinado momento en que por casualidad descubre una parte de sí que le produce una pequeña sensación de asco. Un pliegue en la tripa cuando está sentada, una pequeña flacidez en alguna parte de su cuerpo,... y lo toca, lo observa, compulsivamente, busca en otras personas como son esas formas, esas texturas... Inconscientemente su mente viaja constantemente a esa visión de sí misma y día tras día el asco aumenta porque cada vez lleva viviendo más tiempo con ese sentimiento. Esa mentira irracional, que nadie confiesa, se convierte en un grave problema nutricional.

Es posible dar explicación a muchos de los problemas que padecemos mediante la existencia de ideas irracionales que dan comienzo a un ciclo de refrendamiento o de perpetuación en ellas. La drogodependencia, caractéres irracionalmente violentos o sumisos, pereza o desánimo, asimilación de determinadas ideologías, hábitos o gustos perjudiciales, aislamiento, ... Conductas que se inician con una sensación o un sentimiento aparentemente inocuo en el que uno continúa revolcándose en lugar de cesar en él.

sábado, 10 de mayo de 2008

Emulando a Russell


Los filósofos (o la filosofía), al igual que muchas otras corrientes de pensamiento, han tratado desde siempre hallar la universalidad en sus razonamientos. Russell, no obstante, escapa como filósofo a la tentación de establecer lo universal en sus ideas. Él no enuncia; él describe, razona, sigue una línea de pensamiento. Realmente lo que el valora (o lo que no desprecia) es el convencimiento que surge, no de lo "absoluto" sino del razonamiento. ¿Es Russell por esto un simple empirista?

Si uno se pone a analizar las diversas teorías que a cerca del mundo han tenido los filosofos a lo largo de la historia, uno se percata de que en todas se alcanzan unas conclusiones cuya creencia roza la experiencia religiosa (la caverna y sus sombras, Pienso luego existo, espíritu de los pueblos, superhombres,...). Russell no obstante se abstiene de formular ninguna teoría acerca del mundo y se posiciona en una ideología mucho más práctica. Su planteamieto es: "Realmente a mi no me importa dar una explicación mística del mundo; a mi lo que me importan son los problemas reales que padece el mundo".

En un cierto momento cayó en mis manos una conversación que mantuvo con un sacerdote a cerca de la existencia de Dios. Yo esperaba grandes cosas de aquella charla, sin embargo tras leer las primeras líneas uno se convence de que lo que pertenece al terreno de la fe no se puede discutir de forma racional (ni siquiera por parte de los grandes pensadores). Lo que sí se puede discutir, y esa es la gran aportación de Russell a la filosofía, son los beneficios o perjuicios reales que el pensamiento de cuialquier tipo ejerce sobre la sociedad.

Creo sinceramente que en este sentido Russell marcó un antes y un después. La filosofía posterior a Bertrand ya no anda en busca de la universalidad sino que discurre en torno a los problemas del mundo de una forma objetiva y casi experimental. No hay una tendencia filosófica a la universalidad; la filosofía parece decirnos ahora que lo absoluto no existe en materia moral. ¿Es esto una puerta abierta al relativismo? Yo creo que no es esta la realidad y Russell así también lo dejaba ver. Hallé esta perspectiva en un prólogo de Savater en el que aseguraba que: "... despues de haber desechado a muchos, Russell aun le seguía siendo útil..."

jueves, 8 de mayo de 2008

Moral basada en la experiencia


Este es un concepto un tanto atípico. Para ubicarlo correctamente me valdré de lo siguiente. La educación que recibe un hijo con respecto a los padres o al mundo, no es tanto verbal como conductual. Esto es, lo que retenemos de nuestros padres no son sus ideas o sus creencias, son aquellas conductas que les han reportado éxito. Nos dejamos llevar por ciertas ideologías o maneras de pensar, adoptamos una cierta moral por el simple hecho de que nuestros allegados “viven” según o gracias a ellas. No se debe, en modo alguno, a que la moral que transmiten tenga un carácter universal o sea completamente verídica; acepto los consejos de otras personas porque les va bien y por ello los considero más valiosos.

La moral asumida y que procede de nuestros padres o de aquellos quienes nos han educado, también está sujeta a los criterios de la autodeterminación. La moral religiosa es cómoda en este sentido y en muchos otros. La cristiana, por ejemplo, comparándola con su visión del matrimonio, una vez que lo aceptas te obliga a amar aunque llegue un día que sientas que ya no estas enamorado. Lo que aquí se defiende no es que uno no sea capaz de amar para siempre, se defiende que uno ame aquello que desea amar. Hay ideas que uno cambia a lo largo de su vida y otras que no; pero aquellas que le obligan a seguir creyendo en ellas conforme adquiere la experiencia suficiente como para vislumbrar que estaba equivocado, le restan felicidad y le amargan. La moral es fruto de la experiencia, debe madurar con la edad, con las vivencias y no morir en la apatía de algo que no le permite ir más allá.

La idea de que las religiones son el continente de los valores positivos es una falacia. Realmente lo que adquiere ese mérito es la experiencia. La fe ciega en la bondad debiera sustituirse por un convencimiento de su necesidad. A la creencia en que los valores positivos me reportarán recompensa debiera superponerse el convencimiento de que los valores positivos producen bienestar. Son conceptos totalmente distintos. La fe se basa en algo establecido en lo que se cree sin certeza de su verdad y el convencimiento en sí es poseer esa experiencia y esa certeza.

La experiencia dicta en cada caso claras pautas de conducta que uno no debe dejar pasar por alto sin analizarlas con detenimiento y curiosidad. El convencimiento que surge posteriormente a ese análisis, establece una moral basada en la certeza del éxito que se derivan de ellas. Así es como todo toma forma y uno alcanza la madurez, no porque se sucedan una serie de acontecimientos en su vida, sino porque el convencimiento y la experiencia le han llevado a ellos. Uno puede tener, por ejemplo, fe en que un cierto ritual puede ayudarle a aprobar un examen, pero lo cierto es que la experiencia dice que tienes más posibilidades de aprobar si has estudiado y llevado la materia al día. Si uno deja pasar los días en la creencia de que realizando el ritual aprobará, seguramente suspenda. La fe puede acertar o no, pero el éxito realmente deriva de una clara interpretación de la experiencia y el convencimiento que surge de ello.

Uno puede confiar a la suerte el hacerse millonario lanzando dados y es posible que lo consiga; es posible que encuentre la felicidad adoptando ciegamente la primera moral que se le ofrece en la vida, o es posible que esa moral le arrastre a una existencia desdichada. También es posible que cuestionándola todas sus conclusiones le devuelvan a ella reforzadas con el convencimiento que, comenzando en una duda, le reafirme en sus creencias; o puede ser que descubra que estaba equivocado. ¿Cómo saberlo? Solamente dudando, solamente aceptando la posibilidad de estar equivocado. Si tengo miedo de afrontar esta empresa será que la experiencia me dicta cosas que la moral me niega; será que estoy cerrando los ojos a la evidencia. Creer ciegamente que el cambio climático no es cierto, seguir conservando las tasas de emisión de gases negando la evidencia no va impedir que las cosas sucedan. Si algo va mal, hay algo que no está bien y si eso son mis creencias, mi moral, de nada sirve negarlo; o soy capaz de aprender de la experiencia o no prosperaré. Este es el gran reto del ser humano: no buscar la universalidad ni el azar que supone elegir sin reflexionar, desmarcarse de lo absoluto y andar siempre alerta de lo que es evidencia y de lo que dicta la sabia voz de la experiencia.