
Dando vueltas en torno a aquello en lo que nos hemos convertido descubrimos la educación recibida por nuestros padres, las limitaciones "morales" o los tabues que nos impone la sociedad en la que vivimos; pero sobretodo descubrimos nuestra propia aportación para con nosotros mismos.
Este proceso de formación de nuestra forma de percibir el mundo, nuestra sociedad o nuestras creencias, necesita desde sus inicios alimentarse con la verdad, con la más estricta objetividad. Muchos de los problemas, de tantas índoles distintas, que azotan nuestro mundo hoy en día provienen de una educación en la mentira. Alimentar la sana curiosidad de los niños con falsedades tarde o temprano les llevará a la circunstancia de comprobar que aquello que han aprendido no se corresponde con la realidad.
El perjucio de esta circunstancia es innegable. La mentira les merma e incluso perjudica su capacidad de enfrentarse a la realidad, no ya porque sencillamente la desconozcan sino porque además la información que poseen de ella es falsa. Si uno siente que hay algo en sus circunstancias que no va bien quisiera saber de qué se trata para poder asumirlo y/o ponerle remedio en la medida de sus posibilidades; de ninguna manera desearía poseer una información errónea y azotar con palos de ciego a algo que nunca va a ayudar a mejorar las cosas.
La educación en la mentira abre también un proceso de perpetuación porque, a pesar de que uno maneja informaciones falsas, hay personas o colectivos que se obcecan en ellas y no desean de ninguna manera asumir la verdad. De esta manera surge la manipulación y el engaño en sociedades y culturas endogámicas que rechazam sistemáticamente cualquier aseveración que no proceda de ellas mismas. Los niños en estas culturas aprenden mentiras que son compartidas por sus padres y en las que ellos también creen porque a su vez fueron educados en ellas. La perpetuación en la falsedad abre sin duda un peligroso proceso de declive social, porque en ausencia de la verdad la sociedad no es capaz de solucionar las circunstancias adversas de manera efectiva. Solamente es capaz de dar palos de ciego en torno a cosas que, inexplicablemente para ellos, no provocan ningun efecto favorable.
Como conclusión diría que debemos desear conocer la verdad, por dura o cruel que sea, como un principio para hallar soluciones efectivas a los problemas de nuestro tiempo. Mas allá debemos aprender a ofrecer la verdad a nuestros hijos para que tengan sólidas herramientas sobre las que formarse como personas y abordar sus propios problemas. Educar en la verdad no da lugar a controversia sino a una cultura y un conocimiento bien asentado que dota a la persona de un cierto "control" de sí misma y las circunstancias que la rodean.