
Pocas cosas inducen tanta humildad en el hombre como reencontrarse con su pasado. Las distintas etapas de la vida, todo lo que ya hemos sido y no volveremos a ser, dejan en nosotros sensaciones inconfundibles. De niños soñábamos ser mayores; "la vida es un rollo cuando se es pequeño". Conforme todo avanza, cambia nuestra perspectiva y a la vejez añoramos redescubrir las sensaciones de nuestra juventud.
Algunos afirman que la mejor época de la vida transcurre entre los 30 y los 40. Personalmente, no puedo evitar plantearme por qué muchas personas coinciden en esta afirmación. Creo que en esa época de la vida se da en la mayoría de nosotros una coyuntura especial. En esas edades uno justo tiene la edad con la que desea vivir las cosas que vive en ese momento. Ni mayor ni menor, justo esos años. Otro punto de vista es de la responsabilidad. Esas edades "mágicas" son la época de la vida en la que una persona carga con mayor número de responsabilidades. Nos sentimos útiles, existe una fuerte motivación en ese sentido; somos necesarios para otras personas que dependen de nosotros y sobre las que influimos.
Lo que asombra, de todas formas, es que este punto de vista da a entender que fuera de esos periodos la mayoría de la gente cree que se vive de forma menos plena. De niños pues, la mayoría desearía que el tiempo avanzase rápido hacia ese destino y ya pasado comienzaría el declive y uno viviría constamtemente mirando atrás con melancolia. Personalmente, no creo que la vida deba percibirse desde esa perspectiva.
La falta de plenitud es debida a que asumimos que lo que deseamos vivir no corresponde con la realidad de nuestras circunstancias. Esto ocurriría, por ejemplo, si de niños deseásemos ser mayores. La corrección por tanto parece sencilla: "educar en la temporalidad". Todo tiene su tiempo y cuando uno es niño no debe desear ser mayor, debe de ser curioso, travieso, impulsivo y debe de hacerlo, porque si no lo hace cuando le corresponde estará imcompleto y deseará haberlo hecho. Esta educación en la temporalidad se traspasa a todas las edades de la vida y nos enseña a asumir nuestras circunstancias y vivir las cosas que corresponden a nuestro tiempo con la total plenitud que exige, ser niño, adolescente, joven, etc..
Todo, insisto, tiene su tiempo y tratar de adelantarlo o postergarlo no nos va a hacer más felices; por el contrario nos va a robar preciosas épocas de nuestras vidas.