viernes, 28 de agosto de 2009

El hombre invertebrado


No en vano diría que lo más importante que una persona necesita experimentar en su día a día es la sensación de respaldo. Ello puede parecer accesorio o consecuencia del éxito personal o profesional que atrae el apoyo o la aprobación de muchos. No obstante resulta imprescindible y crucial cuando las circunstancias se tornan adversas y nuestros proyectos se vislumbran confusos o inciertos. Cuando encontrar admiración o, incluso, respeto se convierte en una labor altruista sujeta al criterio de aquellos que observan, conscientes de nuestras circunstancias.

El éxito nos infla como un globo, eleva nuestra autoestima y nos mantiene firmes en apariencia. Sin embargo no debemos obviar el “vertebrador” sustento, ese algo capaz de mantenernos en pie cuando la adversidad nos desinfla. El hombre que permanece invertebrado se aviene a menos ante la “desgracia”, aceleradamente se torna apócope de lo que fuera antaño.

La cuestión entonces es aprender a descubrir y considerar las cosas que son capaces de conformar una estructura sólida sobre la que apoyarnos, personas incondicionales, desinteresadas, que no dependen de nuestras circunstancias. No podemos encontrarlas, ciertamente, en demasía; pocos son quienes que nos “empujan” en la debilidad hacia la dicha egoísta de nuestro propio provecho. No disfrutan ni se muestran indiferentes con nuestra desgracia, se alegran aunque no puedan ser partícipes de nuestros triunfos cuando son, realmente, grandes causantes de ellos. ¡Cuan feliz es el hombre que descubre que no es el éxito lo que lo mantiene dignamente en pie!

martes, 18 de agosto de 2009

Desdigo lo dicho


Ya lo dice el refrán: “rectificar es de sabios”. Sin embargo y no en vano todo tiene una justificación pues pudiera parecer, a simple vista, que todos aplicamos esta frase a la manera de conducir nuestros actos pero no siempre es así.

Deshacer lo caminado supone cierta dosis de humillación, de admitir el error propio y rendirse ante la evidencia. Nunca es plato de buen gusto equivocarse, ni tan sencillo rectificar, pues hay ocasiones en las que uno debería reconocer (si se desdice) que ha errado gran parte de su vida. Así, por cosas como estas, nos mostramos reticentes a asumir la realidad de las circunstancias y preferimos obcecarnos en nuestra particular verdad; no acertamos a ver, según que casos, el beneficio a la rectificación. No obstante, si estuviese equivocado respecto a esto discúlpeme, desdigo lo dicho; mas percatese que ahora, como usted, yo también tendría razón.

jueves, 6 de agosto de 2009

Moda


La pauta generalizada entraña un perjuicio innegable para la sociedad. No tenemos más que imaginar lo que sucedería si todo el mundo hiciese lo mismo en el mismo periodo de tiempo. Si la gente se fuera de vacaciones en agosto y nadie trabajase, si decidiesen echarse a la carretera en el mismo momento, etc... La moda genera cierta uniformidad, lo cual pudiera parecer una cualidad deseable, pues todos queremos poder tener las cosas que son accesibles para la mayoría del resto. No obstante la moda también genera “marginación” en la medida en que, verdaderamente, todo el mundo no puede permitirse ni desea siempre hacer lo que los demás hacen. Por otra parte, el ocio y el descanso del que disfrutan el resto de “agraciados” no está exento de atascos en las carreteras, colas en las tiendas y toda sarta de penurias que cualquiera desearía evitar. Pudiera decirse, generalizando, que la moda consigue que quienes no la siguen se sientan desfavorecidos o marginados y quienes la secundan, por otro lado, no queden plenamente satisfechos.

La cuestión que se plantea entonces es pensar si, realmente, hacer (pensar, querer, viajar, vestir,...) distinto a la pauta es una forma de marginarse o de ser menos que los demás. Es decir, ¿se pierde esa “igualdad” (uniformidad) cuando hacemos (pensamos, queremos,...) las cosas de manera distinta? Si usted cree eso verdaderamente, le insto a averiguar a qué parte del dibujo pertenece el siguiente fragmento: