domingo, 21 de marzo de 2010

Reflexiones en torno a lo antinatural


Los casos de abusos a menores por parte de sacerdotes en Irlanda suscitan una cierta reflexión sobre la consideración de lo antinatural.

La sexualidad se desarrolla en los seres vivos como un mecanismo de asegurar la reproducción de la especie. Es una ventaja evolutiva puesto que si no experimentásemos ninguna atracción hacia el sexo contrario, procrear quizá no sería algo deseable. Imaginemos por un instante que todos los hombres experimentásemos la misma repulsa a practicar sexo con una mujer que la que experimenta un homófobo a practicarlo con un hombre. Sin duda este sería un tremendo inconveniente para la perpetuación de la especie.

Obviando cuestiones genéticas que puedan tener como consecuencia la transexualidad o la homosexualidad; lo cierto es que, independientemente de cual sea el objeto de nuestro deseo, todos los seres humanos experimentamos la necesidad de satisfacer esa sexualidad. No es una cuestión negociable; es algo fisiológico. Como lo puede ser el comer, si lo practicamos en exceso es perjudicial de la misma manera que si pretendemos vivir sin hacerlo nunca. Lo antinatural, en este caso, no es pues con qué descarga uno esa tensión sino el prohibirse a uno mismo el hacerlo.

Un día en la playa, contaba mi madre, que un perro abandonado trataba una y otra vez de beberse el agua del mar. Cuando la necesidad arrecia ella misma nos empuja a satisfacerla incluso con cosas que consideraríamos indeseables si esa necesidad no existiera (como comer de un cubo de basura, orinar en un lugar donde alguien pudiera vernos,...). En el caso de la necesidad sexual, cuando el objeto capaz de satisfacerla es un semejante, la aberración puede magnificarse (como ha sido el caso de Irlanda).

La solución al problema no pasa por obcecarse en la renuncia a nuestra propia naturaleza. Convendría por el contrario adquirir un punto de vista sobre la sexualidad alejado del tabú y lo “pecaminoso”. Siempre con quien se desee mutuamente, tomando las debidas precauciones, educando en ello desde jóvenes;...

Al igual que cuando uno tiene que comer no roba para llevarse algo a la boca, no quisiera pensar que si esos sacerdotes hubieran estado casados o tenido pareja no hubieran sucedido tales acontecimientos. En este sentido la verdadera aberración no es, como la Iglesia pretende, la homosexualidad, sino lo que uno termina haciendo cuando pretende negar su naturaleza.

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