lunes, 20 de abril de 2009
Una falsa idea de bondad
La idea de lo “bueno” es una cuestión filosófica del más alto nivel. Para saber a lo que atañe, Russell defiende la idea de que este concepto está ligado muy íntimamente a la naturaleza humana. “Si un meteorito chocara y destruyera un planeta lejano sería un espectáculo de la naturaleza, si ese mismo meteorito se dirigiese a destruir a la Tierra, ello sería algo espantoso”. A la luz de esto parece, además, que cuando la desgracia que llega es para todos, todos estamos de acuerdo.
Cambiando de frente podemos también llegar a un acuerdo sobre lo que no parece ser la bondad. Por ejemplo: si yo creyese que duchándome con un determinado gel es suficiente para que yo sea considerado un hombre bueno, muchos no estarían de acuerdo conmigo. Esta idea es además muy peligrosa porque aunque realmente mi gesto no es “malo” (no hay nada malo en asearse) sí lo es la idea de pensar que un acto trivial me convierte en alguien virtuoso y, además, pensar que esa “bondad” es suficiente. Después de ducharme y haber hecho mi “bien” diario yo sería un hombre “bueno” aunque no tuviera ni un solo gesto amable con nadie o me dedicase a pegar a la gente. Aunque resulte cómico, este es uno de los grandes defectos de las religiones. Hace unos meses un judío ortodoxo arrojó ácido a la cara de una muchacha judía porque su belleza y su forma de vestir eran “provocativas”. Esta idea de “bondad” sustenta muchas de las barbaridades que se cometen hoy en día en el mundo.
De nuevo se percibe que la interpretación metafísica del mundo juega un papel fundamental en esta idea del “bien” y que lo que es considerado “bueno” no siempre tiene las consecuencias que uno espera de un gesto “bondadoso”. No obstante uno percibe que la “bondad” de un acto no está tan marcada por el acto en sí, sino por su finalidad y consecuencias. Ello hace que gestos que consideramos “malos” se tornen “buenos” (se puede, por ejemplo, causar dolor para curar una herida). Este hecho no debe tampoco malinterpretarse a riesgo de considerar que aquel judío arrojó ácido a la cara de la muchacha para bien. La cuestión es ¿qué bien? ¿el de la muchacha o el de quienes estaban siendo “provocados”? Si lo hizo por la muchacha le hizo un flaco favor porque seguramente la habrá perjudicado para el resto de su vida. Si lo hizo por los “provocados” no deja de ser un gesto egoísta porque los pensamientos “malos” no provenían de la muchacha sino de ellos mismos. Parece por tanto que la idea de un gesto “bueno” es lícita si uno lo hace para “beneficio” de aquellos para quien va dirigido.
El beneficio también se torna algo discutible; porque yo puedo pensar que hago algo para bien de alguien cuando finalmente le estoy perjudicando. Por tanto, uno puede creer que ante la duda lo mejor es no hacer nada y ciertamente si el muchacho no le hubiera arrojado ácido a la cara a la muchacha hubiera sido un gesto más satisfactorio. Pero entonces ¿quien no duda? ¿quién puede decir que sus obras son para verdadero bien? ¿debe uno vivir sin hacer nada? Si uno salva a alguien de la muerte (que no quería morir) obtiene un reconocimiento generalizado. Parece que aquella parte que atañe a la naturaleza del hombre, según Russell, marca unas determinadas pautas según las cuales consideramos que ciertos actos son buenos. Si la persona a quien se salva es un asesino, la gente no experimenta tanta satisfacción porque aquella persona le proporciona una cierta sensación de repulsa. Por tanto podemos creer que la idea del bien es el resultado de una pugna de sensibilidades y que la idea más “absoluta” del bien es aquella “sensación” más extendida. No obstante lo anterior, la sensibilidad hacia ciertos aspectos (como el sufrimiento, la muerte, la “rectitud”, la “obediencia”, ...) es algo que no es inherente al ser humano, sino que depende en muchos casos de la coyuntura social y de la educación.
No podemos influir sobre la sensación que nos produce el dolor, el hambre, etc... (cosas de las que por otro lado estaríamos dispuestos a rescatar a quien fuese) pero si podemos hacerlo contra la aversión que podamos experimentar hacia la “pulcritud”, el “pecado”, la “obediencia” que son sentimientos mucho más relativizados y sobre los que no podemos emitir un juicio apresurado, tanto como para arroja ácido en la cara de nadie
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